MELECIO MANSILLA LUNA.
Me acaba de llamar Tomás, su hijo pequeño: “Se ha muerto mi padre”. Hace veinte días
le había dado un ictus cerebral. Hasta los robles se mueren. Le faltaba poco
para cumplir los 101 años. Había nacido en Villalpando el 4 de diciembre de
1911. Hijo de Tomás Mansilla y de Matea Luna Alarma. A su hermano mayor le
llamaban “Rayo”, también por delante de él iba la señora Matilde “La Hornera ”. Recuerdo a otra
hermana menor apodada “Cuca”.
Melecio fue en Villalpando una persona
singular. Como homenaje no se me ocurre nada mejor que copiar un relato
inspirado en su vida.
Advierto que, aunque la trama principal
se corresponde con la peripecia vital de Melecio, (los sucesos de la guerra, aunque algo esté
novelado, es fiel a lo ocurrido. El fusilamiento de su madre, su ayuda a
Laureano y la intervención del Sr. Luciano para liberarle son pura verdad), hay
otras situaciones contadas que son licencias literarias. Por ej., lo amoroso.
Meleció ya estaba casado con Melititna, cuando estalló la guerra. Su hija mayor Lucia, nació
en el 36, Mele en el 41, luego otras dos chicas, al final, 21 años después que
la mayor, vino al mundo, a dar guerra, Tomás, y a cuidar a su padre cuando le
correspondía, a leerle, lo del blog de Modroño, o los libros, contarle cosas
del pueblo. Esta última crónica ya no se la podrá leer. Queremos le sirva de
homenaje. El funeral será mañana, día 28 de Noviembre, sobre a las doce horas
en la Iglesia
de San Nicolás.
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BIOGRAFÍA NOVELADA DE MELECIO.
“El viejo miliciano”. Escrita en 1999.
- Al
morir mi compañera, jubilado y emigrados todos los hijos, me fui con ellos al
Norte, pero no perdía el careo del
pueblo. Todos los años regresaba por la fiesta. En el 99 una trifulca, en la
capea, me hizo ver que los odios seguían latentes. Me dio pena y huí de aquella
tensión en la plaza. De vuelta de tanta violencia inútil, conseguida con
los perdones la paz interior,
disfrutando en la madurez (no quiero decir senectud) de cada día que amanece, me alejé del
tumulto, caminé hasta el parque buscando soledad, me senté en el pretil. Mis
manos sobre el bastón y sobre ellas la barbilla. Cerré los ojos y me asaltaron
las dudas de siempre:
Necesariamente ha de
ser el hombre lobo para el hombre....?. No podemos librarnos de la agresividad
hija de la soberbia.....?. Ha de
ser la ira sin sentido más fuerte que la
tolerancia y la compasión.....?.
De las cavilaciones me sacó mi
cuñada Remedios, “La Toba ”, la hermana pequeña de
Laureano, mi salvador. Me palmeó en el hombro:
-¡Chacho!,
¡que te duermes!.- , alcé la vista, me incorporé abriéndole los brazos.
-¿Cómo
estás? ¡Qué bien te veo!.- Nos abrazamos. Ella había llegado el día antes
-¡Anda que tú, bribón,
¡cómo te conservas!-
- De cuerpo regular,
pero mientras la cabeza funcione…
Después de ponernos al día
sobre hijos, nietos, bisnietos, compartimos recuerdos y reflexiones:
Su hermano Laureano
era quinto del 37, yo del 32. Muy joven empezó a despuntar como jugador de
pelota. Yo necesitaba un zurdo pa la raya de la izquierda. El tío “Rebulle” ya
pasaba, con mucho, los cuarenta y estaba muy zurrao de la azada y la mancera.
Empezábamos a dejar de ser los mejores del pueblo y del contorno.
Aquí ya nos ganaba la pareja de “Miseria” y “Canalejas” y en Tapioles ,
“Simines” y “Leo”. Él mismo me lo dijo: “yo
me retiro, coge al muchacho del Tobo, que es el que más despunta. Le enseñas a
colocarse, a manejar las muñecas y a pegar con la derecha (de izquierda ya
tiene un golpe terrible) y no habrá quien os gane”.
Ya de antes, empezaba a
tener amistad con el muchacho. Coincidíamos en el campo, sobre todo en el
tiempo bajo, yo alumbrando cepas a jornal, él con las ovejas del hatajico
familiar, pastando en los entremajuelos.
