sábado, 20 de febrero de 2021

EL RAPERO Y SERVIDOR.

 

 

                                    EL RAPERO Y SERVIDOR.

Pues sí: desde el año 1977, hasta el 1982, más o menos, tuve intensa relación comercial con una empresa catalana, Aproalfa S.A., cuyo promotor, jefe y principal accionista, fue don Andrés Rivadulla Buira.

 ¿Y?: pues que el Pablo “Hasel”, es Pablo Rivadulla, nieto paterno del citado don Andrés.

Les cuento. Años “setenta” en Villalpando había muchas parcelas sembradas de alfalfa, cierto que en secano, salvo las de Julio Pinto, “Miluchi”. Se vendía toda gracias a la salida que yo le daba para ganaderos de “Uteco” de Orense, “Coren” actualmente, y de Asturias. También para ganaderos, vacas y ovejas, del pueblo y de la zona. Encargado de la báscula un guardia civil jubilado, iba anotando todas las pesadas. En el año de 1973, se pesaron casi cuatro millones de kilos de alfalfa.

De toda la vida el problema de los forrajes es que llueva entre la siega y el empaque, en cuyo caso pierden mucha calidad o pueden, incluso, estropearse.

Desde los años “sesenta” funcionaba una deshidratadora en Benavente. Para ella, la alfalfa se segaba con un “lagarto” quien, según la iba segando, la iba escupiendo, triturada, a un remolque, arrastrado por tractor, que circulaba al lado y paralelo, al del “lagarto”. Así, recién segada, echando agua, era transportada a la factoría. En ella, a base de quemar gasóleo e insuflarle aire caliente, le quitaban el agua, la “deshidrataban”. El producto obtenido, de gran calidad, era harina de alfalfa, en polvo o en pellets, indispensable para añadir proteína a los piensos compuestos.

En octubre de 1973, tras la guerra del “Yon Kipur”, como represalia a la invasión israelí, los países árabes multiplicaron el precio del petróleo, por ello la enorme subida de los carburantes y la consiguiente crisis económica mundial. El gasóleo se puso tan caro que hizo inviables a las deshidratadoras. Éstas empezaron a comprarla empacada y la molían.

Sobre 1971-72 llegó al pueblo, con su esposa y una niña de meses, un joven agente de Extensión Agraria, Luis García Cortés. Lleno de inquietud, de ímpetu, de afán de hacer cosas, cuando todavía los pueblos estaban vivos, empezó a convocar a la gente para emprender acciones. Este hombre quien, por supuesto, vivió y murió, joven, en el pueblo no tenía horario de trabajo. No sé los miles de horas que echaría en reuniones, por las noches, o por las mañanas en sábados o domingos, con labradores y ganaderos. Obra suya fue la Cooperativa Cerealista y la de Ovino.

Cuando andábamos con la idea de formar una cooperativa para construir una deshidratadora de alfalfa, tuvo noticia de Aproalfa. Una fábrica en Suchs, Lérida donde, en lugar de deshidratarla metían la alfalfa, picada y muy prensada, (en el prensado le sacaban jugo y algo de agua) en sacos cuadrados de plástico; un anticipo de las bolas de ahora. A ese producto le llamaban Rumialfa.

Luis consiguió contactar con esos catalanes cuando, todavía, no habían rematado la fábrica de Suchs, y aquí que se presentaron: el jefe, don Andrés Rivadulla Buira y el segundo, un tal Roma. En el bar del cine nos reunimos con veinte o treinta agricultores que seguían interesados. Yo pagué la consumición. Después de muchas reuniones y contactos, nos dimos cuenta de lo inviable del proyecto. Tiempo después, con capital palentino,  montaron la factoria en Becerril de Campos, cuya vida ha estado llena de tumbos.

Aquella consumición fue rentable: el primer camión de Rumialfa que salió de la factoría, vino a Villalpando. Un tráiler, veintipico toneladas que, saco a saco, pasaron por mis costillas, descargadas en el corral de “La jabonera”, contra la tapia de Peterete. No estaba aún construida la casa de mi hermana. Mi padre sintió mucho no poder ayudarme.

La rumialfa empezó a venderse aquel invierno como churros en verbena. Aquel primer camión lo fui repartiendo, a fines de semana, con el tractor por los cabañales. Después ya venían los camiones directos; a la vaquería de Bolaños, a la de Fernando Burón, por ej. A veces se repartía un camión para varios ganaderos. Si era día de escuela, iba Sari a repartir y cobrar. Me facturaban a un mes. Cuando llegaba la letra, ya tenía, de sobra, las perras.

Don Andrés Rivadulla, el abuelo del rapero, en el trato personal era un hombre encantador. Mi relación con ellos fue cordial, pero había que tener mucho cuidado con las perras. En una ocasión me giraron dos letras por la misma factura, importe de un camión. La devolví dos veces y me enfadé con ellos.

Llegaron a tener tal confianza en mí, después de varias visitas, y camiones vendidos, que me giraban letras “de peloteo”, por importe de un millón de pts. El día antes de su vencimiento yo tenía ya un talón nominal firmado por ese importe que ingresaba en mi cuenta en la que, al día siguiente, cargaban la letra. Pude haberme quedado con el importe del talón y devolver la letra, puesto que ni estaba firmada ni se correspondía con factura alguna.

Don Andrés, en alguna conversación sobre dineros, apelaba al honor militar. Ahora he sabido que, en 1944 a los 24 años, como Teniente destacó en la lucha contra los maquis que, desde Francia, invadieron el valle de Arán. Ya se había fogueado en la guerra, quinta del biberón, como Alférez Provisional.

Pues vaya joya de nieto que le ha salido.

 

 

 

 


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