martes, 27 de marzo de 2012

VENGO DE ZAMORA.

Pues es que hoy en la UNED han presentado el libro, "III PREMIO. MEMORIA DE LA EMIGRACIÓN CASTELLANO-LEONESA", compuesto por una serie de relatos de emigrantes, dentro o fuera de España, o de personas que conocieran y vivieran el fenómeno migratorio.

Soy autor de uno de esos relatos publicados, titulado "YA DE VEZ". Por ese motivo he compartido la presentación del libro con el Director, Juan-Andrés Blanco. Allí estaban todos los medios de la provincia y "saldremos en la tele", "Canal 8", lo cual, después de salir "Chapirú", no tiene tanto mérito. También las radios. Ahora, ya en directo, según venía de Zamora, me han entrevistado en Onda Cero. Antes de empezar el acto me entrevistó una preciosidad de RNE. Si bien donde me espepité bien fue na la rueda de prensa. A ver lo que sacan en la tele. ¡Tranquilos!: que no hablé de la Puerta Villa ni de la Junta Parroquial.

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¡Bueno!: y ya que estaba en Zamora, me fui a hablar con Hortensia, la responsable de Patrimonio en la Provincia. Aquí sí hablamos, y mucho, de la Puerta Villa. Vimos en su ordenador muchas fotos, de todos los pasos de la obra. Me dio explicaciones de todas las actuaciones históricas, aparte de teléfonos y direcciones electrónicas del Arquitecto y del responsable en Valladolid. (Oculto otra confidencia que me hizo).

Viendo en una foto que EL MURO TAPA HASTA EL ZÓCALO EN LA BASE DE LOS ARCOS, ante su afirmación de que los muros van a ir ocultos, lo mismo que dicen todos. Le pregunto, ¡COMO A TODOS!. Y, ¿cómo se van a tapar los muros sin tapar los arcos y parte de los cubos y las paredes?.

Me respondió tan pancha: -"El suelo va a quedar a la misma altura que estaba antes, ya que hasta ese resalte, el del zócalo (insistimos, donde se sentaba Garibalde), ¡¡¡¡¡ERA CIMIENTO!!!!.

Como hay millones de fotografías y nuestra "Puerta Villa" está en la mente de todos los villalpandinos. ¡¡¡DÍGANME!!, si el suelo anterior llegaba hasta la altura del actual muro, hasta el borde del zócalo. Si, no le van a restar luz y gracia al arco de abajo.

Esa es la cuestión. A los primeros que me gustaría convencer (no convencerlos, sino pedirles que abran los ojos, que miren y vean) es a los miembros de la Corporación. Creo que con el Arquitecto será inutil hablar, según Pablo es un "medernista" y tiene no sé cuántos premios. De que intenten taparme la boca desde un sillón ("porque aquí quien manda soy yo", o "porque tengo no sé cuántos títulos") tengo triste experiencia con jueces y otros titulados. Si lo voy a intentar con el responsable máximo de Patrimonio de la Junta.

Y ahora es el momento para quienes han mandado mensajes más o menos incendiarios y preocupados, de que echen una mano. Se trata de hablar, de dialogar, no de huelgas de hambre ni de insultar a la Corporación. Luego sale el Teniente de Alcalde, que es afable y dialogante, y ¡to dios recula!. Y no porque nos haya explicado cómo va a quedar bien lo que está ya muy mal.

De todos modos si alguien quiere ayudar, se agradece. QUE NO ES IR EN CONTRA DE LAS PERSONAS, DE LA CORPORACIÓN. ¿Cómo voy a repetirlo?. Si no encuentro ayuda, tampoco me asusta, de ello tengo mucha experiencia. ¡PERO QUE NADIE, CUANDO SEA IRREVERSIBLE EL ESTROPICIO ME DIGA: ¡¡QUÉ RAZÓN TENÍAS!!. Ni nadie ahora, por los bares o la calle, me critique lo de los muros.

He dicho.


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Ahora cuelgo el relato, ¡cómo ya está editado!, por si alguien tiene la paciencia de leerlo.

RELATO MEZCLANDO DE AQUÍ y DE ALLÁ , III PREMIO, “MEMORIA DE LA EMIGRACIÓN CASTELLANO-LEONESA”, escrito hace unos diez años. Lo edita la UNED.