A los dos nos gustaba la lectura. Intercambiábamos libros. Los míos de “La Casa del pueblo”, los suyos
del Sindicato Agrario Católico, del que su padre había sido cofundador. A veces pasaban cazando los señoritos con sus
caballos o veíamos a viejicos, que ya no servían para cavar, apañando gramas pa
los conejos con los que intentaban subsistir o a viejicas cargadas con el haz
de leña en la cabeza de la dehesa al pueblo. Luego lo revendían por las casas.
Un día
comentábamos el parto de la criada de los “Polleros” y la criatura, de
un hijo del ama , al hospicio. Otro la muerte de “Cacalo” en una cuneta, cuando
regresaba de pedir.
Todas aquellas muestras de sociedad
tan injusta nos revolvían el estómago. No podíamos quedarnos quietos. Habíamos
los jóvenes de cambiar aquello con la razón y la justicia.
Él pensaba que la
solución estaba en aplicar la doctrina social de la iglesia. A mi me tenían
chiflado las teorías socialistas. Mi idealismo me hacía pensar en la bondad del
corazón humano y comulgaba con el lema de que “cada uno aporte a la sociedad el trabajo que pueda y
reciba de la sociedad lo que necesite”.. De la iglesia me consolaba el
ejemplo de algunos curas más pobres que
yo, pero me descorazonaba que el predicador de Semana Santa ganara en unos
días, que se lo pagaba el Ayuntamiento, más que los jornales de toda mi familia en un año.
Los dos coincidíamos en la
necesidad de una revolución, pero incruenta. No nos servía el ejemplo de la
guillotina en la Francesa ,
ni los fusilamientos en la
Rusa. En la familia habíamos mamado el amor a la paz por el
cariño de la madre, que siempre ponía
amor en las discordias. En el ejemplo de los padres que, cuando escaseaba la
comida, ellos eran los más remolones en menudear con la cuchara en la tartera
común, y la rabia del amargor de la injusticia la descargábamos en el frontón
dándole porrazos a la pelota de forro de gato y en la ternura de la muchacha a
la que amábamos. Queríamos el diálogo y
no la guerra. ¡Pero cualquiera les apeaba del machito a los acomodados que,
cuando el trabajo era tan duro, vivían sin trabajar, cuando el alimento escaso,
ellos lo tenían abundante; que cuando vestíamos con remiendos, ellos llevaban
corbata y no les faltaban ni medicinas, ni vicios.
El verano del
35, yo lo había hecho en casa de “La Maragata ”. Habíamos costaleado
la buena senara en la panera del mesón, que daba pa la era, en las afueras del
pueblo. Llegado enero del 36, en la enfermedad de padre habíamos gastado las
soldadas de los hermanos pues, pasada la sementera del 35, ya no tuvimos
jornales. En casa faltaba el pan.
Una noche nos
juntamos tres amigos. Uno de ellos tenía burro. Cogimos cada uno el costal de
la respiga. Forzamos la puerta y los mediamos en la panera de “La Maragata ”, que seguía
repleta, esperando que el hambre forzara la subida del trigo. Nos lo
repartimos. A mí me tocó más porque en mi casa había más necesidad.
Actuó la
guardia de inmediato. Las huellas de un burro de pobres, sin herrar, en la era
blanda por las lluvias y en el camino, dieron muchas pistas. Nos llamaron al
Cuartel. El vergajo nos hizo “confesar”.
Cuando salió el juicio, ya había ganado el Frente Popular. Yo alegué necesidad
y me hice reo, exculpando a los dos amigos. Me cayó condena de un año. Me llevaron a cumplirla a
la prisión de Carabanchel.
Laureano, a
primeros de aquel año, se incorporó voluntario al ejército, al arma de
aviación, con la esperanza de huir del pastoreo y del ordeño, de los soles, los
cierzos, del “burgalés” que sarea rostros y campiñas, de dormir al raso,
de comer migas con sebo. Lo destinaron al aeródromo de Getafe.
Sublevados los
fascistas, al día siguiente me pusieron en libertad. Me dieron un fusil y me
alisté en la primera columna de
milicianos que salió a cortar el paso a
los falangistas castellanos en el Alto del León. ¡Cuántos muchachos cayeron,
hijos de pequeños labradores estrujados por las rentas de los terratenientes,
casi tan siervos de la gleba como nosotros los jornaleros....!. ¡Claro que la
zarracina no fue menor entre los nuestros....!., muchachos urbanos de la
fábrica y el ladrillo, que en el campo
andaban perdidos.
