martes, 25 de diciembre de 2018


                    REMEMBRANZAS y JUANITO DE PRADA.


De las Navidades de mi infancia me queda el regusto de la fraternidad. Puede que la memoria tienda a idealizar esas fechas en las que parecía imponerse la bondad.
Foto del pueblo: salvo las casas de la carretera de Madrid, todas las demás estaban dentro del perímetro de las Cercas de Santa María, Santiago, San Pedro, Calle Olleros y carretera de Rioseco, apretajudicas, como para darse calor, unas contra otras las de los jornaleros, pastores, hortelanos y pequeños labradores-. Sólo en la plaza había una de tres plantas, donde estaba el teléfono.
Densidad habitacional muy mal repartida; dentro del recinto dicho existían solares, con una, o ninguna, vivienda. Las veinte y pico clarisas, ahora ocho, tienen una manzana entera para ellas, en la que estaba incluida, además del caserón de convento, la huerta, cuadra, pocilga, gallinero. Las Escuelas de Villa con su patio y los restos del Convento de Santo Domingo, convertido en cárcel, después el “Cuarto Churro”, otra manzana sin casas.
La manzana entre la calle de la Fuente, frente al convento, Silera, Angosta y un trozo de la Ronda de Santiago estaba ocupada en el noventa por ciento, por la casa, cuadras, cabañales,… de los Curreros y un herrenal tapiado que mi familia permutó con Nino Allende. Es donde ahora está la casa de Julio, Celeste y la de Javi Núñez. Adosadas a esa superficie estaban las casas de las “Cabritas” y Carrisia en Silera. Luego, a la vuelta cuatro o cinco casicas pequeñas, pues la de Lola y Tomasín Allende, también ocupaba un buen solar en el que pudo incluso construir, además de cuadra para vacas, nave para pollos.
Entre las Cercas de San Miguel, calleja del Velón y calle Olleros había un herrenal, que compró el Sr. Manrique a Fernando el de la luz, ahora urbanizado.
Más las iglesias, el Sindicato, el Ayuntamiento… Luego, en el resto, fíjense que juntica estaba la gente, los dos mil ochocientos entre niños, jóvenes, (mayoría) de media edad y los pocos viejos las mulas, ovejas, marranos, gallinas y conejos; pajares, tenadas…
¿Calles mal asfaltas?: las cuatro del centro; en las demás, como dos, o una acera. Casas de barro, calles de barro, polvo en verano, carámbanos en invierno;  tobas en muchos techos; la lumbre de paja, unos palicos y estiércol; los cántaros, la palancana, el orinal; no en todas, la camilla con sus faldas y el brasero de cisco.
La vida en el pueblo se concentraba entre la Plaza Mayor y la de San Nicolás. La mayoría de la gente, al revés que ahora, vivía de la mitad del pueblo p’allá, hacía las Tenerías.
Asocio mis recuerdos de las Navidades infantiles a cómo se animaban las tiendas; en la calle Amargura, entonces la más comercial del pueblo: el bazar de “Las Lizondas”, Agustina y Antonia, donde también cargaban los Reyes Magos; la panadería del Sr. Benigno, siempre calentita, concurrida y con olor a rosquillas; la mercería de Claudio “Santines”, donde de moza, Lola, la de Abundio, cogía raleras a las medías.
Un poco más adelante, pasado un corral de Amadeo, estaba la tienda de mi tío Demócrito. Hoy casa de Elicio Sánchez. Su hijo mayor, Julián, era mi padrino. Por eso, de vez en cuando, al pasar de la escuela, me daba un caramelo. Puede fuera la de más venta del pueblo: FERRETERÍA (puntas, rejas, dentales, vertederas de arados, balancines, sogas, calderos, herradones…; traía el “yerro” de Urbón en Rioseco, otro primo de joven, Jesús “China”) y  COMESTIBLES: aceite, de oliva, que no había otra, a granel. No sé cómo llegaría hasta las dos zafras grandes de chapa que tenía junto a la escalera. Para despacharla usaba un medidor transparente movido por una manivela. De casa llevábamos la zafra o aceitera. Un litro era todo lo más que se compraba. ¡Menudo precio! Se racionaba para el aliño de la lechuga, ababanjas y aceitunas, éstas con vinagre, pimiento y aceite. Para cocinar, la manteca del marrano, o sebo.
Además de aceite y azúcar en la tienda de mi tío Demócrito, se podía comprar arroz y latas de conservas. Todo lo que fuera limpio, y a granel, envuelto en papel de estraza.
Esquina a Amargura y San Nicolás, estaba  la tienda de “El Grillo”, no Ramón, sino el otro mayor. Creo se llamaba Luis, ella creo que era hermana de “Las Pitinas”, donde vendían pescado, fruta, comestibles..., y cromos de futbolistas para pegar en el álbum. A quien consiguiera completarlo le darían un balón de reglamento, que colgaba reluciente de una redecilla en el techo. Ni siquiera Félix “Nitro” lo consiguió aunque era quien más negociaba con los “repes”. A quienes conseguimos casi completarlo, al final a todos nos faltaba “Lesmes”, uno del Valladolid.
Tirando por Zarandona teníamos, a la derecha, hacia la plaza la Tienda de Lucila, también de comestibles y licores. Al otro lado estaba la de Pilar, la de “Capucha”, que abría los domingos, porque además de comestibles, y sobre todo, vendía los “chuches” de entonces: pipas y caramelos, adonde iban a para los dos reales de la propina de todos los muchachos.
También en esa calle, todavía los muy jóvenes, recordaran, en casa y cuarto pequeños, la droguería de Brillantina. Entonces pinturas, y menos papel de pared, poco se vendía. Si, en cambio, mucho almazarrón y anilina. También colonias, fijadores de pelo y brillantina
En la plaza, ¡cómo no!: “los Pedros” (Ernesto y Manolé),  ultramarinos y algo de ferretería, y el ¡Comercio Grande! (Luis, Isaías y Baldomero). Fundando en 1850 era el comercio de la zona: tejidos para sastres y modistas, mantas de cama y campo, sábanas, más tarde ropa confeccionada…; también, en la otra puerta, ferretería, en competencia con Demócrito. Incluso hubo años, cuando el racionamiento, que vendían comestibles. Cuando Baldomero, el último se iba sintiendo mal, tiró no sé cuántas cartillas de racionamiento al contenedor de los Corralones. Cogí unas cuantas. Alguna conservo.
En las Angustias estaba Isaac. Vendía útiles para las labranzas: trallas, varas de fresno,  bieldos, tornaderas, redes de acarrear…; también bicicletas y todo el repuesto, más escopetas y cartuchos de caza.
Y llegamos a la última, la de “los Pedros de Santiago”, milagrosamente superviviente de los embates de los “DÍAS”, “LUPAS”, ALIMERKAS, incluso de “Ámazon”. ¿Qué les voy a decir? Un acierto lo del calendario. Un homenaje que se merece Juanito, un santo, la persona más humilde y buena del pueblo, quien a nadie ha dejado nada a deber y si en cambio bastante a él.
De siempre, fue la más variada. Vendían telas, ropa, botas, hilos, lanas, puntillas;encajes,  puntas, chinchetas, clavillos, martillos, llaves de tuercas, pasadores, picaportes, telas metálicas, carretillos, purrideras, cristales, cuchillos, navajas,  alambre para lazos a conejos, ratoneras, pajareras hasta que las prohibieron.. Parecía como si hubiera habido un acuerdo entre los demás comerciantes para dejarles a ellos en exclusiva el escabeche a granel, bacalao (las bacaladas que tendrá cortadas esa cuchilla) aceitunas, cacahuetes, nueces, aguardiente, latillas de conserva, coñac; pimentón, azufre, piedra lipe,  tripas para los chorizos...
Juanito, además del calendario, se merece que vayamos, de vez en cuando a comprarle algo. Servidor no ha mucho unas botas para el campo.
Entrar en esa abirragada y lóbrega tienda,  es disfrutar del lujo de remontarnos a nuestra infancia. Juanito es el último de la estirpe de los carballeses de Muelas, (los de la señá Petra, los del Comercio Grande) de Donadillo, (los Pedros dichos) gentes tan sobrias como honradas.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Buenas noches Agapito.
Cuánto olvido, desmemoria, ingratitud, desagradecimiento.
Mal de aquellos pueblos que pierden la memoria de los tiempos pasados ( que volverán) de otra manera, pero volverán.
No hay nadie capaz de escribir un gracias.
Claro! de repente en la villa todos se hicieron ricos y olvidadizos.
La riqueza no está en lo que se posee, si no en saber quiénes fuimos y de dónde venimos para saber porqué somos lo que somos y andamos sin brújula para saber lo que queremos ser.
Mil gracias a esa Honradez inquebrantable de Juanito y esos caballos que se afincaron en Villalpando, esa humildad, ese austeridad, ese saber estar sin meter ruido. Esos valores humanos que se perdieron por el orgullo mal entendido y por la envidia revestida y envuelta en el eterno enfrentamiento para no ponernos de acuerdo en nada.
Gracias a esos tenderos del buen fiar, de los cuadernos de apuntar. Psicólogos de las estrecheces, necesidades y el cuasihambre que los desmemoriados no recuerdan y los cínicos son capaces de negar y predicar que jamás existió.
Cuánta discreción sabiendolo casi todo, cuánto trabajo...

