sábado, 30 de marzo de 2024

CONTINÚA EL VIAJE.

 

     

               ¡Pues menos mal!: faldeamos, dejando atrás Peña Santa; entre aquellas cumbres existen unos vallecitos, y a la hora, o así, empezamos a ver alguna oveja, las transhumantes, que pasan el verano en la sierra, (“Ya se van los pastores a la Extremadura / ya se queda la sierra triste y oscura!), al poco al pastor, un muchachico más pequeño que nosotros, quien nos llevó al chozo, nos rescató del naufragio; había bajado su hermano a por comida.

                    Habíamos vaciado las cantimploras;  en el sombrío de las rocas había nieve; llenamos una perola grande con patas, que nos prestó el pastor; apañamos retamas secas; prendimos hoguera, con poco rendimiento fundimos, para beber, peroladas de nieve; cenamos de las viandas; intercambiamos queso con el zagal…

                    En el chozo había un camastro para dos personas a la larga. Nos metimos cuatro, los otros dos en el suelo.

                    Cuando salió el sol, recuperados, ¡arriba! Preparamos un pote con agua, leche condensada, galletas y   cola-cao. No sé cuántos vasos de aluminio nos jalamos cada uno. Al pastorcico no le gustaba. Prefirió sus sopas, como todos los días.

                    Con mucho agradecimiento, pagamos a Modesto. Nos indicó, el camino ya era fácil, bajando casi siempre, hasta los lagos. Fíjense la subida desde Covadonga, pero como nosotros veníamos de más arriba a ellos llegamos bajando.

 Además al poco, por aquellas laderas, apareció un muchachote asturiano. Venía de arrecantar las vacas. Hacía poco se había licenciado de la mili en Valladolid.

                    Por allí andaban unos niños de la “Scola Cantorum” de la “Santina”. Ellos, por trochas, bajar y bajar, nos condujeron hasta el santuario. Ya atardecía. Yo, habitual del “Juego pelota”, conocí a un paisano, un mocetón, a quien había visto en la casica del mismo. ¡Justo!, era el marido, reciente, de la hermana menor de “los Tarines”: Avelino,  Nisio, Acacio, Peque, etc. Él nos indicó una habitación con dos camas para dormir.

                    Ya no recuerdo muy bien (lo de la montaña no lo he olvidado) de qué forma visitamos Cangas de Onís, Arriondas, hasta llegar a Ribadesella. Ese día coincidimos con el descenso del Sella en piragua. Allí, en Ribadesella, en una fonda (nos habíamos quedado sin tienda de campaña) pernoctamos la cuarta noche.

                    Posiblemente el viaje de Ribadesella a Oviedo, si no completo (algún tramo debimos caminar) lo hicimos en auto-stop. Se nos acababa el dinero. En “Vetusta” teníamos varías familias de parientes. Con quien más trato habíamos tenido era con la de un primo de mi padre, Eugenio Modroño y Oliva. Cuando yo era niño pasaban temporadas en esta casa: el matrimonio, con la niña mayor, Charo; un verano “Menchu”, que era preciosa; unas vendimias Genín, dos años mayor que yo. Tuvieron una droguería en la calle Uría, esquina a Independencia. Allí nos presentamos los cuatro. Charo y “Menchu” ya se habían casado. Nos prestaron su habitación con dos camas. Como nos quedaban vituallas, no quisimos aceptar el desayuno. Pasamos el día visitando la ciudad. Los Astudillos acababan de leer “La Regenta”. Por allí nos anduvieron dando lecciones. Comimos en el Campo de San Francisco.

                    Con el último dinero que nos quedaba cogimos, recién anochecido, un tren para Valladolid. A mí me despertaron, sobre las tres de la mañana, al llegar a Pucela. La fonda ya la conocíamos, y nos pillaba cerca: “el Campo Grande”. En Castilla no son tan frías y húmedas, las noches como en Asturias.

                    Comimos las últimas viandas, creo pudimos comprar dos “riches”, y a la carretera, por la Rubia. Era más fácil el auto-stop por Tordesillas que por Rioseco. Además en la villa de doña Juana, teníamos un amigo, José Luis Bedoya, que creo, ya por entonces, andaba detrás de Mari Chari, la entonces preciosa hija de don Manolo, en el del banco.

                    Por aquel entonces, a unos muchachos con mochilas y pintas de buena gente, les paraban los de camiones y coches, pero en Tordesillas se nos dio mal el auto-stop. Como el día pasaba y aún quedábamos dos, Bedoya, entonces mucho más delgado, nos trajo en su Vespa.

                    Llegamos a Villalpando, sanos y salvos, seis noches fuera de casa, un jueves 13 de agosto. Aquel año cayó San Roque, el dieciséis, en domingo, por lo tanto, Nuestra Señora en sábado; el lunes otra vez todos a la era. Aquel verano fue muy lluvioso. Quedaron gavillas por las tierras, sin atropar y sin acarrear. El catorce lo dedicamos al aseo y al descanso.  El quince, en el encierro, acabé de romper las sandalias de la montaña. Por la tarde bailé con una rubita preciosa.

                   

 


    Foto del carnet de alumno libre en la Escuela de Magisterio de Zamora, hecha aquel año.

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