jueves, 3 de octubre de 2019

REFLEXIONES EN TORNO A DON MIGUEL DE UNAMUNO.




     DON MIGUEL DE UNAMUNO Y JUGO (Bilbao, 29 de septiembre de 1.864-Salamanca 31 de diciembre de 1936).
            Don Miguel, junto con Larra. Jovellanos, Ganivet, Costa, Macías Picavea, Concha Espina, Rosalía de Castro, Manuel Machado, Miguel Hernández, Delibes…, por citar los más recientes,  don Miguel digo, es uno de mis referentes en lo humano y lo literario.
            Esta semana se ha estrenado en Salamanca la película de Alejandro Amenabar, “Mientras dure la guerra”, que no es solamente su biografía, sino una lección de la historia de España en aquellos turbulentos años. No sé dónde he leído que no va a gustar ni a “rojos”, ni a “azules”; como diría don Miguel, ni a los “Hunos”, ni a los “Hotros”. Esa prueba de objetividad me gusta. Coincide con lo por mí contando en la entrada anterior.
            La vida, el compromiso, la actividad de Unamuno, están completamente incardinados en nuestra historia reciente. Esa faceta de manifestarse, dar la cara, de influir; ese compromiso social y humano es lo que ahora voy a intentar resaltar, dejando a un lado su extensa, valiosa y conocida obra literaria; incluso su existencialismo.
            Siendo niño llegó a conocer algún episodio de las guerras Carlistas; la restauración de Alfonso XII; a medida que iba creciendo, la regencia de Mª Cristina, la pérdida de Cuba, la coronación, con dieciséis años de Alfonso XIII; la Dictadura de Primo de Rivera; la II República, la guerra “incivil”;  la incultura, pobreza, desigualdades sociales, la injusticia, en fin de aquella pobre, como dice Álvarez Junco, España, “Mater Dolorosa”; situación social propiciatoria de tanto suceso trágico.
            Pero él no se conformó con lamentarse, como sus compañeros de la “Generación del noventa y ocho”, sino que utilizó su talento, su pluma como bisturí, intentando frenar la gangrena de aquel cuerpo enfermo.
            Es 1914, a causa de toda su crítica contra la Monarquía, Alfonso XIII consigue destituirlo como Rector de la Universidad de Salamanca, pero a don Miguel no hay quien le tape la boca.
            13 de Septiembre de 1923 en España, sin sangre, toma el poder un directorio militar, encabezado por el General don Miguel Primo de Rivera. A pesar de que la UGT y el PSOE, apoyan esta “dictadura” (como botón de muestra les recomiendo lean en “La otra historia de la Villa”, la intervención, en noviembre de ese año, del socialista ejemplar, Antonio García Sacristán, en un pleno municipal, en la que invoca, como la nueva España al Directorio Militar), Unamuno redobló sus ataques contra el General. Éste, en 1924, lo destituye y destierra a la isla de Fuerteventura. Cuando a mi esposa le cuento estas cosas, a propósito de mi pequeña lucha, se apiada y siente compasión por Concha Lizárraga: -¿Cómo lo pasaría esa mujer?, dice, porque, desposeído del sueldo, no sabemos cómo esa familia subsistiría.
            Al cabo de un poco de tiempo, “huye” a París. Ahí ya lo tenemos en Octubre de 1924. La capital de Francia era un hervidero de jóvenes españoles revolucionarios, principalmente anarquistas. Posiblemente algunos estuvieran ya allí trabajando, si bien la mayoría, sobre todo los dirigentes, Durruti, Ascaso, García Oliver… habían llegado huyendo del dictador. En París están también,  Vicente Blasco Ibañez, Ortega y Gasset más algunos otros intelectuales de menor rasgo.
            El de “La Catedral”, “Cañas y barro”, “La Barraca”, republicano activo, llevaba ya tiempo conspirando y poniendo dinero de su bolsillo. Todos éstos, a través de mítines, octavillas y panfletos calentaban las cabezas.  El paroxismo llegó en el mitin celebrado, el 31 de Octubre, en la Salle de Sociètès Sevantes, abarrotada y con altavoces en la calle. Abrió el acto un francés de izquierdas, Charles Richer, a continuación tomó la palabra Ortega y Gasset, quien, aunque convincente, comedido; cuando, con su barbita blanca, reluciente, sube la ascética figura del Rector de Salamanca y pronuncia un discurso apasionado, en el que conjugando la ira con la ironía, lanzaba invectivas contra el “Borbón”, faldero,  sus hijos hemofílico y mudo, el Primo de Rivera “putañero, el Martínez Anido, cerril… aquello hervía.   