YA DE VEZ.
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I. - Desde la cuesta de Gebres, pasada la divisoria de provincias, diviso, por fin las torres, el silo, y la “puerta villa”. ¡Sí!: es mi pueblo. Ahora, cuando baje del autocar, al acercarme a casa, Felicitas, “La Botera” y la señá Lucía, La Herradora me dirán: ¡ Eh chacho!, ¿Ya vienes de vez?. Les contestaré: - -Sí, ya vengo para quedarme.

Quedarme en el pueblo en que nací, en la casa de adobe y tapial de mis padres; aunque la hemos remozado un poco: caravista en la fachada, cambio de algunos tabiques y montar el cuarto de baño. Muebles hemos ido trayendo los que allí no servían. A ellos como a mí, trastes viejos, nadie los quiere.

Quedarme en el pueblo de escuela, juegos y trastadas, donde el pan era escaso pero sabroso, en el pueblo de sudores, lágrimas y alegrías, donde descansan mis antepasados y está enterrada mi mujer.

Marché en el 55. Estaba enamorado de Carmela. Eramos novios desde poco antes de ir a la mili ya dos años que me había licenciado. Estabamos deseando casarnos. Mi padre y mis tíos tenían juntos la poca labranza y la aguardientería. Yo era el segundo de hermanos y primos. Si me casaba habría de buscármelas. Para otra casa no daba el negocio. Cada año quemábamos menos, había menos orujo¸ se estaban ya escepando los majuelos y se vendían las uvas a los camiones. Para tener que ir a servir a un amo preferí marchar a trabajar a Bilbao.

Es verdad que me salió un ajuste de mozo de año en ca Las Gallegas . Me daban doce cargas de trigo, garbanzos para el gasto, un carro de paja y otro de leña, pero me di cuenta que llegaban los primeros tractores y dentro de poco íbamos a sobrar muchos.
Además, yo en la escuela era de los más espabilados. Aprendí a leer, escribir y las cuatro reglas. También a cubicar y a medir tierras en yeras y en cuartas y pensé que de algo me serviría para ascender en la fábrica.

II .- El autocar me deja en la carretera. Bandadas de vencejos siguen limpiando el aire de mosquitos.

Aunque María, La Soberana, tiene llave de la casa para ventilarla de vez en cuando y vigilar por si la helada revienta alguna tubería, saco mi llave. No la molesto. A estas horas estará ordeñando.

Encuerda la campana de Las Monjas. Creo que ahora dan a un botón para tocar o ponen
un disco rallado por el altavoz, pero es el mismo sonido que a las seis de la mañana nos despertaba en la riebla; a las tres, después de comer : “a la escuela que toca La Monja”; la misma que metía prisa a mi madre para ir a Misa al Convento.

Neme, con su lenguaje, me cuenta por el camino que va a llevar él la pendoneta en la procesión del Corpus, que Palomo es un meticón y no le va a dejar. Al llegar a casa acepta los dos euros y se retira prudente. Intuye que prefiero enfrentarme a solas con el sopetón de la entrada, al abrir la puerta y reencontrarme con los objetos pero no con las personas.

Entro por la trasera al portalón que separa la vivienda de la cuadra con pajar. La habitación que era de mis padres, da frente a la puerta de esa cuadra. Así, por la noche, oían si el ganau trastarbadeaba, comían o se enrataban con el ramal. También si entraban a robarlo. Una mula valía más que una senara y si se moría caías en manos de prestamistas que te chupaban la sangre.

Con esto de la prosta ya no aguanto más. Tendré que mirarlo. Estas gotas nada me hacen. Lo hago en la cuadra, como en el invierno o cuando llovía.

En la viga del cerral han anidado las palomas, y golondrinas en los machones. Vuelan asustadas y casi me dan en la cara.

Espitada la vejiga, aunque algo de orrura debe quedar dentro, que no deja se vacee del todo, empiezo a fijarme en lo que me rodea.

Mi padre, como nos fuimos marchando todos, siguió con las mulas hasta que dejó la labranza. Y ahí están todos los arreos colgaus de la pared: las cabezadas con antiojeras y cascabeles, los collerines con francaletes y sobadas almohadillas; el sillín con una calcomanía borrosa de una artista y las iniciales de mi tío con clavillos; la zufra, la barriguera, la retranca, los tiros de cadena, forrados de cuero, hasta la tralla. Colgados de los pesebres están, los cabezones que estrenaron La Pastora y el Castillo, mula y macho yeguatos que llegaron a los diez y doce dedos.

