jueves, 21 de julio de 2016

Y EL "NONO" SE HIZO GRANDE.



    Es tan bueno el siguiente artículo de Celedonio Pérez, que he encontrado en "Feisbuk", colgado por  Femi Mazariegos, que aunque él me tenga vetado en La Opinión, servidor no le veta a él en este blog.

     Lejos queda la luna y la vemos sonriente cuando engorda. Lejos la enfermedad y a veces nos toca y se queda. Largura tienen cincuenta años en una trayectoria vital y, sin embargo, en muchas ocasiones el principio del medio siglo se queda prendido en los recovecos del alma y aflora a borbotones como los pinos del Raso. El maestro sabe que lo que más tizna es la punta del tizón, lo más quemado. Nunca olvidará esa tarde. Fue en mayo de 1962. Tarde de estreno en Las Ventas. «Que tengas suerte, Andrés», le espetó muy serio Gregorio Sánchez, el padrino. «Lo mismo digo», asintió Mondeño, el monje torero de sentimiento eterno, testigo. Nervios al enfrentarse al primero de Benítez Cubero. El arte nunca es carro de muchas ruedas y se atora con el barro. En el segundo surgió la fuerza del «Nono», el campesino renegrido con juanetes que bebió en la fuente de los dioses y se hizo ángel; él, hijo de la miseria y del campo. Madrid se frota los ojos. El chaval, ya crecido, tiene lo que hay que tener y además lo que casi nadie tiene. Dos orejas. Primera puerta grande. Después vendrían una decena más. Con «El Viti», el que más ha visto el albero venteño en volandas, y, Dios, qué bien se ve.


    Cincuenta años pegado al toro en miles de plazas de miles de sitios. Ahora, que yo lo sé, se mira en el espejo por las mañanas y habla solo, sonríe y se insulta con gracia: «Parece mentira, hasta donde has llegado; tú, tan poquita cosa, allí estás para siempre, en el callejón de la plaza más importante del mundo, vestido de cerámica; cuanta gloria, ladrón, les has robado a los señoritos presumidos y afectados...».


     No es torero de Academia, aunque nunca olvida los consejos de Saleri II. Tampoco la prestancia cachazuda de «El Velas». Ni a la «Zurda», una vaca mil veces toreadas en plazas de carros y miseria, más popular en Tierra de Campos que «Manolete». Hecho a sí mismo a base de cornadas y consejos de viejos, aprendió a torear toreando, con el morlaco cara a cara, oliendo la chamusquina del cotón del capote golpeado a lo bestia por las astas del cornúpeta.


    El torero de Zamora, el torero de Villalpando, pronto aprendió que la vida se exprime agarrándola por los bajos, pegándose a su piel para sentirla, comiendo polvo y escupiendo flores. La sangre, para un torero, es bautismo y alimento. No se olvida, nunca olvidará el novillo de Vistalegre que le reventó la safena. Siguió toreando hasta acabar la faena. En el ruedo, el rastro del esfuerzo. El boto manando sangre sobre la arena caliente. Cinco transfusiones ese día, en total, ni se acuerda. 24 cogidas graves, algunas de las que golpean el destino.


     ¿Triunfos? Muchos. En Las Ventas, su plaza y en otros muchos cosos. En un rincón apartado de la memoria, los toros y vacas que sabían álgebra, resabiadas, que mataban moscas con pitones como alfanjes. En el recuerdo, la tarde del 10 de agosto de 1969. El segundo de su lote, de nombre «Baratero», un «albaserrada» cariavacado criado en la dehesa de un novel en las lides, Victorino Martín. Ni los más viejos del lugar habían visto a un astado ir tan afilado al caballo. Hasta seis veces desde el centro del ruedo, un acontecimiento. Como lo fue la faena del zamorano, estirándose, dando aire al astado, toreo natural, el que sale de dentro, sin afectación, toreo castellano, estoicismo montado en esteticismo, que la tierra y el aire se necesitan para ser.


    En el camino quedaron algunos maestros: Belmonte, Domingo Ortega, Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez... Compañeros que están y que no están: «El Viti», Puerta, Teruel, Paquirri, Julio Robles, Dámaso González, «El Cordobés», Litri, Aparicio, Curro Romero, Paula... El ha visto las luces y las sombras de la fiesta que sigue iluminada con dos velas...


    Cincuenta años de alternativa, ochenta años de vida. Dan ganas de volver a la guerra. En esas, parece que estamos. Y el maestro quiere encerrarse con un utrero de Victorino en la plaza de toros de Zamora en plena canícula, el día de Santiago. El arte nunca muere, pero las carnes aflojan y hay que tener cuidado. El torero de Villalpando no tiene ya que demostrar nada: es el mejor torero zamorano de la historia y está en el cajón donde viven sin cumplir años los inmortales de España.






   
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