sábado, 28 de octubre de 2023

METIDOS EN HARINA LITERARIA. (III)

 

 

                                       TIERRA DE CAMPOS”.

 

            Es la primera novela que aborda la problemática socio-económica de nuestra comarca. Los lugares, los personajes, las circunstancias son plenamente terracampinos.

            Macías Picavea, influenciado por el krausismo, fue un republicano progresista regeneracionista, discípulo aventajado, diríamos, de Joaquín Costa. Aunque en su estilo literario fuera naturalista, no coincidía en el pesimismo de su creador, Èmilie Zola, sino que se afanaba buscando, por encima del determinismo, remedios que sacaran a España (él refiriéndose a nuestra región) de aquella postración, de aquella pobreza.

            Los escritores naturalistas (derivación del realismo literario, hasta mostrar lo más crudo de la realidad social), al señalar las lacras, lo más sórdido de la sociedad española, ejercían una crítica, un señalamiento del mal, del pus, visualización que, aunque se tardaran años, motivó buscar los remedios.

            Galdós en “La deseheredada”, “Misericordia”, “Fortunata y Jacinta”, “La de Bringas”, etc., nos muestra la injusticia de la desigualdad de las clases sociales, el abuso de los de arriba, sobre los de abajo. En la misma línea, salvando las diferencias regionales, se muestra Blasco Ibañez en “La barraca”, “Cañas y barro”, "La catedral"…

            Doña Emilia Pardo Bazán, en los “Pazos de Ulloa” con un naturalismo de tinte católico, diríamos, describe la brutalidad del caciquismo gallego.

            Don Leopoldo Alas, en  “La Regenta”, nos muestra la hipocresía, la murmuración, la presión social, en una pequeña capital de provincia. Si bien, lo más significativo, es el dominio psicológico que de siempre, sobre todo en casos puntuales, han ejercido los clérigos sobre almas  crédulas, inocentes, puras, tal como ocurría con don Fermín de Pas, sobre Anita Ozores.

Yo conocí, viví aquí, en la “villa de la Inmaculada”, una situación, si no tan extrema, sí de cierta gravedad. Aquel cura, siendo inteligente, culto, trabajador, de conducta ejemplar en lo económico y en cuanto al celibato, se parecía al   Magistral de la catedral de Oviedo en esa práctica del dominio psicológico  sobre la voluntad de aquel hombre tan bueno, hasta el punto de intentar manejarlo torticeramente en favor del caciquismo local. 

Macías Picavea, actúa en su vida comprometiéndose socialmente: con la pluma y participando en la vida política. Fue concejal del ayuntamiento de Valladolid, si bien, desengañado de los partidos políticos (“nidos de reparto de prebendas”, llegó a decir), se refugió en la pluma, intentando fuera bisturí sanador. Así nace su novela “Tierra de Campos”.

La acción transcurre en Valdecastro, pueblo imaginario del que, no obstante, da muchas referencias geográficas: carretera de Toro a Rioseco;, Urueña, Tiedra,.. aunque pueblos ya del páramo de los Torozos, lo están en el borde que los delimita de Campos. Podríamos situar a Valdecastro por Villavelid, o por ahí.

La descripción del pueblo y de la comarca es desoladora: llanura arcillosa sin un árbol; clima irregular que o encharca los campos con los vientos de abajo, o los desecan las heladas y el aire de arriba; el pueblo un lodazal cuando el tiempo se mete en agua, carámbanos si de heladas, polvo y suciedad en verano. Salvo las dos casonas “grandes”, con fachadas de ladrillo, el resto adobe y tapial.

Nos pinta una sociedad rural dominada por el caciquismo, unos lugareños analfabetos, desconfiados, individualistas, insolidarios, con la típica zorrería gárrula. (Queda todavía algún ejemplar)  Miseria material y moral por doquier.

El pueblo está dividido en dos bandos capitaneados, el de los conservadores, Canovistas, por la familia Garzón, si bien no es el marido, quien manda, sino la mujer, doña Perfecta, ascética, de un ultracatolicismo fanático, soberbia, dominadora, y su cuñado, Secretario del Ayuntamiento, quien prepara todos los enjuagues en su provecho, y se encarga de la compra de votos.

En el otro lado tenemos a don Ildefonso Bermejo (un krausista: “piedad, abnegación, altruismo…) quien está sacrificando su vida y su hacienda por las ideas regeneracionistas: libertad, democracia, justicia social…, afín a Sagasta, aunque don Práxedes Mateo no tuviera esa altura moral.

Don Ildefonso, viudo, envía a su único hijo, Manuel, a estudiar, primero en Valladolid, luego a Madrid. Ahí se impregna de republicanismo progresista; con la social democracia, el socio liberalismo, incluso la democracia cristiana de los padres de Europa, podríamos compararlo.

Manolo Bermejo, conseguido, por su sólida formación académica, un alto puesto militar en el ejército, pide excedencia y decide regresar a su pueblo, para regenerarlo, para superar esa miseria material y moral. Su razón y su generosidad, hasta el extremo de sacrificar su hacienda, de caer en manos del usurero comarcal  (Mauda es el nombre del pueblo cabeza de Partido Judicial)  chocan  contra la incomprensión, la maldad, la torpeza, la mezquindad que consiguen hacer fracasar tan generosos como racionales proyectos.

Esta novela, “La Tierra de Campos”, hemos de encuadrarla en el naturalismo literario, por su desarrollo y por su negro desenlace final, que prefiero lean.

Lo males materiales de los pueblos terracampinos a finales del “diecinueve”, tan bien retratados en la novela, y los remedios que Manolo Bermejo intenta, los expondremos, estudiaremos y compararemos con lo por nosotros conocido, en el próximo capítulo.

 

 

 

 

 

           

 

 

 

 

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