UNA NUEVA TRANSICIÓN.- Pablo Iglesias.
Las
próximas elecciones no abren sólo una nueva legislatura sino quizá el inicio de
un régimen político distinto. Podemos quiere que los protagonistas
fundamentales de los cambios no sean las élites políticas y económicas, sino
los ciudadanos
Cuando daba clases, me gustaba mostrar a mis alumnos una secuencia
memorable de la genial Queimada de Gillo Pontecorvo. En ella, el personaje que
interpreta Marlon Brando, un agente al servicio del Imperio Británico y sus
empresas, a propósito de la Revolución Francesa, dice que a veces 10 años
pueden revelar las contradicciones de todo un siglo. Aquel movimiento que llenó
las plazas españolas el 15 de mayo de 2011 señaló simbólicamente la crisis de
nuestro régimen político, sus contradicciones, y marcó el inicio de una nueva
Transición que sigue en marcha.
El régimen político español que llamamos de 1978 en
honor a su Constitución, es el resultado de nuestra exitosa Transición; un
proceso de metamorfosis pilotado por las élites del franquismo y de la
oposición democrática que hizo que España pasara de ser una dictadura a
transformarse en una democracia liberal homologable. Como señala Emmanuel
Rodríguez en su último libro, las élites políticas y económicas franquistas
carecían de legitimidad pero contaban con casi todo el poder. Mientras, las
élites de la izquierda clandestina casi sólo contaban con legitimidad; Vázquez
Montalbán, con su fina ironía, llamó a esto “correlación de debilidades”.
Aquel proceso de transformación contó con momentos
normativos fundamentales en lo político, como los referendos que avalaron la
Ley para la Reforma Política y la propia Constitución, y también en lo
económico, como los Pactos de La Moncloa que abrieron el camino a la versión
española de desarrollo neoliberal. El fracaso del golpe del 23-F que consolidó
el prestigio de la Monarquía, la victoria del PSOE en 1982, y la incorporación
de España a la Comunidad Europea y a la OTAN terminaron de consolidar nuestra
Transición. El nuevo régimen se articuló sobre un sistema de dos grandes
partidos nacionales, manejó bien la tensión catalana mediante un funcional
sistema de reconocimiento mutuo entre las élites de Cataluña articuladas
políticamente en torno a CIU y las españolas, y convivió con el terrorismo de
ETA en un País Vasco en el que el PNV se convirtió en el partido hegemónico.
Apoyada por un desarrollo sin precedentes de la
cultura audiovisual y unos medios de comunicación que se consolidaron como los
principales actores ideológicos, la base social del régimen de 1978 fueron unas
nuevas y autopercibidas clases medias que asociaron el futuro de España a una
promesa de modernización y mejora de sus condiciones y expectativas de vida
que, en cierta medida, se cumplió. La última etapa feliz de aquel régimen, que
precedió a la crisis de 2008 y que fue protagonizada por el Partido Popular, se
asentó sobre un modelo de desarrollo basado en el consumo mediante el crédito,
en la especulación inmobiliaria y en la división del trabajo europeo. La crisis
financiera terminó por revelar los límites y peligros del modelo español y el
envejecimiento de sus estructuras políticas, haciendo pagar a las clases medias
y asalariadas los platos rotos.
La crisis financiera
mostró los límites del modelo e hizo pagar a las clases medias los platos rotos.
De aquellas instituciones del régimen de 1978
parece que hoy sólo gozan de relativa buena salud las Fuerzas Armadas (más
modernas en buena medida gracias a que se abrieron al mundo), la Monarquía,
gracias a la sustitución de Juan Carlos por Felipe, y el PNV, que seguramente
espera su momento.
El periódico en el que hoy escribo constituye quizá
el más importante baluarte cultural de aquella Transición y de aquel régimen y,
quizá por ello, allá por 2012 (mucho antes de Podemos), en un lucidísimo
editorial titulado La urgencia de pactar percibió la crisis orgánica española y
llamó a los partidos del régimen (PSOE y PP) a ponerse de acuerdo entre ellos
para enfrentar una situación de vulnerabilidad del sistema de partidos que
podría dar al traste con su histórica estabilidad.
Pero la década de transformaciones había comenzado
ya. El proyecto europeo no había dejado de debilitarse como consecuencia de la
crisis (así lo reconocía el presidente del Parlamento Europeo el día que me
estrené en aquella Cámara) y en España, al tiempo que el problema catalán
estallaba en todo su esplendor, Podemos desafiaba al bipartidismo con una
fuerza inédita. Que a pesar de nuestra inexperiencia y de nuestros errores, a
pesar de haber recibido más ataques que nadie, sigamos con las expectativas de
ganar las elecciones intactas, es solo explicable por la excepcionalidad del
momento. Que una fuerza política como Podemos, en la que sus órganos internos y
sus candidatos son elegidos en primarias abiertas a la ciudadanía, sin listas
bloqueadas, en la que nada menos que la política de alianzas se somete a
referéndum, sea alternativa de gobierno, es sólo explicable por la
excepcionalidad que vivimos.
La historia nunca está escrita (ignorar esto fue
quizá el mayor error de algunos materialistas) y en los próximos meses va a
dirimirse en España, siempre con un ojo mirando a Europa, la forma en la que se
resolverá la nueva Transición en marcha. Las próximas elecciones, de hecho, no
abren sólo una nueva legislatura sino quizá el inicio de un nuevo régimen
político en el que muchas cosas habrán de cambiar. La política es siempre
conflicto y nos tocará jugar nuestras cartas en un contexto difícil, en el que
nos enfrentamos a adversarios muy poderosos que celebran hoy el acuerdo de
Grecia como una victoria temporal de la razón cínica y de la reacción frente al
europeísmo social.
Sin embargo, Grecia no es España. Nuestro país cuenta con
mucha más fuerza como actor en Europa y con unas instituciones públicas capaces
de disciplinar a nuestras oligarquías corruptas, improductivas y defraudadoras
simplemente haciendo cumplir la ley.
Llevamos un año preparándonos para ganar siendo la
fuerza política que representa a las clases populares y a la sociedad civil,
defendiendo un proyecto de país para las mayorías sociales basado en la
regeneración de las instituciones, en la justicia social y en la soberanía.
Para ello estamos comprometidos con la promoción de un nuevo pacto de
convivencia social y territorial que habrá de articularse mediante un proceso
constituyente que no se negocie en despachos, sino mediante un gran debate
social, que haga que en la nueva Transición los protagonistas fundamentales no
sean las élites políticas y económicas, sino los ciudadanos.
Decía un lúcido socialista ruso que hay décadas en
las que no sucede casi nada y semanas en las que las décadas se precipitan. Las
semanas que nos esperan son de estas últimas. Trataremos de estar a la altura.
COMENTARIO: Copio este artículo porque lo veo trascendente. En él, Pablo Iglesias, repasa la transición del "78" sin odio, con objetividad y certeza. Elogia al ejercito y a Felipe VI. Acepta la OTAN. Arremete contra las oligarquías corruptas, improductivas y defraudadoras. Pierde esa radicalidad de los círculos de Podemos, contra la que me he manifestado. Marca una inflexión aun manteniendo bien en alto la bandera de la REGENERACIÓN. por la que me aproximé a ellos el verano pasado.
Ahora vuelvo a fijarme en ellos con esperanza.
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