            De aquel mitin, tan incendiario, al que asistieron siete villalpandinos, salió la decisión de invadir España, porque las “noticias” que llegaban convencían sobre que la situación en la “madre patria” estaba a punto de explotar. Sólo faltaba que la invasión de un grupo de valientes, por Navarra y Cataluña, prendiera la mecha de la revolución.                                                                                                                                                                                                                                                                 
            A la hora de la verdad de entre los miles de entusiastas, quienes llegaron a Vera de Bidasoa y a Cataluña, fueron sendos grupos de treinta o cuarenta individuos. En el primero iban los siete de Villalpando; a Abundio Riaño, con 21 años, le costó la vida; Ángel Fernández, Casiano Alonso, Gabriel Lobato, detenidos, juzgados y encarcelados, cumplieron prisión en una cárcel de Pamplona.
            Volvamos con Unamuno: fenecida la dictadura, en 1930, regresa a Salamanca. Es recibo en olor de multitudes. Se le repone en su cátedra. Se presenta por la Conjunción Republicano Socialista  (había republicanos de izquierdas y de derechas) a las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Sale elegido. A los dos días es él, quien desde el balcón del Ayuntamiento, proclama en Salamanca, la II República.
            Por la misma “Conjunción” , en julio de 1931, es elegido Diputado a Cortes. Ejerce su cargo desde esa fecha hasta octubre de 1933, en que éstas se disuelven. No quiso volver a presentarse. Empezaba su desencanto con aquella república, en la que hubo veintiséis gobiernos, constante huelgas, peleas, inestabilidad, y por la que tanto él había peleado, a pesar de ello, en 1935, el Gobierno radical-cedista de Lerroux, le nombra ciudadano de honor de la república. De sus críticas no se libró ni el que más tiempo fue Presidente, Manuel Azaña.
            Aunque ahora esto se quiera ocultar, hemos de saber que en los primeros momentos, en julio del 36, don Miguel de Unamuno, apoyó a los sublevados; realizó un llamamiento a los intelectuales europeos “para que apoyen a los militares defensores de la civilización cristiana”. Él veía en los rebeldes a unos regeneracionistas autoritarios. Destituidos todos los ayuntamientos, democráticos, también el de Salamanca, él mantuvo, y le fue consentido, el acta de concejal.
            Bien poco le duró la “alegría”, hasta que a los pocos días del alzamiento comenzaron las detenciones y los asesinatos, en muchos casos de amigos y compañeros de corporación y de cátedra. Le llegaban cientos de cartas para que intercediera por prisioneros a los que iban a fusilar por sus ideas políticas.
            A primeros de octubre consigue que Franco le reciba, le visita para pedir clemencia para muchos de sus amigos detenidos. Como el de aquí, ni malas palabras, ni buenos hechos: ¡nada!
            Con este estado de ánimo, el 12 de octubre de 1936, acude al paraninfo de la Universidad donde se va a celebrar el acto solemne del día de La Hispanidad. Él preside el acto. Lleva en el bolso el sobre con la inútil  carta de la esposa del pastor evangélico, Atilano Coco; como se conocía, había decidido no hablar. Acorto este episodio porque en estos días, a propósito de la película, está saliendo en todos los medios. Comienzan los engolados, patrióticamente hueros discursos, arremetiendo contra catalanes y vascos,… Fue tomando notas en el sobre de la carta dicha. Y llegó el momento en que saltó.
            Todo lo demás es muy sabido: "el muera la inteligencia" y el "vencer no es convencer" en la bronca con Millán Astray; el capotazo de Pemán; la protección de Carmen Polo; el llegar al café, como todos los días, al Novelty, creo, y todos sus amigos del día antes le vuelven la espalda; la reclusión en su domicilio con un soldado vigilando de día y de noche…
           
  (continuará)          
             
           
             
           





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