El
gobierno de la Republica
enseguida echó mano del ejército regular no sublevado, y a mi zurdo compañero
de pelota también lo llevaron al Guadarrama.
Los de
la era y la besana, los hijos de la estepa apretaban como fieras y nos hacían
recular. Los “míos” de Madrid eran más blandos. En la retirada íbamos dejando muertos, pero procurábamos no
dejar heridos. Yo era enjuto, hebrudo, duro como un rayo, muy aclimatado a la
sed y los calores, a la frugalidad y al trabajo. Mis energías, incansables en
aquellos días de julio y agosto, las empleaba más en salvar que en matar. Cuando caía la noche recorría
la zona de nadie, entre pinos, en la ladera de la sierra atento a los ayes, a
jadeos lastimeros. No sé a cuantos socorrí, más de uno murió en mis brazos.
Una noche, aquel día habían
sacudido duro, salí a hacer la ronda. Mis pisadas en la tamuja le hicieron
recobrar la semiinconsciencia. Mi pañuelo rojo le aseguró era de los “suyos”.
Su uniforme de aviador lo camuflaba en la maleza. Al acercarme sólo tuvo
fuerzas para, al reconocerme, exclamar: -¡¡¡¡amigo!!!!-.
¡Dios mío!:
si era Laureano, el de mi pueblo, el pastor, mi zurdo compañero de pelota. ¡Lo
iba a dejar morir con 19 años....!. Me lo eché al hombro. Conseguí llegar al
hospital de campaña en el sanatorio antituberculoso. Le sacaron la metralla de
las piernas, pero apenas si le quedaba sangre. El mismísimo doctor Negrín
preguntó. -¿alguien quiere prestar su sangre al compañero....?. Me remangué la camisa y le ofrecí mi brazo. Me senté al lado de la camilla.
Conectaron mi
arteria a su vena. La mía roja entraba en la suya azul y le daba vida. Sus ojos
se abrieron y me sonrió.
Curado, le
dieron permiso, pero no pudo volver a casac el pueblo había quedado en la zona
nacional. Unas milicianas paisanas, “las Pradeñas”, que servían en Madrid, le
dieron albergue en “su casa”, un palacete abandonado por sus dueños el día
antes de empezar los tiros. Recuperado se incorporó a mi lado en la defensa de
la capital con el frente establecido cerca de la Ciudad Universitaria , y nuestra amistad llegó al extremo de la absoluta fraternidad.
Éramos los primeros cavando trincheras, retirando heridos, defendiendo la
posición, disparando sin odio. Sabíamos que del otro lado había ¡tantos
muchachos del pueblo!.......... Nuestra idea del diálogo había fracasado. ¡Eran
tan irreconciliables las posturas.......!. Estábamos inmersos en una guerra que
no queríamos.
Él seguía
amando los valores tradicionales: la familia, la propiedad privada, sobre todo la pequeña,
siempre que cumpliera una función social, la religión,..... . Estaba convencido
que, aunque el gobierno de la
República consiguiera derrotar la sublevación, no se iba a
reinstaurar la democracia burguesa, sino la “dictadura del proletariado”, el
Comunismo Soviético, y eso iba contra sus convicciones profundas. Coincidíamos
en el afán de progreso y de justicia social. Yo me temía que de triunfar los
facciosos iban a aplastar las libertades, a mantener los privilegios de los
ricos, para lo que se estaban matando los de las pequeñas clases medias, casi tan proletarios como nosotros.
Una
noche de aquel lluvioso mes de noviembre,
me despidió. Sabía que no le iba a delatar. No le puede convencer.
Disimulamos nuestro cuchicheo en la trinchera ante la ronda de un Comisario.
Cuando los altavoces del otro lado comenzaron su prédica, apeó el fusil, se
apartó alegando necesidad fisiológica, reptó entre charcos y matorrales,
esquivó ráfagas, respondió al alto del centinela con un: -¡No dispares que soy de los vuestros!-. Llegó a las trincheras del
otro lado. Encontró a algunos del pueblo, ya movilizados por la fuerza, que le
sirvieron de salvaguardia. Escribió a casa. Contó lo sucedido, y cómo yo le
había salvado la vida. Sus padres llevaron a los míos el primer queso de la
paridera de aquel invierno.