Fueron la mejor pareja de reata del pueblo. Se la compraron mi padre y mis tíos a Vicente “El Pastor”, en el otoño del año malo por mil pesetas. No había habido cosecha y el ganau se puso regalao. No había ni paja para darles de comer. Cuando llegaron a casa casi no se tenían. Estaban muerticos de hambre. Entonces con lo del aguardiente mi familia marchaba menos mal. Pudieron comprar unos sacos de salvaus; con eso, con orujo destilau, con vides de los majuelos y con grama, que cogíamos los muchachos, los fuimos sacando durante el invierno. Vino la primavera del año bueno y les traíamos en la yeguica buenas cargas de mielgas y yerba de ojo. Se pusieron como nansas y estaban deseando salir de la cuadra pa retozar. Aquella primavera le ofrecieron a mi tío mil pesetas por la pareja.

Los domó Máximo Chupalaceite, que había sido Carromatero, a la costumbre arriera, pero hasta meter al Castillo en varas y a La Pastora en tiros, ¡menudos cirios por la era.!

Los enganchaban a trillar al principio de la trilla, cuando el bálago estaba entero. Poníamos una piedra y nos montábamos dos en el trillo. Máximo sujetado a los ramales y yo agarrado a él. Tenían tal poder que corrían con el trillo como perro con lata al rabo. Acabábamos revolcaos y arrastraos por la trilla, él agarrado a los ramales y yo a sus piernas, rebozaos de paja y muertos de risa. Chupa, cuando se salían de la trilla soltaba los ramales y a nosotros y a los vecinos de era nos tocaba andar corriendo entre las parvas pa sujetarlos.

Recurrimos a montarnos cuatro en el trillo, cuando el bálago ya iba trillado, porque si no aparvaba. Entonces, cuando ya tenían mucha jabonada, se paraban, reculaban, tiraban coces, pa echarnos del trillo y volvían a correr. ¡Qué risas y qué números. Al San Antón siguiente nos sacó “El Tobo” en los refranes.

Ya, a base de sujetar uno a cada uno con el acial por el morro, se fueron amasando. Después fueron la pareja más noble y tiradora del pueblo. Todos lo decían en las tertulias y a mí, que era muchacho, me llenaba de orgullo.

Compraron, mi padre y mis tíos, un carromato al carretero de Fuentes, grande, fuerte y ligero a la vez que “cantaba” como ninguno. Las pinazas , los rayos, el buje, el cubo, los aros, hasta los sotroces eran mucho mas gruesos que el de los mejores carros de violo de las labranzas grandes.

¡Además!, encima del desojao llevaba sobreteleras que enganchaban con el tablero de adelante. Por detrás metían tablas hasta arriba. ¡Qué carraos traían Saturio y mi tío Antonio de Villafáfila…! El Castillo sujetaba como ninguno los emburriones de las varas a los baches. ¡La Pastora tiraba con una alegría, haciendo sonar los cascabeles…! Al subir el repecho del corral, ¡cómo se estiraba!. Sacaba chispas de las piedras. No necesitaba ramales. Al grito de ¡Riiiiiiiiia…! Giraba a la izquierda. Al de ¡Booooooooo….! A la derecha.

Se me hace de noche y estoy embobao con el recuerdo. El Castillo acabó, lleno de manqueras y mataduras hecho cecina “an’ca los Periquitos. La Pastora tuvo mejor suerte: amaneció muerta. Todos llorábamos, hasta a mi padre se le derramaron dos lágrimas erosivas que cavaron dos cabenes en la besana de su cara. Los vecinos le daban el pésame. Entre todos la sacaron tirando con una soga. La cargamos en el carro del Calduvero y la llevamos al Barrrero, pero no la dejamos al sol, para que la comieran los buitres. Le cavamos una fosa. Encima le pusimos una cruz hecha con los dientes de una bielda vieja.

Me decido a entrar en casa. Abro las maletas. Hago la cama. María lo tiene todo limpio. No me hacen falta fotos. Veo la imagen de mis padres por todos los rincones. En todos los objetos: en el almirez de encima de la hornaz, (aunque en la lumbre de antes hemos puesto una chimenea francesa, de esas encajadas con un cristal de puerta), en el despertador parado con la campanilla muda, en la alacena de la despensa.

