martes, 16 de marzo de 2021

LAS MONJICAS DE VILLALPANDO.

 


                 
            Claustro interior, desconocido por la mayor parte  de los villalpandinos de todas las épocas.


        Ahí las tienen. Esa foto tendrá unos diez años, calculo. Está Maruja Echevarria, segunda por la derecha, con gafas, hace ya unos cuantos años fallecida. De esas diez, tres o cuatro ya no están. Aunque ya no suene su campana, a las seis de la mañana, a las seis y media, a la una de la madrugada, a las tres de la tarde, para ir a la escuela; aunque ya no vislumbremos a la monjica por el ventanuco de la celda, desde la era de Filomeno, donde están los silos; aunque ya no vayamos a por pan de angelito...¡cuánto me acuerdo de ellas!

      Carmina la del Sr. Demetrio entró con 16 años (según dicen). Tiene 85 u 86;  Sor Inmaculada Burgos, la de Roque, más o menos. Juanita, la que está agachada en el medio, sobrina de don Modesto es un poco más joven, 82 o así. Entraría con veintipocos. Y las dos de Salamanca, muy jóvenes cuando la foto, ya llevan unos añicos. Esas son las que están sosteniendo el convento.

     ¡Madrica, madrica!: cuando ensayábamos con ellas en el coro, rejas por medio, para Navidad y Semana Santa, las veíamos siempre sonrientes, parecían felices, y guapas y bien conservadas, igual que en la foto. ¿Seguirán así..?

      Hasta la pandemia casi todos los funerales se celebraban en su iglesia llena; mientras don Tomás, misa a diario, después, al menos una vez a la semana, contactaban veían a la gente. Ahora, ya un año sin apenas contacto con nadie... ¿...?

     Antes sentía por ellas admiración, cariño. No sé o sí, por qué, desde hace años, además,  siento por ellas cierta compasión, incluso tristeza; toda una larga vida entre esos muros... ¡Rezaron tanto por la salud de Sara Belén..! ¡Claro!: como Dios la quiso llevar con él, y que me perdona... ¡Pues vaya gracia!

       Esos fríos, desabridos, oscuros muros... Cuando tocaba la campana a las nueve de la noche es cuando rezaban los últimos rezos antes de acostarse. Pero que a la una de la madrugada dejaran la tibia cama, en sandalias, sin calcetines ni medias, fueran desde la celda por esos pasillos al alto coro enrejado y con púas de hierro hacia afuera, para rezar maitines... Y a las seis de la mañana, otra vez arriba..., en un caserón en el que el aire, el frío se colaban por todas las rendijas... Sospecho que desde hace ya bastantes años aquello se ha dulcificado. Ancianas casi todas no lo podrían resistir.

      Parece ser que las legas, las que cultivaban la huerta, cuidaban gallinas, marranos, la vaca,.. de los que vivían, estaban exentas de toda esa penitencia. Dentro de esos muros, cuántos fríos, cuántas hambres, incluso. Le oí a mi suegro que en el año malo como no consiguieron pienso, fueron matando los animales, y cuando se les acabó todo no tenían ni pan, solo berzas. Él, alcalde, les consiguió unas sacas de harina.

    Su economía fue cambiando en los años sesenta. Unas veinte mujeres jóvenes empezaron a trabajar: confeccionando ropa para una empresa de León, y con las "Sagradas Formas". En aquellos años del nacional catolicismo había mucha demanda. Por sacas de cien kilos, después de cincuenta, traían la harina de la fábrica de La Ventosa. Con más de una cargué por los lóbregos pasillos. Empezaron a recibir ayudas estatales, hace unos cuantos años una herencia. Aquel viejo, destartalado caserón del siglo XVII que conocí desvencijado, ha sido restaurado de arriba a abajo. Ahora tienen aseos, incluso, creo que calefacción, en las celdas. ¿Cuál será su utilización, aunque no lo conozca, en unos años?

    Es que acabo de encontrarme con Merce, la actual monjera. Cuarenta y cinco años lleva ella. Si es que vuelan. Hicimos recuento: la monjera de mi infancia fue la señá Victoriana, abuela paterna de don Primitivo; cuando se murió, vinieron de la calle Olleros, la familia de la señá Francisca, "la Musulina" y Huesito (porque trabajaba el hueso). Yo era niño. Jugaba con José Luis, quinto mío fallecido en Santander. Emigró y no volvió por el pueblo. Si en cambio su hermana Avelina. Cuando se fue esa familia, siendo yo ya mozo, vinieron desde San Agustín del Pozo, los "Pisabarros", el Sr. Francisco Cordero Pisabarros y la señá María. Traerían ya tres o cuatro críos, aquí nacieron hasta completar los siete. A él le hicieron Guarda del Campo. En el invierno no salía, con Jesús y Santi, pequeñicos, de nuestra aguardientería. Le quité la intención de matar a un mal cura. Emigraron a Madrid. Trabajadores como cocos, tienen taxis, pisos, buenos negocios...

    En este recuerdo de las clarisas de clausura, sigo con los monjeros... Detrás de los Pisabarros, estaría como dos años, la familia de Tina Gallego, de los Chaparros; después vino una familia de Villarrín de Campos, la señora María. Tenían una hija joven. Fuimos también muy amigos. En los años setenta andaban por aquí. Siguieron viviendo en la villa, (él trabajó en la obra del Colegio) en la calle Angosta, después de dejar el convento. Cuando se fueron entró la familia de Pepe Alarma y Teodora Brezmes con Merce, Pedro y "Jose" Alarma. Aunque viviendo en otra casa por el problema de las escaleras, sigue Merce. Ahora la casa de los monjeros, las habitaciones de los huéspedes, el claustro ese de entrada, están de lujo.

     ¡Cuánto bocadillo, leche y fruta no han dado estas monjicas a marginales transeuntes en los últimos años..!

      Que las quiero. Que en su iglesia, tan llena de evocaciones familiares: (mi abuela, mis padres, los tíos China y Coral a diario a Misa, tío Pablo, Inés; tío Charló y Pilar cuando estaban en el pueblo; Rosi, Cesáreo...) solo en compañía, he vivido momentos de intensa espiritualidad. Y que me alegro de que les hayan puesto la segunda dosis de la vacuna 
 
      ¡Pedidle a Dios!, monjicas, que me devuelva un poco de fe.
     

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