jueves, 31 de enero de 2019

TÍA LOLA.


                                            Lola y laa buena Ani, quien tan bien la cuida.


            Reviso cartas familiares de cuando la guerra. Me encuentro una del 9 de diciembre de 1936. David, el pequeño de los cuatro hermanos Modroño Chimeno, le escribe, desde casa, a Gil-Agapito, ya movilizado, en el Aeródromo de Getafe. Le dice que Mateo, mi padre, está vivo, en Zamora, que aún no ha salido para el frente. Le cuenta noticias del pueblo: que están arreglando el Reguero, que podrá él cruzarlo para ir a ver a su querida novia Carmen Vega; que la carta de Antonio (en el frente de Madrid desde los primeros momentos) ha tardado nueve días en legarle a "Lola".

      Nuestra querida tía Lola, unida, vinculada los Modroños, por lo menos, desde sus preciosos diecisiete años. A su novio de entonces y de siempre, quinto del 35, nacido en 1914, en la Argentina, le pilló la sublevación cumpliendo la mili. Se tragó todo el tomate de la "Casa de Campo". En enero del 37 estaban los cuatro hermanos varones en los frentes. El día 19, el de Getafe cayó. Quedaban tres. Salió una ley por la que si había tres hermanos combatiendo, uno podría librarse, volver a casa. Los padres decidieron que fuera Antonio, por ser el que peor estaba,... Al poco de acabar la guerra, se casaron mis padres; año y pico después Antonio y Lola. Todos trabajaban juntos en la aguardientería familiar, entonces con mucho movimiento. Lola, movilizado Benigno, el hermano mayor, Melitón adolescente, Justo y Leoncio niños, era ella, con tan pocos años, guapa y fanfarrona, (entiéndase el adjetivo en la acepción  elogiosa villalpandina) quien descargaba las sacas de harina de cien kilos, en aquella panadería de tanto jaleo, cuando la gente se alimentaba, principalmente, de pan.

    Además de los citados, Clemen e Isabel, siete en total, eran los restantes hijos del señor Benigno, el panadero, y la señá Dolores.

     Es un lujo tía Lola, tener, todavía a nuestros años, una madre que oye, que ve, que razona, con quien se puede mantener fluida conversación.

      Ahora, cuando llegué a hacerle la foto, estaba el de Repsol descargando gasóleo para la calefacción. Ella, sin gafas, firmó el albarán. El gasolero la besó, felicitó; Ani le sacó un trozo de tarta. Conversaron como de familia. ¡Que reconfortante!

    Tía Lola es una testigo de otro tiempo. Con ella uno revive todos los viejos recuerdos familiares: el de la panadería, tan calentita y gratamente olorosa a pan; rosquillas y margaritas por Semana Santa, a todo lo que giraba en torno de ella: los abuelos, Justo, al poco Valentina, Clemen, Isidro; Chago, con el "Niño" y el "Cartucho", los dos caballos que rivalizaban con "El Castillo" y "La Pastora" sacando el carro cargado de tizos, de los tollos en "El Coto"; la "Leona", mastina madre de nuestro "Centinela", a quien pilló el camión y le lloramos todos los niños de la familia...

    Recuerdos de las aguardienterías, de los pilos en "La Jabonera", de cuando íbamos a la casa de Cerecinos, donde Lola y Antonio, con los dos críos mayores vivieron unos años haciendo aguardiente en un cubierto que todavía se conserva, y que me produce nostalgia cuando paso por allí. De aquel cacharro de Chevrolet que conducía tío Antonio, y que un día, viniendo de Zamora, nos dejó tirados en Cañizo y tuvimos que pasar la noche en ese pueblo.

     Recuerdos de cuando las aguardienterías vinieron a menos, porque los labradores de los pueblos empezaron a vender las uvas a los camiones, para las bodegas de fuera, cuando se empezaron a abandonar los majuelos y fueron disminuyendo mucho las "madres" y "orujos" de los que, destilados, sacábamos el aguardiente. Tristes recuerdos de cuando de eso ya no podían vivir tres familias, y Antonio, Lola, Toñito, Gil, Goyo y Manolo emigraron a Madrid, en el año sesenta y dos. De mis visitas a la capital y mi hospedaje en el piso de la portería, en el barrio de Salamanca...; de las toneladas de carbón paleadas por tío Antonio para arrosiar la caldera de calefacción de cuarenta y pico viviendas que tenía aquel edificio...De la huerta que, jubilado, tío Antonio atendía en ese corralón, donde Donadeu inició la constrrucción de una gran fábrica de jabones...

     Mi consuelo es que Lola ha cumplido cien años, llena de cuidados, de atenciones, de cariño, en la casica que dejaron con pena, al marchar del pueblo, pero que restauraron a la vuelta, y está calentica y confortable.

    Disfrutemos de su presencia. 

     

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