jueves, 7 de mayo de 2020

EUSTAQUIO, CAPÍTULO (II)



Su madre, Coral Alonso Alonso.

      Instalados en Madrid, con la ayuda de Concha Boyano, tía de Antón, los tres escapados, pasado cierto tiempo, escribieron a Eustaquio, animándole y dándole la dirección de la pensión.
      Éste, esperó a que pasaran los carnavales y decidió marchar a Madrid. Carecía de dinero para el viaje, puede que ya hubiera dejado el trabajo de los pollos con los García Alonso. Entonces cogió, de "cañuela" (vayan al diccionario de Luciano López) medio costal de guisantes, unos 50 kilos, y se los vendió a un, entonces y por poco tiempo, "almacenista", Paquito Allende, con almacén en la carretera de Madrid, donde ahora tiene Filín el taller. Le dio 200 Pts.
     A los pocos días se encontró en el bar con tío José :
    -¡Anda!: Dame doscientas pesetas y vete a por los titos que me llevó el otro día el muchacho.
    A raíz de las inundaciones, que fueron noticia nacional, puesto que en Castroverde, Villamayor, Villárdiga, San Martín, Cañizo..., se arroñaron muchas casas al reblandecerse el tapial o el adobe de las paredes inundadas, llegaron cinco máquinas y otros tantos maquinistas del Ministerio de Obras Públicas, para dragar el río. A partir de Cañizo estaba sin encauzar, 
     Éstos maquinistas cogían un taxi para ir los sábados cada quince días a Madrid, donde vivían. Al lunes siguiente de aquel sábado, debió ser 21 de marzo de 1962, servidor habría de incorporarse, voluntario, al Servicio Militar, en Aviación. Se lo dije a Eustaquio y tomó la decisión de venir con nosotros. Siete cabíamos en aquel taxí Seat de "Los Petronilos", que conducía Ángel "Zampa".
     Fui a despedirme de mis tíos y primos, como se hacía entonces, y también de Eustaquio aunque ya sabía vendría conmigo. Él sólo se despidió de abuela Ana, quien le dio su bendición y le dijo: -"pero hijo, tú tan solico por esos mundos de Dios...  y de la hermana pequeña Mari Tere, a quien encontró en la cuesta de las monjas: -dile a mis padres que me marcho, que no me busquen.
      Él narra su peripecia cuando llegó a Madrid: a las once de la noche. El taxi le dejó en Cibeles. Recuerdo bajamos los dos juntos. Él llevaba la dirección de los otros, Calle Juan de la "Oz", número 8. Yo fui, en metro, según me habían explicado a casa de mi familiar Marcial Modroño Paniagua, en Gral Oraá, 78, casas para militares en el barrio de Salamanca.
      Eustaquio preguntó a dos taxistas por una pensión en dicha dirección. Ninguna conocía la tal.
     -Será pensión "El Cid" en la calle Juan de Herrera.
      -Pues me lleve usted allí.
     Enseguida se dio cuenta que era muy lujosa para que en ella estuvieran sus amigos, pero como era muy tarde decidió pasar allí la noche. Al levantarse, entre el taxi de Villalpando, cien pts., el de Madrid, ocho, y las quince de la pensión, su capital se había reducido a setenta y siete pts. Quitamos dos del desayuno, setenta y cinco.
     Salió a la calle y pregunto a otro taxista por la calle Juan de la Hoz. Éste si le dio bien la dirección, aunque le dijo: -está muy lejos para ir andando. 
        -Como pa más taxis estoy yo.
        Y es que en tal dirección no había pensión, sino una casa particular de la viuda señora Mónica que alquilaba dos habitaciones de dos camas cada una. Allá llegó con la maleta acuestas. Allí los tres amigos le recibieron con mucha alegría.
        La pensión costaba 300 pts a la semana, con derecho a lavar dos pantalones, dos camisas y la ropa interior. Otro problema: el pago era por adelantado. Ni los amigos, ni él tenían las 300 pts. La mujer, de la que con el tiempo se ganó su cariño, sintió compasión y  le admitió.
        Dice que, como era domingo, fueron a Misa. Creo que esto lo ha puesto para contentar a su hermana Sor Coral, que anduvieron por el Rastro y fueron a comer, a un restaurante zamorano, donde por 2'50 comían a "esgalla".
         El siguiente capítulo comenzará con su busqueda de trabajo al lunes siguiente.
      
     

          

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