lunes, 15 de octubre de 2018

UN RECUERDO BONITO DE LA GUARDIA CIVIL EN VILLALPANDO.



      He recogido en mis "historias" actuaciones, siempre cumpliendo órdenes, de los civiles en la villa, como las referidas en la entrada anterior. En ese mismo libro, el de "La otra historia", me he callado otras.

      En el de "Aquellos pueblos", dedico un capítulo, "El cazador furtivo" a una historia entrañable de una pareja de la villa por los años cincuenta.

    Aunque puede que lo haya contado más veces, no me resisto, como homenaje al recuerdo de un hombre integro, Jefe del Puesto de la Guardia Civil en aquel momento, contar el siguiente suceso:

     Puede que ocurriera hacia 1953, yo era niño aún. En la entrada al pueblo por la carretera desde La Coruña, en el arranque del camino de Canillas, volcó un camión cargado de pescado.

      Por aquel entonces no existían los camiones frigoríficos. El pescado se transportaba en cajas de madera, con ramaje de helechos en el fondo y hielo picado encima. Por aquí, en aquellos años, pasaban muchos pescaderos, incluso al Motano le dejaban unas cuantas cajas para vender.

      ¡Bueno!: pues eso:  uno, ¡yo qué sé!, seria un Leyland que ya podría llevar doce mil kilos, de pescado variado, volcó ¡Qué zarracina de sardinas gordas, pescadillas, merluzas, besugos, chicharros... por el suelo! Los dos chóferes, posiblemente propietarios, al menos uno, del camión y del pescado, salieron ilesos y estaban acongojados. Entonces no había seguros. Aquello podía ser su ruina. Todo estaba esparramado en la cuneta, contra la era de los Camilos.

      Antes de que comenzara la rapiña, ya estaba allí el Teniente don Manuel Villa, alto, cetreño, espigado..., leyenda viva en este pueblo, con  efectivos de la Guardia Civil. Mando echar un bando. Miguel el pregonero recorrió el pueblo:

     "De parte del señor Alcalde se hace saber que quien desee pescado, puede ir a buscarlo, con un serillo y un duro, a la carretera Madrí, pegando al taller de los Carbajos".

     ¡Bueno, bueno!: el maná. Las voces se corrieron enseguida por el pueblo. ¡La que se lio "in situ"!: los Guardias fueron organizando la cola. El Teniente Villa remangado, con unas botas de esas negras, de caña,  ajustadas, se plantó en el faldeo del montón y empezó a llenar serillos del pescado, según iba saliendo. Los Guardias se encargaban de cogerlos, devolverlos y cobrar el duro. Si alguna mujerica sólo tenía dos pesetas, no pasaba nada. Así hasta que se terminó la mercancía y solo quedó el renacero de lo despanzurrado, que en la noche y el día siguiente, entre corujas, azores, los gatos de la vecindad y puede que hasta algún zorro, se encargaron de limpiar.

    Al pescadero le dio la recaudación integra, algunos cientos de duros, y le alivió el percance, bastantes familias, por unos días, mataron el hambre, y a las demás no les estorbaba la fresquera llena de escabechado, todo lo que en dos días no dieron a bondo a comer. Hasta perros, gatos y gallinas se pusieron morados a comer tanta tripa y espina.

    El Teniente Villa, con un palizón encima, acabó rebozado de escamas y mugre, pero seguro que con una satisfacción interior impresionante. ¡Qué gesto tan eficaz, altruista, precioso..! 

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