viernes, 31 de julio de 2020

RELATOS PREMIADOS.




                                         
            Aunque están publicados en  libro “Aquellos pueblos”, para darle mayor difusión y para animar a quien le guste recordar o conocer vivencias de la sociedad rural tradicional a que adquieran alguno de los últimos ejemplares del libro, voy a transcribir aquí algunos de aquellos relatos.          

                                               V O L V E R.

            (Dedicado a Segundo, “Relojero”)

            En Barajas, cargado de maletas y de reduerdos, pido a un taxista que me traslade a la estación de “Auto Res”, allí es donde he de coger el “ómnibus” para mi pueblo.
            Por mi acento argentino al chófer, sanabrés, le choca mi destino a “Tierra de Campos”. Me habla de la Sanabria de su infancia, antes del turismo, de las aldeas de piedra y pizarra, de berzas y vacas, de mazorcas en las galerías, del olor a humo, a boñiga, a heno y a brezo; aún conoció tejados de paja de centeno. Me dice que ahora tiene buena casa y que le
falta poco, en la jubilación, para disfrutarla plenamente.
            Le digo que yo también, después de cuarenta y cinco, vuelvo para quedarme, y, de cuatro brochazos, le cuento mi vida.
            -Me trajeron al mundo en un rastrojo, sobre una morena.
            Mi padre, con su bici, su hato y sus porrillas , había marcado en la primavera a machacar piedra a Traspadarne. Madre había quedado con el cargo de alimentar y vestir a los tres “lebreles”, y al que iba a venir.
            El día antes de mi nacimiento, Petra “Las Pascua”, le dijo:
            _¡Oye!, mañana debíamos ir a rebusco de garbanzos, me he enterao por el mozo de los “Medioyugo”, medio en secreto, que han preparao una gera horrorosa en la tierra de “Las Cuestas”. Por no pagar el jornal a las cogedoras los han segao con la gavilladora, y han dejao el suelo merminiando de vainas.
-         -¡Pero mujer! ¿No ves que estoy ya casi fuera de cuentas, y que no puedo ni agacharme? Replico mi madre.
-        -¡Si no hace falta que te encorves! Yo lleno las fardelas y tú las llevas al costal, luego los repartimos, y pa el camino ya sabes que tengo la burrica.
Este razonamiento y la ilusión de llenar la barriga a los niños de garbanzos cocheros con pan y cebolla, animó a mi madre.
Al taxista no se lo pude contar con tanto detalle. Cuando el “car” enfilaba la carretera de La Coruña, me sumí en el recuerdo.
Se levantaron “entre gallos y maitines”. Petra, con una simple manta cinchada. la cabezada y una correa  por ramal, aparejó la burra. En las alforjas metió un cachico de pan, dos pastillas de chocolate y el botijo del agua. También, por si acaso, un paño limpio.
A la luz de la bombilla de la esquina, “La Pascua” le dio el pie, y madre se sentó en la burra. Ella, desde el poyo de la trasera, pasó la piernas por encima de la pollina, se montó delante, a espernaquete, y  mi madre, de medio lao, la asió por la cintura. 
Con estrellas cogieron el Camino Real, por la fresca. La fragancia nocturna de las mieses segadas les llenaban los pulmones con bríos de vida. En el campo, entonces silencioso de motores, sólo se oía “el cantar”, al rodar, de algún carro lejano, y el chirrido de alguna coruja.
Cuando llegaron a la tierra, la alborada asomaban por la barda de naciente para empezar a alumbrar el escenario de las fatigas. Las alondras, invisibles, gorjeaban al día, y una pega sobre un carrasco, parecía “rezungar”, con su graznido, de que le apañaran los garbanzos. En la próxima telera, sobre el barbecho, balaban  cancinas y borras barruntando la llegada del pastor.
Caninas, antes de que el sol extendiera la galbana que, en la llanura hace ver más próximo lo lejano y achicharra las corvas, se pusieron a rebuscar. Madre también se agachó, hasta la primera fardela, pues el medio secreto del mozo lo fue a voces, y una cuadrilla de rebuscadoras apuraban el renacero.
El sol remontaba con mucho las lejanas encinas de Las Urnias. En el inmenso campo de amarillentos rastrojos y ocres barbechos la azulada suavidad de la mañana se tornaba en blanquecina canícula. Los agosteros ya andaban por el segundo carro. Con el costal mediado de las salinas vainas, que llenan las manos de oloroso salitre, madre y “La Pascua”, decidieron sentarse en una morena de la tierra de al lado, a comer el cacho de pan y la pastilla de chocolate de Vezdemarbán.
Puede que la energía del refrigerio y el agua del botijo, refrescada bajo montón de garbanzos, a madre le provocaran el parto, y tan rápido que no daba tiempo para volver a casa.
“La Pascua” tenía nociones de partera. Acondicionó unos haces de la morena. Sobre ellos tendió la manta. Despojó a mi madre de la saya y enagua que, sobre la manta, sirvieron de sábana. De ninguna otra prenda hubo de despojarse.
A los quejidos todas las rebuscadoras acudieron solícitas; también un amo y un criado que acarriaban al lado. A éstos los echaron, cogiéndoles antes la purridera y sus sombreros de paja, con los que hicieron un sombrajo.
Las dos rebuscadoras más fuertes sujetaron, por sus extremos, el largo mango de la purridera sobre sus cadriles, paralelo al suelo, por encima de mi madre, que le sirvió de asidero en los esfuerzos.

      (Continuará)


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