David en la estancia San Eduardo, fundada por Tito, recordando San Roque.
WALDINO
CHIMENO MODROÑO, EMPRENDEDOR, BENEFACTOR.
Él,
como todos sus hermanos, cada día recorría quince kilómetros para ir a la
escuela. Bien pronto los mayores guiaban la carreta, o si no a pie. Estudios
primarios y ¡se acabó! Los Institutos y la Universidad quedaban muy lejos. Tito
aprendió en la universidad de la vida. En las lecturas. Poseía una amplia
cultura.
Muy
joven comenzó a trabajar. Primero en el campo, en la estancia de Vizcaino,
marido de su hermana mayor. Después, a medida que los hermanos mayores se iban
independizando, en el negocio familiar. De la modesta alquitara su padre había
pasado a instalar las grandes destilerías CHIMENO, rectificadoras de alcoholes.
Se
casó a los veintipocos años con Rosita, bella hija única de ascendencia catalana, Tremp,
provincia de Lérida, cuyos abuelos habían instalado en San Rafael, lo que allá
llaman una cochera, y acá funeraria. Lo de cochera es por los suntuosos, o más
humildes coches fúnebres de caballos que utilizaban, y siguen utilizando.
No
fue consuelo alguno utilizar el más pomposo y el mejor tronco de percherones
negros para enterrar a su hijo, Eduardo.
((Puede
conserve la desgarradora carta en que nos contaba el accidente. El chico,
engendrado en Villalpando, en esta casa, cuando el primer viaje, andaría por
los veinte años. Había ido a llevar a su “departamento” a un amigo. Aparcó,
bajó, abrió la puerta de atrás, metió un brazo y la cabeza para “agarrar” un “pullover”
que iba a regalar al amigo. Vino un camionero (“bestia humana, pero vive”,
dijo Tito),de frente, le dio un golpetazo a la puerta abierta, que lo aplastó)).
Cuando
todavía aquí las labranzas y las ganaderías eran mucho más pequeñas que las
actuales, me encantaba preguntarle por sus propiedades en la provincia de
Mendoza.
No
era hombre vanidoso. No le daba importancia
a lo conseguido. Pero a mí me asombraba.
Después
de aquel tercer viaje de cuando padrino,
hubo muchos más, sobre todo una vez jubilado, delegados todos los cuidados en
su hija Manolita y en sus nietos “Jose” (éste estuvo en la boda de nuestro hijo
Jesús) y Lorena, pasaban largas temporadas en casa de Carmen y Nana. Fue en aquellas cuando ya manteníamos
largas y deliciosas conversaciones.
Por
otros familiares de allá teníamos noticias de lo que él no contaba. Así yo le
iba preguntando y sonsacando.
Residían,
según invierno o verano, en la vivienda sobre la cochería, Comandante Salas,
240 (recuerdo la dirección de cuando nos escribíamos) o en la quinta, “La Florida”, en las afueras
de San Rafael, doce hectáreas de frutales, viña y flores, con vivienda amplia y
cómoda, pero sobria, sin ostentación.
Èl
de lo que más nos hablaba era de la estancia. Finca ganadera que, trabajo me
costó, llegué a saber era de 38.000 has. Tres mil ochocientas vacas madres, una
por cada ha. No sé cuántos kilómetros de alambradas. Las del perímetro y los
distintos cuarteles. En cada uno un pozo con su bomba movida por el viento,
como los que vemos en las películas del oeste. Por supuesto: casas para los
vaqueros, cuadras para los caballos, almacén, embarcaderos, etc.
Los
chotos, a los cinco meses, los llevaban a cebar a otra finca en La Pampa. Otros
cuantos cientos de has., donde cogen a seis o siete mil kilos de trigo sin
mineral. Cuando el precio en el mercado mundial es bajo, le dan el trigo a los
chotos. De todos los modos los ceban con productos de esa finca: cereales,
soja, forrajes.
Las
hectáreas de viñedo se me han olvidado. Ya les contaré, hablando del otro
Chimeno, Julio, sobrino, quien también nos visita, cómo son esos viñedos.
Algo
admirable en Tito era su sentido de cultivar los vínculos familiares, y, aunque
nacido en la Argentina, su querencia a las raíces paternas, por ello pasó aquí,
mientras pudo transitar por los aeropuertos, tan largas temporadas.
Buscó
direcciones y visitó a todos los primos carnales, tanto Chimeno, como Modroño,
que le quedaban. En una de sus últimas venidas organizó una fiesta, que
celebramos en el patio de las monjas, a la que invitó a los primos carnales
supervivientes, y a los hijos y cónyuges de éstos. Fue la última coincidencia
entre primos segundos.
Invitó
a su residencia: primero al primo más primo, casi hermano, vivo, mi tío Antonio
Modroño Chimeno, y a Lola. De ésta procede mucha de mi información; luego a sus
sobrinos, casi de su misma edad, Carmen, Nana y D. Primitivo Gutiérrez Chimeno.
A éste los vistieron de guancho y lo hicieron montar a caballo. Hemos visto
fotos y vídeos. El caballo era un santo.
También
acogieron muy bien a nuestro hijo David, objetor de conciencia con el padre
Leoncio. Hasta algún hijo de primo carnal sencillo, no doble, como nosotros, se
aprovechó de esa hospitalidad.
¡Cuánto
nos insistieron a Sari y a mí para pasar allá con ellos un temporada, para
visitar los restos de las chabolas donde se instalaron nuestros abuelos…!
Tito
fue un benefactor social. Quienes trabajaban en sus haciendas eran como de su
familia. En ellas su jubilaban.
Como pueden imaginarse, siendo tía Lola
hermana del padre Leoncio Herrero, al poco de pisar éste aquella tierra, se
puso luego en contacto con D. Waldino, quien, muy generosamente, ayudó a las escuelas
de Fátima en villa Soldati.
Por
tantos recuerdos, por tantas vivencias, por tanto cariño he querido rendir
este sincero homenaje a nuestro Querido “Tito”.
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