La guerra siguió su curso trágico. Por otro
del pueblo me llega la noticia de que han fusilado a mi madre. Aquello me
enrabietó más, pero no caí en la tentación de la represalia. Yo ponía mis dotes
físicas y humanas al servicio de los demás. No escatimaba esfuerzos. Resulta
que tenía cualidades de organizador. Los mandos se fijaron en ello y me fueron
ascendiendo de categoría. Llegué a ser Teniente del Ejercito Republicano.
A Laureano a la
segunda ya no le pude librar. Cayó en el frente de Aragón. Sus padres
consiguieron llevarlo a enterrar al pueblo. Los míos también le velaron.
No quise huir en avión,
al exilio. ¿Por qué? Si yo tenía las manos limpias de sangre si no había
querido aquella guerra, si no odiaba a los “vencedores”, entre los que había
tantos “Laureanos”. Me entregué en Madrid. Me hicieron prisionero. Pensé serían
unos días, pero se pasaron unos meses, temiendo ser “llamado” cada madrugada,
por “culpa” de aquellas estrellas en la
bocamanga.
Y lo fui, pero a media
mañana: El tío Tobo que tenía la “gloria” de un hijo “caído”, uno de los veinte
que pusieron en la fachada de la iglesia, lo había conseguido. Nada más, por mi
padre, saber de mi paradero habló con el
Alcalde, éste fue a la capital y tocó todos los palillos. Mi principal
credencial haber salvador a mi zurdo compañero de pelota.
Aquella llamada
era para darme el salvoconducto y un
billete de cinco duros.
Cogí el tren hasta Zamora. Me
ahorré lo del coche de línea hasta el pueblo, pensaba marchar andando, ¡total
once leguas....!, pero tuve suerte: en la estación estaba el carromatero
Bernardo Sampedro.
Las diez
horas de traqueteo, muchos tramos los hacíamos andando, dieron todo de sí.
Primero escuchó mi peripecia. Vio que volvía sin odio, los
acumulados en la cárcel se habían disipado con la libertad, y, a la vez con
esperanza y temor. Me tranquilizó:
-Ahora el
que manda es “Cobera”,
(era un hombre joven que araba algunas
tierras propias y otras en colonia, con
su par de mulas, que vivía de su trabajo). Le hicieron alcalde en el 37 y,
desde aquel día, se acabaron las detenciones. –“Ha puesto a raya a los señoritos. Todo lo más que hayas de ir a Misa
los domingos.
Su relato
confirmó el horror que suponía y del que tenía noticias confusas: Además de a
mi madre, habían fusilado a Mecos, Garibaldes, Manojos, Gatos, Julia “la Baldomera ”, a Froilán esterero, que era un santo........
. Los contamos: veintisiete en total De
los que llevaron al frente, veinte no volvieron vivos: Un muchacho del aguardientero, un “Lenteja”,
un “Lizondo”, un “Lagunero”, hijo de la señá “Ustaquia”..... Laureano “El Tobo”,
mi zurdo compañero de pelota,....... .
¡Cuántos sin regreso, que ya no se henchían del azul, ni de los trigos cereños, de los
barbechos en tercia, de las torres de sus pueblos a lo lejos, de las cebadas
pidiendo la hoz....! ¡Cuántas caricias de madre, de novia, cuántas charlas de
amigos perdidas...!. ¡Cuántos pulmones cerrados a ese aire con olor a mies, a
tierra, a nube que me reconfortaba....!
Llegamos entre dos luces. En
tres años y medio el pueblo, las casas,
las calles, seguían igual. Sólo ranas y grillos querían romper el silencio de
la resaca de la borrachera de odios. Rodeé por las afueras para no encontrarme
con alguien. Padre, recién llegado de regar con el cigüeñal el cacho huerta, gracias a la cual
subsistieron, descansaba en el poyo del corral, mi hermana repartía el “cogido”
entre el marrano, las gallinas y conejas.
“Cuca”, al verme, miró al
cielo y exclamó: -¡gracias Señor!. Su
abrazo quería ser infinito.
Extenuados de lágrimas sus ojos,
sólo sabía decir, ¡para qué más!,: ¡¡¡MATARON
A MADRE, MATARON A MADRE!!!!.. Padre extendió sus brazos sobre ambos.
