domingo, 22 de octubre de 2023

QUE EN TIEMPO DE SEMENTERA ANDA LA GENTE OCUPADA.

 

  

                  QUE EN TIEMPO DE SEMENTERA, ANDA LA GENTE OCUPADA.

 

               Cuando ando por el Raso, cruzando el Monte de las Pajas, cuando desde el Teso Mimbrero, o el de San Marcos, o desde la iglesia de Prado contemplo el “mar de la inmensa llanura”, recuerdo cuando la inmensa planicie, “campos de tierra”, se araba, se sembraba, se acarreaba con las mulas...

               ¡Qué labrantines aquellos!: enjutos, menudos, briosos. Estaban hechos de otra pasta, capaz de soportar aquella titánica brega. Si es que las doce mil hectáreas del término de Villalpando, quitando unas mil de entre el Monte Coto y lo que quedaba de carrascos en la dehesa “El Encinar”, y otras ochocientas, o así, que pudiera haber de majuelos, (de Villalpando, San Martín, Villárdiga, Cotanes, incluso Cañizo…) el resto, todo lo demás eran tierras de labor, desde las buenas, más próximas a los pueblos, hasta los miles de yeras de arenas y cantos.

               Hoy en día se siembran muchas menos hectáreas. Puede que sumado todo lo forestado lleguemos a las tres mil hectáreas; si a las ochenta de viñedo en el Monte de las Pajas le sumamos otros cuantos majuelo nuevos, pistacheros y almendros, nos metemos en otras ciento cuarenta Ha. ap.

               Todo lo que está de pinos en el Raso, los de la Mancomunidad, Teso Polanco, y los particulares, todo eran tierras, y algunos majuelos, de penar: revolver piedras para mal subsistir.

               Cuando, detrás de los Campos contemplo toda esa vaguada, recuerdo que en el ángulo entre la carretera y la cañada, ahí labraba dos quiñones., juntos, o tres, Macario Boyano; ¡nueve hectáreas, en un pedazo, con las mulas..! Si con mi pequeño primer tractor, de 37 CV, veinte hectáreas me metían miedo…

               La generación anterior a la nuestra, los que se casaron al volver de la guerra, y no había fábricas, ni a dónde ir: todos los que en su casa tenían labranza, labradores. Como, al repartir, tierras de “abajo” les tocaban pocas, o ninguna, pues: viesas en el Raso y quiñones en el Monte de las Pajas. ¡Qué fatigas!: desde casa a la Bardada, dos horas de camino.

              Quedan hombres de mi generación que, de muchachos,  anduvieron con las mulas (Nanito, Lizondo, Soberano, Vita y Manolo Núñez, mi hermano de muy crío,…). Fue la generación anterior a la nuestra la última de los heroicos de la mancera. Voy a recordar, con inmenso cariño, algunas sagas familiares. Primero mis tíos los Alonso, “Maragatos”: Matías, Teófilo, Pablo, José “China”; primos de mi padre: los “Camilos” (Macario, “El Chulo” el más inolvidable) y Espinacos; por fuera aparte: “Chicharros” (aunque ricos también araron), “Besugos”, “Pintores”, “Ivos”, “Cobera”, "Contreras",  "Peliblanco", "Pacorro", “Baenas”, “Marcos”, “Olegarios”, “Brinas”, “Narigones”,  “Curreros”, “Forruses”, “Chisteras”..; de viesas: “Castañonicos”, “Soberanos”, “Pajalargas”, “Garibaldes”, “Gatos”, los “Tuertos”…, Utilizo los apodos por resultarnos más familiares, aunque sin pizca de menosprecio.

               Además de éstos, que hoy llamaríamos autónomos, pateaban los terrones otros tantos obreros, mozos de año  (uno por cada par de mulas de la labranza) y jornaleros. Las casas grandes eran las de tres y cuatro pares de mulas: los de “la Viuda”, “Resgones”, (Ángelito, “Tragayeras”, andaba con la máquina en la sementera); “Cagalete”, “las Gallegas”, todo con obreros; los citados “Chicharros” que fueron haciendo el capital, trabajando de jóvenes, los solteros, todo para la casa.

               También había labradores de par de mulas, o de par y medio que, si tenían tierras propias y buenas, cogían mozo de año: Cañibano, "Ramoninche", el señor Pablo Allende, Manolo y Aurelio Núñez, a quien conocimos mayores, por ejemplo.

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               Sin apenas descanso, terminada la recolección, lo primero era sacar el abono. Podía estar el muladar en el mismo corral o a las afueras del pueblo. Cuatro “deshojaus” por cuarta de tierra. Se iba descargando en montoncillos lo de cada carro, que luego, todo a mano, se esparcía con la misma purridera. El estiércol de las mulas, los dos marranos, las pocas gallinas y conejos, daba para poco.

                  Otra forma de abonado era "a telera" (la empalizada móvil colocada sobre el rastrojo) a real cada oveja y noche, donde dormían las ovejas.              

                 En los años de mi adolescencia comenzó a utilizarse "el mineral", superfosfato de cal, fertilizante químico en polvo. Venía en sacos de 100 kilos que, compactados, eran verdaderos bloques. En la tierra, se tumbaban en el suelo y pisaban. Se descompactaba fácilmente; así, a mano, desde la sembradera, se iba esparciendo.

                        Ya, antes de la guerra, se conocía el Nitrato de Chile. Hay fotos con el famoso anuncio de jinete en caballo al que da el trigo por la barriga. Creo a ese fertilizante químico es al que se refiere R. Macías Picavea como uno de los adelantos que intentó introducir Manolo Bermejo, el protagonista de  su novela "Tierra de Campos", ya a finales del "diecinueve". 

 

(Continuará s. D. q.)

              

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