Unknown dijo...

Buenos días.

Uno no entiende que no haya nadie en la Villa y comarca que no haga una mención a Juanito y su tienda.
Nadie recuerda su infancia! La magia que se producía cuando traspasabas esa puerta y entrabas en ese colmado lleno de objetos tan diversos y variopintos.
En fin que parece que el personal anda muy ocupado en otros menesteres más importantes.
Quiero hacer incapie en los valores que encierra la persona de Juanito.
Sensato, humilde, hacedor sin meter ruido, sin estridencias, sin alaracas, sin buscar reconocimiento, sin necesidad de tener seguidores en Facebook, creyente, austero. Persona hecha a si mismo y mucho más inteligente de lo que aparenta su bondad exterior.
Lo que no entiendo es que no haya nadie que diga. Gracias Juanito por estar ahí. Por haber soportado, sufrido y a la vez reconfortado a varias generaciones de esta pequeña Villa.
Cuánto cuaderno lleno de apuntes nunca cobrados! Cuántos agradecidos que sin decirte nada no se olvidan de los favores que les hiciste y otros tan olvidadizos como ingratos ni de ti se acuerdan.
En fin la vida misma. Los muebles viejos al sobrado o a quemar.En una sociedad que todo lo tira, no hay un posible reciclaje.
Pido reconociendo para él y su tienda.
Saludos.
Feliz 2019