sábado, 18 de junio de 2022

DOS PÁGINAS DE LAS MEMORIAS DE ANDRÉS.

    Esta mañana, para recordar al torero, abrí el libro por el medio, ya no recordaba lo escrito. La sorpresa fue grata.

     Cuenta como fue entablando amistad con los famosos, entre ellos con Pepa Flores y su hermana. Y que, en la feria de Málaga se hospedó en su casa. Comienzo a transcribir:

     "Salimos a dar una vuelta por el real de la feria, y allí, en una caseta me presentaron a Carmen Amaya,

      Estaba ya muy enferma. Aquel cuerpo de gitana no tenía más que ojos, pelo y espíritu. Estaba poseída por la muerte. Quiso bailar por última vez y su danza poseía toda la hondura de la tragedia. Es uno de los recuerdos más impresionantes que poseo. Al poco rato se retiró a morir en su casa de campo...

     Ese ejemplo de la persona que vive su arte hasta el final caló profundo en mi vida. A lo largo de toda ella he vivido para ese arte, efímero, trágico, grandioso: conseguir que un ser irracional (cada uno de distinto proceder) que impulsa con la fuerza de sus quinientos o más kilos dos armas letales, entre al engaño de las telas, manejar éstas con cadencia, haciendo que el bicho colabore a ello, envolviéndome de capa y de toro, formando secuencias escultóricas de gran plasticidad, ha sido mi dicha.

    Es algo parecido a un éxtasis, instantáneo, fugaz del que te despiertan los aplausos, y ver que el sueño es realidad te lleva al culmen de la felicidad.

    Eso lo he vivido durante las cuatro o cinco temporadas triunfales y que siguieron a la alternativa y, más esporádicamente, cuando salia "el toro" y el duende, en todas las de mi carrera.

    Así, por ejemplo, sucedió cuando el 10 de agosto del sesenta y nueve, sustituyendo a Antoñete, en la Monumental de las Ventas, me encuentro con los toros de Victorino. Procedían del legendario hierro de Calvo Escudero, pero éste, a quien llamaban el "paleto de Galapagar" era un desconocido.

   Victorino, a la casta heredada, le sumo una alimentación natural, grandes desplazamientos para beber agua, unos pastos que dan bravura, y empezó a sacar unos toros sumamente fieros, atléticos, con genio, fuerza y casta en demasía. El exponente máximo de esas cualidades fue "Baratero", mi segundo de aquella corrida, un toro cárdeno de más de 500 kilos de músculo.

   Mis temporadas anteriores no habían sido buenas. Nada más verlo salir del chiquero, tan engallao y desafiante, tan arrancándose de lejos, me di cuenta de su dificultad y de sus cualidades. Decidí jugármela.

   Fui haciéndole tomar el engaño poco a poco; primero en lances abiertos, dándole salida con el extremo de la capa, embebiéndole paulatinamente en el  percal. Cuando ya estaba fijado, empecé a bajar las manos, y las verónicas pausadas, solemnes, fluían una tras otras. Rematé la tanda con una media de gran seriedad, con la que quedó de frente al caballo que, mientras yo toreaba en los medios, había salido.

    Recibió cinco puyazos, arrancándose de largo, creciéndose en el castigo. El "Rubio de Salamanca" nunca había visto una cosa igual. Hubiera recibido más, pero no lo consentí. Fue suficiente. Ya estaba ahormado

   Llegó a la muleta entregado y noble. En mi faena predominaron los naturales largos, lentos; cuando el toro salía del embroque, ya estaba dispuesto para el siguiente pase. Mandaban mis brazos y mi cintura. Mis pies no salían del espacio de una baldosa y mi corazón estaba en la gloria. En los remates de las tandas con el de pecho, el "vitorino" todavía levantaba las manos con codicia.

   Completé la faena con derechazos, adornos y desplantes; el total de muletazos no llegarían a veinte, al rematar el último de pecho, el toro me miro a los ojos, junto las manos y me pidió la muerte.

   Humillado, enarbolé mi estoque de verdad, con el que siempre toreaba, fijé mi vista en la cruz, entre a uvas y la espada se coló hasta el fondo.

   Al toro le dieron la vuelta al ruedo, a mí las dos orejas. Volví a salir por la Puerta Grande, y Victorino Martín empezó a tener un enorme prestigio."

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