Aquellos huevos, fritos con unos palos en
la lumbre, aquel chorizo que madre guardaba para nuestra vuelta, aquel pan de
varios días, la lechuga del huerto,... aquélla cena con mis padres, fueron un
manjar del cielo, reconfortaron mi cuerpo y mi alma.
Lo primero, al día
siguiente, la visita a los padres de Laureano. Estaban abatidos. Era el único
varón. Le seguían tres hermanas: -“ya
sé que no le puedo suplir, pero me ofrezco como su segundo hijo....”.
En los días que faltaban hasta
la feria, puse con mi padre, la huerta en orden. Por la noche salía al fresco
y, en la vecindad, fui bien acogido. No andaba por el pueblo, evitaba los
encuentros, pero si los había daba el pésame sincero a los unos y a los otros.
Rehuía encontrarme con los que confeccionaron las “listas”, en las que metieron a madre, pero
si ocurría, ni ellos demostraban altivez, ni yo miedo. Más que mi odio, tenían
mi desprecio.
Salí a la plaza
el 21 de junio. Aquel año volvió a celebrarse la feria, sin fiestas. La vida
seguía. La recolección, encima. Era necesario ajustar agosteros, reponer algún
trillo, tornaderas, redes o bieldos. Tuve varias ofertas. Aún recordaban mi
fama de buen trabajador. Entre los cincuenta muertos, los encarcelados, y los
no licenciados, escaseaban los braceros. Ninguno de los manchados se atrevió a
acercarse a mí. Me ajusté a mantenido, por cien duros los 90, días en casa de “La Viuda ”. Ya había trabajado
en el 34 con su marido “Candidín”. Trataba muy bien a los obreros. Si caían
malos les daban leche y les pagaba igual al jornal. A los mozos de año de toda
la vida en su casa, cuando ya no valían, si no se habían muerto, los entretenía
de serviciales, para que no les faltara la comida.
Cuatro
mozos y cuatro agosteros hicimos aquel verano, casi todos recién licenciados.
No nos faltaban las discusiones y bromas de las que yo era la agradable
víctima: A mi sólo me quedaba lo de Guadalajara que, además, los de enfrente
eran italianos, pero menudo cachondeíto con lo de “no pasarán”. El trabajo era
alegre, redentor. ¡Había tanto niño, tanta mujer, tanto anciano esperando ese
pan que recolectábamos...!. La relación entre amos, criados, criadas, cachicanes, era fraterna y la alegría indisimulada. A mí empezaron a llamarme “Capitán”. Me
ascendieron de categoría.
Cuatro fiestas
en los noventa días: el 18 de julio, hubo un acuerdo tácito entre los no
adeptos. Ninguno fuimos a cantar “El Cara al Sol”. Cobera aplacó a los
exaltados: -“¿ qué queréis?. ¿fusilar a medio pueblo?. Ya hemos vencido,
ahora hemos de convencer. Es la hora de la reconciliación”. Alguno sí fue a Misa el día de Santiago.
El día de la Virgen
y siguiente las vacas volvieron a correr
por La Solana
y las muchachas, no de luto, fueron a la plaza.
Acabado el
verano seguí de lagarero y sementerero.
En el invierno anduve a la piedra.
El día de Nochebuena, puesto que no me obligaban,
decidí ir a Misa del Gallo. Mi madre nos llevaba de niños. Además el
mensaje de paz del hijo de María y el
Carpintero, ¡sintonizaba tanto con mi estado de ánimo.........!.
Cuando volvía de adorar al
Niño (el Cura al dármelo a besar me había sonreído), descubrí lo más bonito de mi vida: el rostro, los
ojos, la sonrisa de Rosario-
Era
la mayor de las tres hermanas de Laureano, la que le seguía. En los cuatro años
había pasado de niña a mujer. Había madurado como espiga sin argaña. Su dulzura
realzaba su belleza pálida. En el 37 marchó a curar heridos de los frentes.
Recién había llegado.
Al día siguiente se abrió el
baile y, aunque de alivio, fue, con las amigas. Al enlazarnos para bailar, aun
curtidos por una guerra, éramos dos niños temblorosos. ¡Con qué ganas se
hubiera refugiado a llorar sobre mi pecho....! En el baile no lo hizo, pero sí
al salir en el primer rincón que encontramos.
A sus
padres se les abrió el cielo con nuestro noviazgo. Despreciaron el comentario
de la vecina sobre que yo era de menos categoría por ser jornalero y ella
pastora. Nos casamos a la primavera siguiente. Suplí al hijo que les faltaba.
