EL LOCO DE DIOS EN EL FIN DEL MUNDO.
A Javier
Cercas (el de “Soldados de Salamina”) ateo, laicista, anticlerical, se le acerca
el Director de la Editorial del Vaticano, Franccini, y le ofrece acompañar a
Francisco en su viaje a Mongolia para escribir un libro sobre ello.
Acepta con
una condición: Que pueda conversar con el Papa para preguntarle si él coincide con su madre en la certeza de que ésta,
de 92 años, cuando se muera, va a reunirse con su padre, fallecido unos años
antes. Esa es toda la trama del libro.
No es una
novela. No es ficción. Es una autobiografía, reportaje, crónica, ensayo
teológico…
Cercas,
nacido y criado en familia muy católica, pierde la fe a los 14 años, cuando
llega, con sus padres, emigrantes rurales de Cáceres a Cataluña, al leer la
novela de don Miguel de Unamuno, “San Manuel bueno, mártir”. Ya saben: la
historia del cura de Valverde de Lucerna, (en San Martín de Castañeda, Vigo o
Ribadelago, se ambienta para la ficción), quien ha perdido la fe, pero se lo
oculta a sus feligreses, y les sigue predicando la vida eterna. Se lo oculta
para no dañarlos. Para aquellos pobres aldeanos, de vida tan aperreada, la fe y
la esperanza del cielo eran su asidero vital.
A mí, esa
novela, recomendada por Luciano López Gutiérrez, no me hizo tanto daño. También
había leído de Unamuno el “Cristo de Velázquez”; los versos: “y desde el cielo
de la noche / Cristo, el Pastor Soberano / con infinitos ojos centelleantes /
recuenta las ovejas del rebaño”. También su epitafio: “Guárdame Padre Eterno en
tu pecho / misterioso hogar / allí dormiré, pues vengo agotado / del duro
bregar” (Puede haber errores. Estoy escribiendo de memoria).
Cercas se
traslada a Roma, donde en dos días anteriores al viaje, mantiene largas conversaciones
con lo más selecto de la curia romana: cardenales y cargos lo más próximo a
Francisco. Viaja en el avión papal, con todo el séquito eclesiástico y
periodístico, desde Roma a Ulán Bator, la capital de Mongolia.
Francisco recorre el avión, saludando
a todos los ocupantes. Cercas le pregunta si puede hablar con él, para hacerle
una pregunta de parte de su madre. El Papa se lo concede y le emplaza.
Ahí se corta el relato. Cercas
juega con el misterio, con la duda de la conversación con Francisco hasta el
final del libro.
Entre tanto sigue relatando la
crónica del viaje: encuentros, recepciones, descripción geográfica y política
del inmenso país, asfixiado entre Rusa y China; su extensión territorial es
tres veces superior a la de España. Su población de tres millones de
habitantes, la mitad de los cuales vive en la capital. Ulán Bator. Apenas si llega a mil quinientos católicos.
Lo más impresionante es el
testimonio que da de misioneros y misioneras que allí están dejando su vida.
Los locos de Dios, los llama. En un país de idioma indescifrable de larguísimos
inviernos con de seis a ocho oras de sol, 40º bajo cero. Esos misioneros y
misioneras no se dedican a catequizar, a bautizar, sino a ayudar a pobres, a
niños desvalidos, en medio de enorme desigualdad y carencias económicas. De
paso, por imitación de su ejemplo altruista, quien quiera bautizarse, encantados.
Así están procediendo los misioneros en África. Auténticos locos de Dios que
dejan las comodidades, el confort occidental, para vivir en la pobreza, en la
incomodidad.
Nos describe a unos cuantos. Puede
el más excepcional, el padre Ernesto, que había pasado años en África, que a
sus cincuenta años sigue con el mismo vigor, alegría, entusiasmo juvenil.
Reconoce que están hechos de una madera especial. Admite que ese plus
sobrehumano es su fe en Cristo, en Dios. A todos pregunta y ninguno duda en la
otra vida.
Había investigado la vida de Jorge
Maria Bergoglio a fondo. Lo retrata como una persona muy humana, humilde; de
fuerte temperamento contra el que lucha. Siempre insistiendo en que es un
pecador. Siempre pidiendo recen por él. Siempre sufriendo y corrigiendo por los
abusos de pederastia…
En sus conversaciones a fondo con
lo más selecto del Vaticano, todos salen muy bien parados. Sin una duda en
cuanto a su fe. De una gran solvencia intelectual y moral.
Su mujer, antes del viaje, le
advirtió que podía volver convertido en un soldado de Cristo.
Aunque al final del libro deja
entrever, por el magnífico testimonio del Papa, que le recibe a su lado en el
avión y le asegura de que su madre verá a su padre, y se lo razona; por el
magnífico testimonio de curia y misioneros, deja entrever, digo, al menos ciertas dudas sobre su
ateísmo. Sigue declarándose ateo. Aún admitiendo que también los ateos tienen
sus dudas.
Asegura, a mi me ha ocurrido lo mismo, que el
ejemplo de quienes se dicen creyentes influye en la fe. Cercas perdió la fe por
un libro, pero también por el ejemplo de la pandilla con la que se juntó.
He escuchado a críticos comentarios
elogiosos, desde el punto de vista Católico; varias entrevistas a
Cercas… Ahí ya patina un poco su ética de ateo . Según en qué medio se declara
más o menos laico. En la SER, por ej., insiste en su laicismo y posición
anticlerical.
El libro es una pura paradoja: un
ateo (que le gustaría no serlo, que su ateísmo le produce un nudo en la
garganta), ayudando a los de fe dubitante. Les aseguro que esta lectura, y la
homilía de don Benito, en el funeral de Conchi, la iglesia llena de personas
creyentes, me están devolviendo una esperanza que me da tranquilidad.
Dice Cercas que la fe no depende de la voluntad. En ello disiento. Dice también que la fe es como una intuición poética. Eso ya me convence más: una noche estrellada (con permiso de la contaminación lumínica); un atardecer otoñal; la sonrisa de un niño, la fraternidad del amigo...pueden desencadenar esta intuición poética.
La iglesia debería revisar ciertos
dogmas, con perdón, infumables (ya Francisco cuestionó lo del infierno, por
ej.) y centrarse en el mensaje de la existencia de un ser superior espiritual
coincidente con el de otras religiones, en la certeza del alma, y de que hay
algo bonito, bueno, más allá.
Centrarse en la fraternidad, la
misericordia y el perdón.
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