sábado, 23 de julio de 2022

LA VERDADERA MEMORIA DEMOCRÁTICA. (VI)

                                                       Continuamos con Azaña.

            Fue desbordado desde el primer momento. Imposible parar aquella orgía de sangre comenzada en Madrid y Barcelona por los recién armados “milicianos del pueblo”. En la zona donde triunfó la sublevación, tardaron una semana en practicar las primeras detenciones. Así ocurrió en Villalpando. Los primeros detenidos, los que habían salido a esperar a los mineros, no lo fueron hasta el día de Santiago, y no los fusilaron hasta pasados unos meses, tras una parodia de juicio. El terror azul de asesinatos en la retaguardia, sucedió de agosto de 1936, hasta finales de año.

            Don Manuel Azaña, tan humano, sufría oyendo de madrugada las descargas en la Casa de Campo; sufrió enormemente cuando supo del fusilamiento de quien había sido su referencia en un republicanismo democrático, don Melquiades Álvarez; fusilado por milicianos; hubo de soportar el fusilamiento por los mismos autores de dos sobrinos de su esposa. Luego, los “nacionales”, asesinaron a un hijo de su hermano Gregorio…

            Una vez más, tentado estuvo a dimitir. No lo hizo porque quiso defender a su querida república, aún convencido que, desde la entrega de armas al pueblo, había quedado herida de muerte.

            Desde bien pronto él, como Presidente de la República, fue siendo orillado, perdiendo capacidad de decisión. Intervino, no obstante en todas las crisis de gobierno habidas durante la guerra: el cambio en la Presidencia del Consejo de Ministros (Presidencia del Gobierno) de José Giral a Largo Caballero; luego la sustitución de éste por José Negrín; si bien hubo de tragar en el nombramiento de Ministros no democráticos, unos cuantos de la CNT-FAI, anarquistas, García Oliver, entre otros, quien había sido, era, un pistolero; y Ministros comunistas.

            Íntimamente convencido, así hizo confidencias, y está en sus memorias, de que iban a perder la guerra, no dejó traslucir ese desánimo y trataba de insuflar optimismo. Bien pronto, desde el primer momento, él intentó la paz. Sus gestiones, a medida de que los sublevados iban ganando batallas, se intensificaban, buscando la mediación internacional para parar tanto horror. Él decía que no había ideas, ni siquiera la república, que valieran la vida de un solo hombre.

            Vivió con mucha angustia los últimos meses. Llegó a enemistarse con Negrín partidario de seguir la guerra mientras quedara uno solo soldado, esperanzado a que estallara la guerra mundial en la que los aliados apoyarían al ejercito de “la república”.

            Horror y más horror que a don Manuel hasta le minaba la salud. Mandó embajadores a Inglaterra a Francia, a EEUU, actuando ya por su cuenta, al margen del Consejo de Ministros. Pretendía no prolongar tanto sufrimiento, una rendición honrosa (en Madrid eso mismo defendieron, con las armas, contra los comunistas, el coronel Segismundo Casado, Besteiro y un anarquista, ya en marzo del “treinta y nueve”), en la que conseguir evitar la cruel represión que sucedería a la derrota. Pero la obstinación de Negrín y la crueldad de Franco evitaron esa rendición humanitaria, evitando sacrificios inútiles, sin represión.

 No pudo evitar todo el horror del éxodo de más de 500.000 personas; de los campos de concentración, de los consejos sumarísimos arbitrarios; de los asesinatos de miles de izquierdistas quienes, en la mayoría de los casos, todo su delito había sido combatir por sus ideas.

Estoy resumiendo una biografía (Ángeles Egido León) de casi 500 páginas de apretada letra, intentando hacerla asequible a cualquier tipo de lector; por eso evito explicar tanta peripecia, traslados de residencia, sobre todo, citando la principal: su salida de España. Ocurrió el 5 de febrero de 1939. La motivación instalarse en la embajada española en París, desde donde volcarse en el armisticio sin más sangre.

Allí le pilla el reconocimiento del gobierno del General Franco por parte de Francia e Inglaterra. Toma la inmediata decisión de dimitir. Así lo comunica al público congregado, desde el balcón de la casa a que se había trasladado en la ciudad de La Prasle.

En ese discurso vuelve a insistir en sus deseos de conseguir la paz. Las palabras finales del mismo deberíamos recordarlas siempre los españoles. Tiene un recuerdo de esos hombres que “han caído luchando engrandecidos por un ideal, y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor (…) y nos envían el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos.  Paz. Piedad y Perdón”.

Recorre, acompañado de familiares y humilde séquito, distintas residencias. Los alemanes ocupan la parte de Francia en la que residían. Los alemanes aprisionan a líderes de la república que devuelven a Franco, para que éste los fusile, como a LLuis Companys. Escapó con su esposa y los tres ayudantes más fieles, un día antes de que hicieran prisioneras a sus dos hermanas con sus maridos e hijos. Dejaron en libertad a mujeres y niños pero a los dos cuñados, los mandaron a España.

Ya muy enfermo, Azaña, se empeña en levantarse de la cama y telefonear al Presidente de México. A su muy querido cuñado y amigo de toda la vida, Cipriano Rivas Cherif lo habían condenado a muerte, cuando él se había negado a firmar cualquier sentencia (así absolvió a Sanjurjo, por ej.)

Los buenos oficios del Presidente Mejicano, Cárdenas, consiguieron hospedarlos en un hotel en la ciudad de Montauban, bajo la protección de la embajada de Méjico. A punto estuvieron de secuestrarlo agentes de Franco y de Hitler. Estaba ya en coma. A los dos días un 3 de noviembre de 1940, falleció.

Ustedes se imaginan el escarnio, la crueldad de pasear como un trofeo de guerra a un moribundo tan magnánimo como inteligente.

Su bonhomía la demostró durante el conflicto. Aparte de buscar el fin de la guerra, trabajó, y consiguió. el intercambio de prisioneros. Intentó, sin conseguirlo, la liberación de José Antonio Primo de Rivera; al igual que lo había intentado Indalecio Prieto, amigo del líder falangista. Puede que a Franco la interesara menos esa libertad.

Voy a seguir, s.D.q., recordando, sin tanta extensión, a los verdaderamente “buenos” de la historia reciente; voy a rebatir tanta patraña como quieren llevar a ley, incluida la ejemplar transición.

No quedaría completo el bosquejo de la personalidad de don Manuel Azaña, sino aludiera a la faceta discutible de su Constitución del “treinta y uno”.


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