Subo los tres escalones del doble sobre la bodega. Eso está igual: las mismas maderas renegridas del piso y el techo, al artesa en que mi madre amasaba el pan, los varales en los que colgaba uvas y se curaban los chorizos, los costanizos en que, una vez al año, vareaba la lana de los colchones, después de lavarla.; la cantarera, la espetera, los barreños de amasar las chichas, el arca, los baúles,….
El alma de mis padres, de mis hermanos, mi niñez, mi juventud están en todas esas cosas. En “El Promotor” que leía mi madre, en un calendario del 70, en el rosario de cuentas desgastadas,…..¡Pero no están ellos!. Me invade una sensación de tristeza, de inmensa soledad.

María, que ha visto luz, llega con leche, ya hervida, magdalenas y fruta. -¡Si necesitas algo ya sabes donde estamos!.

Apunto su teléfono, aunque vive pegando, por si me pasa algo por la noche. Los voy a poner en la mesilla, junto al de mi sobrino y el del Centro Médico, debajo del móvil. Me lo han regalado los hijos para tenerme localizado. Sus números los sé de memoria, pero, corriendo van a venir si me pasa algo.

La visita de María con las viandas me ha reconfortado el cuerpo y el alma. Resulta que no estoy tan solo. ¿No lo estaba más en el piso cuando mi hija se marchaba…?. ¡Si los vecinos ni siquiera me saludaban en la escalera…!. Pongo la radio. Hoy no ha habido atentados en el País Vasco y da lluvias en la cuenca del Duero. Me echo a dormir y sueño que madre me acocha en su regazo.


III .- Me despiertan los pardales. Voy a la tienda y a la botica. Me aprovisiono de lo necesario. Hay poca gente en el pueblo. Con alguien me encuentro. Todos me saludan y preguntan: ¡Qué! ,¿ya de vez?. A todos les alegra la respuesta.
Ordeno la casa y organizo mi subsistencia. Desde que se murió Carmela, como la muchacha pequeña estaba estudiando , los demás casados y yo recién jubilado, empecé a encargarme de la casa. Ahora me valgo sin problema. “El buey solo, bien se lame”.
Preparo un ramo con espliego, cardo amarillo y amapolas. Con esto de los herbicidas
casi no encuentro. Se lo llevo a Carmela. No es igual que cuando le ponía en la ventana, de mozos, el ramo de Mayo.

Le cuento lo de la pequeña. (Vino tardía cuando ya los otros eran mocicos. A todos les dimos estudios y están bien colocados. Ésta ha tardado más).

Un día me dijo que iba a traer un compañero a vivir con ella en el piso, que eran pareja de hecho. Antes a eso le llamábamos estar amontonados.

Su madre la dejó muy joven. Intenté suplir el cariño que le faltaba y ella se refugiaba en mí. Nos queremos mucho, pero es ley de vida. Me presentó al muchacho. Parece bueno. ¡Ojalá se lleven bien!. Se echó a llorar cuando le dije que me venia al pueblo. Los otros también decían que me quedara con ellos, pero no quiero ser una carga. Así creo que me querrán más. En estas parejas de ahora, si no tienen tiempo para los niños, ¡cómo lo van a tener para los viejos….!

Pero no me quejo. Estoy contento de volver para quedarme, de sentir en el rostro el frescor del viento que huele a alfalfa seca y a tierra húmeda, de lavarme con el mismo agua con que mi madre me lavaba, de oír las mismas campanas, majar el ajo a las cigüeñas, silbar a los tordos, arrullar a las tórtolas, maullar por la noche a los gatos en celo. De recrearme con una sugerente, por vieja, trasera de madera, la puerta de una panera o el bocarón de un pajar.


IV.- Carmela era la muchacha más guapa del pueblo. Alta para la época y muy limpia. Estuvo en la escuela de “Las Hermanas” hasta los catorce años. Yo había salido unos años antes de la de “Villa”, para ayudar a arar al rebezo, más de un golpe me dio la mancera en la barbilla al chocar el dental con algún morrillo.

Las Hermanas enseñaban mucho: de escribir, de cuentas , de labores y de virtudes. Las madres, en casa, completaban la educación. Eran aquellas muchachas muy mujeres de su casa. Su trabajo, su orden, su diligencia eran vitales en aquellas sociedades rurales. Igual sabían zurcir que bordar. Tejían jerseys de lana, que hasta habían hilado, si eran pastoras. Remendaban la ropa vieja. Componían la de los mayores para los pequeños. Carmela, en Bilbao, hacía la ropa para los niños. Sabían teñir, cuando había algún luto; cocinar en la lumbre; echar las cluecas; sacar las polladas, dar el cachetero y desollar conejos; lavar la ropa en el barreñón con la tabla; planchar con la de carbón.

