LA OTRA HISTORIA DE VILLALPANDO. (V)
Como por fin, pasados dos meses
de haberlo solicitado, he tenido acceso al libro de actas municipales desde el
1902 al 1906, continuamos.
No
existe, en las mismas, alusión alguna a los sucesos de las algarroberas que nos describe Álvarez
Buylla. Únicamente hay un acuerdo plenario del 2 de abril de 1903 en el que, “para atender la petición de trabajo y jornal
de la clase obrera, tan necesitada, se acuerda, en los presupuestos una
partida de 1.049 pts. para realizar trabajos en las tapias del cementerio”. Con ello se podrían dar dieciocho días de jornal a 40 obreros.
Es
alcalde en ese momento Pío Alarma Candamio. La primera referencia escrita que tenemos de este señor es del 21 de
septiembre de 1879, cuando inscribe en el Registro Civil a una sobrina suya,
Matea Luna Alarma. Por aquel entonces era teniente de infantería. Sus padres
eran de Valderas. Desde niño he tenido referencias de este Pío Alarma, fue, de
forma intermitente, muchos años alcalde, y de buen recuerdo. Como siempre vivió
en la villa, calle Zarandona, suponemos se licenciaría del ejército. También
que fuera padre tardío, ya que conocimos a una hija, quien pasó el final de su vida, no mucho tiempo, en esta
Residencia. Otro de sus hijos murió combatiendo en la División Azul.
Al año
siguiente ya es alcalde Baldomero López, a quien suponemos padre de Dª María
López, casa de la calle Zarandona donde tuvo la tienda Amparo de Anta. No he
investigado cuál sería el sistema de elección de alcaldes y concejales. De un acta a otra cambian muchos nombres, sin que haya una aclaración.
Hay plenos a los que asisten doce o trece hombres, unos como concejales y otros
como asociados. También convocatorias en que no se celebran los plenos por
falta de quorum.
Además
de los dichos, los nombres que más se repiten son los de Máximo Cañibano, (abuelo
de los actuales Cañibano); Mariano Rodríguez,
(“El Triguero”, suegro de D. Tomás Toranzo,
abuelo de los Toranzo y de los Ortega Rodríguez) ; Ezequiel Baltero, dueño
del tejar que existió junto a “la Fuente”; Vicente Conejo, dueño de la casona de la plaza
de Santa María. Aunque los citados pertenecían a la clase pudiente no eran de los
más señoritos terratenientes. De las dos “casas” más grandes, Ángel Mazo
Linacero en la plaza Mayor y Teodoro Núñez en la calle Real, nadie aparece.
Nos
encontramos con otros hombres, por los apellidos, fáciles de localizar: Benigno
Caramazana (bisabuelo de los actuales “Beni”, Isidoro, etc.); Macario Alejos, seguro
padre del Sr. Alejandro “el Sombrero”, bisabuelo, por tanto de “Jandrito” y
Luis; un Crisanto Méndez, abuelo de Emilio Méndez; Crescencio Fernández, abuelo
de “Chencho”, el herrero, etc…
Me
resultó muy grato encontrar la firma de Pedro Chimeno Margallo (entonces, los
que sabían, firmaban con su nombre y apellido bien clarito, no con un garabato
como ahora). Tenemos su foto matrimonial en casa; es uno de mis bisabuelos,
abuelo de los Boyanos, Modroños, Martín, Espinacos; Chimeno. Aún le quedan varios
nietos en España, y uno en la Argentina, mi padrino de boda, Waldino Chimeno
Modroño, el menor de los nueve descendientes del hijo mayor de Pedro,
Primitivo, y María Modroño. Perdonen estas disquisiciones familias, que
abrevio. Era un pequeño labrador trabajador hasta anciano, de tierras en renta.
Quiero citar también, aunque sólo la encontré en un acta, la firma de Ricardo Rico, empleado, natural de Fuentes de Ropel y vecino de Villalpando, por ser abuelo de José Ricardo Rico Palencia, nacido en buena cuna villalpandina en 1915; uno de los escasos supervivientes del “campo de trabajo” de Güssen, del complejo de Mautausen. Más datos en “Víctimas de la guerra civil en Villalpando”.
Aparte
de los citados más pudientes, el resto de ediles y asociados pertenecían a la
entonces clase media: pequeños labradores, algún herrero, albañil, comerciante…,
pero ni un jornalero todavía.
Se nota
en las actas la penuria económica y la desigualdad social que asolaban al
municipio, en el que la clase jornalera, sobre todo los hombres, dejaba de
confiar en la “otra vida”, mientras mal vivían en ésta, cuando las limosnas de
las “obras pías” eclesiales no llegaban para remediar tanta miseria.
En el
próximo capítulo la reacción de los trabajadores ante esta situación.
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