sábado, 16 de enero de 2016

OTRA MONJICA MENOS. (II)



      Veíamos por el anterior capítulo que la huerta, el cerdo, las gallinas y la vaca eran la base de su alimentación. Insuficiente, no obstante, para las cerca de 30 hermanas. En los años de la escasez ellas tampoco se libraron del hambre. En situaciones extremas pedían a las familias pudientes del pueblo.

    Hambre, por necesidad y por penitencia. Observan con rigurosidad todos los días de ayuno y abstinencia; frío, trabajo, oración... Esta es la ascética de las religiosas contemplativas que las lleva por el camino de la mística para conseguir la unión directa del alma con Dios. En algunos casos se producen las visiones o éxtasis místicos en que, quienes acceden a ese privilegio, experimentan momentos de dicha inefable, un anticipo en la tierra de lo que será el goce celestial. Santa Teresa, San Juan de la Cruz, nos los han relatado: -"y tan alta vida espero, que muerto porque no muero".

  ¡Bueno! No quiero meterme en más profundidades. Sí, en cambio, les manifiesto que por las clarisas, sobre por éstas, siento mucho cariño, ternura, admiración, cierta compasión cuando pienso en esas mortificaciones, sobre todo la de los maitines, ya, gracias a Dios, no practicada. Al tiempo me consuela comprobar su constante sonrisa, su alegría. Unas caras que sin mejuges llegan tersas a la ancianidad. La longevidad es característica de las monjas...

   Ya sólo quedan ocho en este monasterio. Y, gracias al refuerzo de las dos salmantinas, chicas guapas, universitarias, con un brillante porvenir terrenal.

   Esa es la tónica general de todos los conventos en España. Salvo una gozosa excepción: "El milagro de Sor Verónica" .

    El año 1984, una chica de 18 años, de preciosos ojos verdes, cursando primero de medicina, hija de familia de clase media en Aranda de Duero, la menor tras cuatro varones, alegre, salía, tocaba la guitarra, iba a las discotecas, jugaba al baloncesto, María José Berzosa, ingresa en el monasterio de Clarisas en Lerma (Burgos), donde había, todavía veinte hermanas, mayores en su mayoría.

    Ésta, quien toma el nombre de Sor Verónica, revolucionó el convento. Ya en el 2009 habían ingresado más de cien novicias. Todas jóvenes, universitarias  y de Madrid, en su mayoría. Parecía que aquello se iba a desinflar, pero perdura. Como no cabían en el convento de Lerma, consiguen que los franciscanos les traspasen el monasterio en el cercano pueblecito de la Aguilera. Doscientas catorce monjas hay en estos momentos entre los dos edificios, si bien formando una sola comunidad, cuya abadesa en Sor Verónica.

    En 2010 se escindieron de las clarisas, fundando una nueva orden, denominada "IESU COMMUNIO". Su hábito, falda azul, chambra de color más oscura y pañuelo del mismo que la falda, son de tela vaquera. No observan la rigurosa clausura. Tocan guitarras, cantan, trabajan, pero no se salen de la ortodoxia. Los papas han bendecido su orden.

    Cada poco profesa una nueva novicia, la última el pasado 15 de diciembre. El ceremonial una auténtica fiesta.  Existe lista de espera para entrar en el convento. Para esas y otras fiestas llegan autocares y coches de todas partes. Su nueva iglesia de madera, en forma de barca invertida rebosa de gente, de música y luz celestiales. Fue en casa de Mari Miranda, en Cañizo, donde tuve noticia de todo esto. Ellos ya han disfrutado de aquello.

   Como siempre le ando buscando soluciones a todo, ya se lo dije a Sor Inmaculada: debían contactar con Sor Verónica para crear una franquicia de "Iesu Communio" en este convento, en cuyo arreglo se han invertido tantos millones, que está tan nuevo y cuidado...

    No perdamos la esperanza.

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