viernes, 8 de enero de 2021

YA NO HACE TANTO FRÍO COMO ANTES.


                                           El Valderaduey, como en raros años antes, igual que ahora, helado hoy a las catorce treinta horas.


      Es frecuente oír a los de cierta edad, ¡ya no hace tanto frío como antes! Lo de antes depende de la edad y de los recuerdos de cada quien. Según los científicos la temperatura media del planeta, en 50 años ha aumentado en un grado, algo que no explica la afirmación anterior. Grado más o grado menos cuando hace mucho frío o calor, poca cosa es.

    Sería mucho más acertado decir: ¡ya no pasamos tanto frío como antes! Hace un rato, sobre la una y pico, el termómetro de la farmacia marcaba CERO GRADOS, además con un viento del nordeste que afeitaba. Como decían los de antes, hoy va a estar todo el día helando. De madrugada tuvimos CINCO BAJO CERO.

    Les explico la estampa del pueblo cuando venían fríos como estos,  antes, cuando la mayoría de las calles estaban sin asfaltar; la cava y varias lagunas alrededor del pueblo; cuadras, cabañales, pocilgas, animales y muladares en todos los corrales; todos conviviendo entre la calle Olleros, Rincón de la Gloria y carretera de Madrid, entre la de Rioseco y San Francisco. Los charcos de las calles se convertían en carámbanos, el barro se endurecía, la cava y las lagunas se congelaban; de los cabañales, condensada en los bajos tejados toda la  transpiración de las ovejas, colgaban pinganillos..; y en las casas, salvo en tres o cuatro, no había calefacción. Si hubiéramos pillado toda la abundancia de leña gratuita que tenemos ahora... Entonces unos palicos de manojo, o de puntas de encina, delante de la lumbre para sobre ellos echar estiercol y granzones. En esas lumbres sin llama, poco podía uno calentarse. El remedio más socorrido las camillas con los braseros de cisco; al menos, aunque se helaran las orejas, se calentaban .las partes bajas del cuerpo.

  Y no les cuento lo de meterse en la cama. Lo más difícil que entraran en calor los pies. Recurríamos al ladrillo macizo caliente en el borrajo y envuelto en un paño; a la botella con agua caliente del pote; quien tenía brasas a calentar la cama con el calentador. Necesariamente los colchones habían de ser de lana, incluso con un jergón de paja de maíz, debajo; todo sobre somieres mucho más elásticos; era cuestión de hundirse en ellos, para que las que, según el tamaño de la cama, dos mantas dobladas, o tres, y una sin desdoblar, no nos aplastaran.

   La gente andaba muy abrigada, sobre todo de ropa interior. Muchachos y mayores gastábamos camisetas de felpa de manga larga; los hombres también calzoncillos largos de paño. Luego camisa,  chaleco, chaqueta y abrigo, los pudientes. Quien menos, los muchachos entre ellos, camisa jersey grueso y abrigo, no todos, vean las fotos de la escuela; los más pobres unas cazadoras de borra, paño grueso que confeccionaban reciclando los trapos que recogían los traperos por los pueblos. Tenían aquellas cazadoras un olor característico, no desagradable. Todos los niños, hasta la adolescencia, usábamos pantalones cortos, normalmente de pana, y calcetines largos, que, cuando le salían calcaños, las madres zurcían o remendaban. Todos andábamos con las rodillas sareadas, del frío y de los juegos. al aire libre.

     De calzado andábamos peor: botas de cuero, incluido el piso, que no era grueso, en el mejor de los casos. El calzado se remendaba y remendaba. Por casa las mujeres, andaban en abrigadas zapatillas de paño y piso ya de goma. Para salir al corral se ponían las chanclas. Los pies era siempre lo más frío. Raro éramos, sobre todo niños que andábamos por carámbanos, sin sabañones en los dedos de los pies, incluso de manos. Quienes pasaban más frío podían tener sabañones incluso en las narices.

   ¡Bueno!: que el frío de hoy, de estos días, es tan frío como el de antes, pero nos pilla sin carámbanos en las calles, pinganillos en cabañales, ni helado el aliento en los cristales de las ventanas de dormitorios. Nos pilla mejor cobijados. Estas casas grandes, de altos techos, arriba donde dormíamos eran neveras.

   Decían que las casicas pequeñas con uno o dos ventanucos, a lo sumo, en las que se criaban familias numerosas, las hacían así, pequeñas, de bajos techos, de tierra, no baldosas el piso, porque así aprovechaban mejor el calor de los cuerpos de sus habitantes.

  El calor humano: cuando entrábamos en el baile el salón de los Mantecas estaba "helao", pero a medida que se iba llenando, que pegábamos unas parejas con otras al bailar, nos sobraban los abrigos. Hace muchos años que no se siente que no se palpa ese calor humano.



                                                             Ese es el calentador que mi tía  usaba para calentar las camas, En casa de los aguardienteros siempre había madera. Si estaban "quemando" cogían unas brasas de la hornilla de la alquitara, si no poníamos unos palos de manojo a la lumbre. De niño disfruté de ese placer   de las sábanas calientes.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 


                        El río helado de aguas abajo, cristalinas, del puente de las Zambranas.

   

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