viernes, 5 de febrero de 2016

EL REENCUENTRO DE TITO CON TODA SU FAMILIA.



                               EL REENCUENTRO DE TITO CON TODA SU FAMILIA.

            No he conocido a otra persona tan cariñosa y que le diera tanta importancia a los vínculos familiares.

            Su primer interés fue conocer si quedaban hermanos de sus padres. 

          Vivían todas las hermanas Chimeno. De los Modroño quedan Teófilo y Candelas. 

          Visitó a Canuta, en la calle Espino y a Josefa en la del Oso. Se reunieron, hijos, nietos de todas. Hubo muchas reuniones familiares.

          No ha mucho, y ahora no la encuentro, he visto una foto hecha en el corral de casa. Sentadas en sillas, de negro y con el pañuelico (aunque Josefa y María no llegaban a los 70 años, si bien las tres viudas, están las tres hermanas del pueblo. Están Carmen y Nana; los cuatro Modroños, mi madre, y sus tres hijos, niños entonces, Manolita; “Muralla” con cara de pillo; creo también Antonio y Gil, los de mi tío Antonio y Lola. Goyo y Manolo no habían nacido…También anda por ahí otra foto sacada en la era de "los Camilos", que estaba en el lugar donde ahora se levanta el "Hostal Riesco".

            Viajó a Zamora a conocer a tía Eugenia, marido e hijos. Paró en Torres del Carrizal para abrazar a Teofilo Modroño, Sabina Ortega y la numerosa descendencia. No sé si en ese primer viaje o en alguno de los siguientes, se llegó hasta Burriana, en Castellón, para abrazar a Alfonso Martín Chimeno, hijo mayor de tía Eugenia…

            Los días de su estancia en la villa fueron una fiesta completa. Yo me peleaba con mi hermano y primos (mi hermana, con Manolita, tenía plaza asegurada) para podernos montar en el Cadillac. La verdad es que del trillo, la burra topina de abuela Ana, y el carro, únicos vehículos utilizados, al “haiga”, había mucha diferencia.

            Sucedió que por aquellos días venía Pacucho licenciado de la mili en Oviedo. Llegaba hasta Villanueva del Campo en el “tren burra”.  Mejor irlo a buscar en el cochazo a que viniera andando. Y darle la sorpresa. Yo gocé de aquel viaje por la polvorienta carreterilla. Así vi el tren por primera vez. 

         En Villanueva por aquellos años, al amparo del ferrocarril, funcionaban dos fundiciones de no sé cuántos obreros; la más importante propiedad de Luis Redondo, “Choriza”, hijo del Sr. Nino “el Narigón”, tío de  “Requeté”, suegro de Cecilio Áres. Por aquel entonces su población se acercaba a la de Villalpando, cerca de los tres mil h. Ahora anda por los ochocientos y pico. Así, de pasada, buen negocio construir chalets para vender en ese pueblo. He visto anunciar uno, procedente de embargo, sin estrenar, por 20.000 euros. Sé que lo dan por menos.

            De Villanueva llegó el coche lleno de polvo. Al día siguiente cogimos calderos, bayetas y lo fuimos a lavar al caño de Santa María.

            Lavado, reluciente y seco, íbamos por la carretera de Rioseco, ya no recuerdo si a casa de tío Antonio, o de mi padre, donde ahora, en la carretera de Madrid. A la altura de la era de “Chabolo”, donde ahora están “Las Malvinas”, o por ahí, nos adelanta una moto, puede fuera una “Montesa” de aquellas, de las más grandes de entonces, con dos ocupantes.

            Irrumpen, desde la estrecha carretera de Rioseco, encajada entre eras más altas del uno y del otro lado, más la  “casilla”, en la también mucho más estrecha general, sin la visibilidad actual, ni mucho menos. Irrumpen, digo, dirección Benavente, (era jueves e iban al mercado) sin pararse, cogiendo la vuelta a toda la posible velocidad. No existía la señal de “stop”. Pasaban muy pocos vehículos.

            De pronto oímos el chirrido del freno, el ruido del choque y, desde el morro del camión, vemos (un Leylan de los primeros pescaderos de Galicia a Madrid) tres objetos que vuelan: dos hombres y la moto que fueron a caer contra unas segadoras a reparar en el taller de Los Carbajos, cerca de la esquina con el arranque del camino de Canillas.

            Conducía la moto el pocero Damián González, padre de Ismael el de “La Granja”, que era de Villafáfila. Llevaba detrás a un hombre más joven, Máximo, hermano de Carlos, el de los ajos, esposo de  Goyita de Caso, padre de dos niñas pequeñas.

            Tito paró, salimos del coche. Me aterró la imagen que no quiero describir, fue dañina para un niño tan sensible. La reacción de Pacucho fue la de marchar corriendo a buscar a D. Cayo para que les pusiera la “extremaunción”. Yo le acompañé, y ya no volví.

            El pocero quedó con algo de vida. Lo metieron en el coche de Tito, sin temor a que se lo manchara de sangre, entre Quines, "el herrador" y Pacucho. Corrió todo lo que permitía la carretera. Recuerda Quines que los árboles pasaban a gran velocidad. a Benavente,  llegó sin vida.

            Pido muchas disculpas a los familiares de Máximo y Damián (con sus hijas y el esposo, mantengo una buena amistad, y con Ismael y su familia, ni les cuento), por si les resulta doloroso este relato, que borraría a la menor indicación.


            He narrado el anterior suceso porque va muy unido a esa primera llegada de Tito, y porque habla de su inmensa generosidad.

               Será más grato lo que les cuente, s. D. q. en el próximo.

1 comentario:

Gracia dijo...

Me está encantando todo lo de Tito, mucho de lo que estás contando no te lo había oído contar nunca.
Espero que tengas para muchos capítulos más.

Gracia