LA CASA DE
MI TÍO PACO, el Carretero.
Ahora al
pasar he visto que estaban embalando y sacando los muebles a un camión de
mudanzas. Los llevan a Zamora. Me ha podido la nostalgia. He pedido permiso y,
puede que por última vez, la he recorrido.
¡Que casona!
Se lo oí contar a Carmen y a Nana muchas veces:
-Mi padre vendió las pocas tierras de mi
madre en Villárdiga (la madre, Patrocinio Chimeno fue hija de Primitivo
Chimeno, enviudado de una muchacha de ese pueblo, al nacer la niña, a causa del
parto de la misma. El Chimeno se casó en segundas nupcias, sobre los 27 años,
con María Modroño de veinte; con quien, entre los nacidos en España y Argentina,
sumaron nueve hijos más. A la niña la criaron los abuelos paternos, en este
solar desde el que ahora escribo). Ese dinero
no llegaba para los materiales y el albañil. ¡Lo que trabajó el pobrecico mi
padre!
Puede que tenga de planta construidos,
doscientos metros cuadrados. En la planta baja un portal grande, de donde parte
la escalera. A la derecha una sala con ventana a la calle desde la que se
accede a un dormitorio interior. A la izquierda un comedor, también con ventana
a la calle. Entre éste y la cocina, otro dormitorio, más pequeño, aunque con
dos camas. Era el de Carmen y Nana, la galería, con el baño y despensa al
fondo.
En la
esquina de calle la Fuente y Corralones: el taller, desde la calle al corral.
En éste estaba el horno de meter los aros, un porche dos cuartos trasteros que
habían sido cuadra pa el burro y pocilga; en otro cuarto más, al fondo, contra
la casa de la señora Petra, hoy de Jaime Rubio, otro cuarto en el que tenían la
cocina de “verano”. Al fondo el pozo, compartido con la casa lindante dicha.
Arriba conté
cuatro dormitorios, el “hall” de entrada desde la escalera, un comedor, otra
sala, la galería al sureste para secar la ropa; un comedor, otra sala. Todas
las piezas, las clásicas de dieciséis metros cuadrados y tres y medio, por lo
menos, de altura.
Sigo con el
relato de Carmen: -Cuando estaban tirando
la casa vieja, en la esquina, apareció una tinaja, al hacer el cimiento, sellada. Paco Méndez, el albañil, dijo que lo que hubiera dentro habría de ser
para los dos, sin que nadie se enterara. Mi padre dijo que era suyo. No se
pusieron de acuerdo y allí quedó la tinaja”.
A mí se me
ocurre podrían mirar con un detector de metales, aunque alguien ya lo habrá
hecho.
Aquella
casa, sobre todo cuando desaparecieron los carros, emigrado Remigio, casado
Pacucho…, fue un medio de vida de esa familia de Carmen, sobre todo, porque
Nana siempre estuvo con su hermano cura, don Primitivo, quien tiene la plus
marca de sacar ánimas del purgatorio. No daba a bondo de tantas misas como le
encargaban.
Fue medio de
vida porque Carmen cogía pupilos de categoría, a quienes, si eran solteros y
jóvenes animaba se casaran con señoritas del pueblo. Así lo hizo el Secretario
Judicial Jesús Seoane y el, entonces teniente de la Guardia Civil, guapo y
recién salido de la Academía, don Francisco Alonso Vega.
Tuvieron otro pupilo “célibe”, no
casadero. Cuando todavía era obligatoria la sotana, sobre la panza prominente, usaba una corta, para
lucir los botos camperos, además de las gafas de sol y gomina en el pelo. Éste
no sacaba ánimas del purgatorio, se dedicaba en exclusiva a la capellanía de
las monjas, lo que complementaba con el negocio del taxí. Si no le quito la
intención “Pisabarros”, que tenía escopeta por ser guarda del campo, se lo
hubiera “cargao”. ¡Que la cosa con la niña no fue pa
tanto, hombre!
Después, el
piso de arriba, lo alquilaban. Por ahí paso Justo el panadero y Valentina, que
vive, con Manolo y Angélica; un director de Banesto que se llamaba Lucio;
Victor Palmero y familia. Creo el último alquilado fue Berto “el Huevero” y Elízabeth, la de Juanitín. ¡Cuánto vale esta chica!
¡Cualquier la tose ahora! Yo a los civiles les tengo mucho respeto, por si
acaso. A ésta, además admiración y afecto. No es hacerle la pelota.
¡Cuántos
recuerdos!: del taller y las tertulias de viejos, cuando yo era niño. Conocí a
un combatiente en la guerra de Cuba, que vivía en la calle del Espino; cuando metíamos,
encajábamos los enrojecidos aros sobre las ruedas de los carros; de las averías
de Luisito, pequeño de la señá Valentina…; de mi tía Patro, enferma joven de
cáncer de mama; de su entierro, sin conocer el “Cantomisa” de Primi. Yo tenía
seis años…
Más gratas,
ya en los buenos tiempos, las tertulias, cuando don Primitivo, cura en
Cerecinos (por fin consiguió sacar el carnet de conducir) y Villalpando, se reunían, en torno a la
camilla, con buen brasero eléctrico, gruesas faldas, almidonado mantel, los curas comarcanos en casa de Carmen y Nana:
don Tomas, don Santiago, don Nemesio, don Primitivo…; bastante domingos, Luis Ruiz
y Mari Miranda, alguna Toranza, Sara y yo… Para todos había café con leche
bizcochos…
Carmen y
Nana Gutiérrez Chimeno han sido las personas más abnegadas y santas que he
conocido. Siempre aquí con nosotros en los momentos difíciles: cuando mi abuela,
mi tío David, mi tía Petra... Carmen velaba. A mi me echaba a la cama. Cuánto,
en los momentos difíciles he llorado en sus hombros.
Ahora,
cuando embalan sus muebles, se llevan entre ellos girones del alma de mis
queridos primos. He visto una agenda del 2.007. Creo tardaron algo más en ir a
la Residencia, Carmen y Primi. Nana, la menor, se fue antes al cielo.
Sobre un
cajón, desvencijado, con salpicaduras secas de alguna gotera, en la galería vieja
sin cristales de arriba, yace un sobado tocho en el que apenas se puede leer el
titulo: “Liturgia de las horas”. El “Breviario” que don Primitivo, durante su
largo curato leyó, rezó a diario… ¿¿¿…???
Cayetano Posada, quien fue su
monaguillo en Tapioles, junto a otras anécdotas divertidas, me informa que don
Primitivo, allí, en ese pueblo, hizo obras de caridad.
Triste cuando no quedan herederos
residentes que mantengan esas antiguas casonas.
Escalera de acceso a la planta superior. Abajo, el fondo, la puerta de acceso a la entrañable galería de las tertulias.
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