Desde
febrero yo trabajaba en la huerta de “Lentes”, en Villamayor. Era grande.
Estaba a la entrada del pueblo, tenía noria y muchos frutales; una casa, sombreada por parras la portalada,
con pocilga, gallinero, cuadra, tenada y un cacho corral. La habíamos
adecentado. La ocupamos al día siguiente de la boda. Nos prestaron un carro
para llevar los cuatro enseres. La fuimos llenando de amor, de ternura y de
hijos.
El jornal era
escaso, pero teníamos asegurada la vivienda, la lumbre con los palos de la poda
y los restos secos de la huerta, la luz, el agua de la poza y las viandas:
hortalizas y fruta en abundancia, el marrano, gallinas, conejos y una cabra que
ayudaba a Rosario en las lactancias. A los mendigos que llegaban por allí no
les faltaba la limosna, un poco de sombra y un vaso de agua fresca, o el calor
de nuestra lumbre..
Nos integramos en el pueblo. Del nuestro
llegó el apodo de Capitán. Los niños iban a la escuela. Yo volví a jugar a la
pelota y después a la chana. Así que pude compré una radio que cogía la emisora
de París y la Pirenaica ,
por la noche bajico y sin peligro porque
vivíamos fuera del pueblo. ¡Cuánta alegría la derrota de los Nazis...!, como
después, vista su trayectoria, la caída del Comunismo. El Maestro nos dejaba
libros que, como todo, Rosario y yo compartíamos.
Entre todos
levantamos a España de la ruina. Fuimos consiguiendo las conquistas sociales y,
por fin llegó la democracia. Mi idea de que cada uno trabaje lo que pueda y
reciba lo que necesite, casi es una realidad en este estado de derecho.
La perdida de Rosario,
joven aún, fue un desgarro en mi vida.
El cariño de los hijos la ha compensado, pero, como todos emigraron, al verme
tan solo, fui con ellos al País Vasco. A mi nietico mayor, Guardia Civil, allí
lo asesinaron.... .Su muerte, el hachazo irracional de “la culebra”, no la he
superado. Son una lacra pestilente en el océano de paz de mi vida. Esa
barbarie, esa sinrazón, afianza más mis ansias de paz. ¿Conocerán ellos la
dulzura de nuestra vida pacífica en la
huerta de “Lentes”....?
En aquella
charla con Remedios, la pequeña de mis cuñadas, “arreglamos el mundo”, para
buscar la paz que ha de ser hija de la justicia, nosotros, los del primero,
deberíamos vivir con un poco más de austeridad; privándonos de lo que
derrochamos contribuiríamos a un orden
social mundial más justo y a no destruir el planeta. Unos ciudadanos bien informados, éticos,
coherentes, no consumistas, acabarían con los grupos de poder, que hoy son los
económicos y los medios de comunicación. Que todo el poder, basado en la razón
y la justicia, dimane del pueblo, que prácticamente de acuerdo los partidos en
el modelo económico social, elegirá a
unos gobernantes limpios y honrados, siendo esos criterios éticos y de eficacia
de gestión el aval de su elección, en ese Estado liberal social.
Remedios,
antes de enviudar, arregló y conserva la casa de sus padres. Es diez años más
joven. Se vale bien y yo no estoy achacoso. Después de la fiesta decidimos
juntar, en el último tramo, nuestras vidas y nos hemos quedado en el pueblo. Aquí
se saborean mejor los recuerdos y las nostalgias.
Repican las
cantarinas campanas de las Monjas.
Vuelve a ser Nochebuena. Ni sé cuántas van ya.
La Iglesia
está cerca. Nos abrigaremos. Remedios y yo volveremos a la Misa del Gallo del dos mil,
que me hará revivir la del 39, la de Rosario.. El mensaje del Niño ¡es tan
coincidente con lo que mamé en el hogar!.
Su Sermón de la Montaña ,
¡tan coincidente con lo que ha querido ser mi vida.....!.
¡Además!, el
autor de una Doctrina tan fraternal,, ¿por qué no puede ser Divino? Y ¡qué
sentido tiene esta vida si no....!. y, ¿por qué no, cuando se cierren mis ojos
a está luz, no puede aparecer Él radiante,
tras el túnel de la muerte, acogiéndonos en la infinita Paz......?.
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P.D.- Espero esté gozando de
esa paz.