martes, 17 de julio de 2018

DEHESA EL ENCINAR IV.



      Yo era muy niño cuando llegó aquí aquella familia López Blazquez de Salamanca. Los muchachos mayores eran de parecida edad a la mía.

   La componían: los abuelos, Sr. Joaquín y esposa, dos o tres hijas. Una de ellas, la mayor, era la esposa del Sr. Julio; y un hijo soltero y joven, Manolo "el de la dehesa".

    No recuerdo si todos los niños vinieron ya nacidos del pueblo de Salamanca, creo próximo a Macotera, o los pequeños, "Joaqui" y Obdulia nacieron en Villalpando.

   ¡Bueno!: creo lo interesante es transcribir mis recuerdos de aquella finca cuando era una preciosa dehesa. La madre con todos los muchachos se avecindaron en el pueblo, el resto de la familia en la casa de la dehesa que sigue habitada.

   Como era amigo del mayor, Ángel, pues íbamos andando hasta allí. En aquellos años la dehesa era un emporio: cogían buenas cosechas de trigo, entre las encinas, cuando el grano valía tanto dinero; la trilladora de Cobaleda ya era movida por la polea de un tractor; antes de la llegada del butano la leña valía dinero, se aprovechaban hasta las raíces de las pocas encinas que arrancaban, las que más estorbaban.

   Mi padre y mis tíos, de jóvenes, para la aguardientería, hacían y traían leña de la dehesa. Creo recordar que pagaban treinta duros por una encina que ellos habían de arrancar y trocear, en lo que empleaban, tres mocetones, una jornada.


   La primera herramienta era el montero. Todavía andan dos por casa. Por un lado era azadón, para ir cavando alrededor del árbol buscando las raíces, y por el otro hacha para cortar todas las secundarias, más rastreras, hasta que quedaba sólo la raíz central. Entonces con el lazo de cuero que había traído mi abuelo de la argentina, que previamente habían atado a la rama más alta, tiraban hasta que la encina se desplomara. Era llegado el momento de las hachas.

    Con éstas iban transformando las ramas en "tizos"; las puntas, lo menudo, con la hojarasca se lo vendían a los "cisqueros"; los troncos los serraban con el tronzador. Lo conservamos en casa.

    Es éste una larga sierra, como de dos metros de longitud y unos quince centímetros de ancha, con un asa en cada extremo, para ser manejada por dos serradores. "A la sierra tocino, (del culo del marrano) y al serrador vino".  Así, con ese movimiento de vaivén se iban cortando los troncos y las ramas más gordas, como a cuarenta centímetros. Por último, para poderlos meter en la hornilla, había que abrirlos, rajarlos. Para esa operación estaban las cuñas y el "macho" o maza de hierro. Ya sólo faltaba cargarlos al carro.

    En esos trabajos se ocupaban miles de montaraces en todos los montes de España.

    En la dehesa, además de los leñadores, que no talaban encinas, sino simplemente podarlas, o cortar carrascos en lo que era monte bajo, estaban los cisqueros y los carboneros. El cisco, para los braseros en las camillas con sus faldas, era la única calefacción en cada casa. Ya he dicho que se hacía con toda la leña menuda.

    Iban apañando la cortada tiempo atrás, la prendían e iban añadiendo y añadiendo a la hoguera. Antes de que se transformara en cenizas, le echaban agua, hasta apagar las llamas, y así quedaba hecho el cisco, llamado picón en otras regiones.

    La elaboración del carbón vegetal era una obra de arte. Este lo hacían ya con madera gorda, tizos y rajas, colocados circularmente hasta formar un tronco de cono; iban dejando radialmente aperturas que conducían a la chimenea central; lo tapaban todo con tierra y lo prendían por abajo. Aquello se iba combustionando, sin hacer llama, durante días. Era muy frecuente ver ascender desde lejos el humo de las carboneras en la dehesa. Creo que para apagarlo tapaban con tierra todos los respiraderos.

     El carbón vegetal tenía muchas aplicaciones: cocinas, planchas de los sastres, industria metalúrgica, etc.

     Además de lo anterior en el dehesa había piaras de cerdos rojos y negros que se recriaban a su albedrío, y apañaban bellotas, espigas en los rastrojos, hierbas, lo que pillaban.

    Cuando se instaló el Sr. Cayo y su familia, construyeron una casita cera de la de los amos, hasta entonces todos los leñadores, carboneros, cisqueros vivían en chozos de leña, de forma cónica, colocada con tanto arte que no se llovía. En medio estaba el hogar. Utilizaban madera muy seca, que hiciese poco humo. Éste salía por un agujero en el pico del chozo. En alguno de estos hasta dio a luz alguna mujer.

     Un problema de esa dehesa era la carencia de agua. Habían de ir a buscarla con una cuba en un carro, a Villárdiga o a la fuente de Torroyo. Para los ganados existía una magnífica laguna donde llaman "La Campera".

      En los años sesenta, ya dividida entre, entre los dos herederos del Sr. Joaquín, los propietarios cometieron el error de deforestarla. No sé cómo se lo consintieron. ¡Para qué seguir!

      No obstante, tan parcelada esa finca, he de elogiar a los cuatro hermanos que se aferran a su terruño, (todavía entre ellos y sus sobrinos les quedan bastantes hectáreas) crían ovejas y siguen viviendo, con luz eléctrica y agua corriente desde hace muchos años, en la casa de en medio de la dehesa. Son un auxilio para el caminante. Así lo sentía cuando pasaba jornadas plantando pinos en Valdeconejo, tan lejos del pueblo, saber que en el medio estaban los de la dehesa, seguía y sigue Ángel, tan amigo de la infancia.

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