En la matanza desurdir, rallar las tripas, derretir las mantecas y sacar los coscarones, componer las chichas, llenar chorizos y salchichones, curar los jamones, echar en zuza, meter en manteca,….. 5

Carmela, como todas las mujeres de por aquí, iba poco al campo. Sólo a coger legumbres, almendras y a vendimiar;. a barrer solares en la era y a ayudar en las limpias. Se ponían pañuelos para que el sol no les estropeara la piel.

Empecé a fijarme en ella cuando empezó a espigar y a granar. Reventó como capullo de amapola, y atraía las miradas de todos en el caño, en El Paseo y en las iglesia. Yo procuraba ir a dar agua cuando ella iba con el cántaro al cadril y el caldero de la mano al caño de San Pedro. Intercambiamos sonrisas y miradas furtivas.

Sus padres no le dejaron entrar en el baile hasta los dieciocho. Así lo hacían las más decentes. Ese día estrenaban todo: vestido, medias, la prenda que realzaba su busto, (de esto los muchachos no teníamos ni idea), carmín y emociones.

Cuando la vi entrar, con las amigas, me dio un vuelvo el corazón. Me apresuré en ser el primero en pedirle baile. Tocaba la orquesta de Los Gelasios “Lirio Azul”.

En aquellos tiempos cuando muchachos y muchachas estabamos separados en la escuela, en los juegos, en la iglesia, cuando vivíamos y vestíamos de formas tan distintas, cuando nos desconocíamos tanto, tener, de golpe y porrazo, tan cerca a un ser tan idealizado era una emoción con nada comparable: tocar ese cuerpo trémulo, aunque sólo fuera con las manos, mirar esos ojos, ver el rubor, dulce traicionero que delataba el interior de aquellas recatadas muchachas, aquel olor a limpio, aquel perfume delicioso,…..

Al acabar el baile volvió al corro con las amigas. Los muchachos hacían cola para pedirle baile. A mí no me volvió a tocar hasta pasados cinco. Su madre le había advertido que cumpliera con todos, que no diera caradas a ninguno. Yo, que antes de entrar ella en el baile, no perdía pieza, aquella noche no me interesó bailar con ninguna más. Me apoyé en un poste y veía como los patanes le ponían las manazas encima. Me parecía una profanación, como si en Misa cogieran el cáliz, sobre todo los que chuleaban por tener más tierras. Ella consolaba mi tristeza mirándome con delicioso mohín.

Aquello fue por la Feria. Desde entonces empecé a hacer méritos para merecerla: araba más derecho que nadie; tajeaba todo lo que el par podía; en las limpias, no dejé que nadie me relevara a la manivela de la aventadora; aprendí a sembrar a dos manos; arriesgué como ninguno en la capea por la fiesta; superé la prueba del organista y empecé a cantar los solos en la Novena de la Dolorosa; compré, por correspondencia, y estrené los primeros vaqueros que entraron en el pueblo; me arremangaba la camisa y mostraba unos brazos y un tórax musculosos; me afeitaba dos veces a la semana y todos los domingos, después de jugar a la pelota, me bañaba en la pozaleta.

Pasaron muchos domingos. Pasó una Cuaresma y no conseguía que sólo bailara conmigo.
Aquel domingo de Pascua ya dio muchos menos bailes. Dejó de ir al corro y bailaba dos y tres seguidos conmigo. Los moscones, cuando vieron que aquello tenía dueño, dejaron de zumbar.

El salón de Los Mantecas estaba lleno a rebosar. En los anfiteatros las casadas no perdían ripio de lo que abajo ocurría, pero la burbuja de la incipiente intimidad compartida nos aislaba del bullicio.

Al salir a los soportales llovía a cántaros. Yo había cogido el paragüas, por si acaso. Ese fue el pretexto para dejarse acompañar hasta casa. Al llegar a Las Cuatro Calles el reguero venía muy crecido. Nos refugiamos en la portalada de Cossio. Allí le declaré mi amor.

Ella, con los ojos en el suelo me respondió: “Yo también te quiero”.
Empezó a tocar La Queda y salió corriendo por la acera. La pillé cuando estaba a punto de atrochar para cruzar por lo más hondo. Sin que pudiera impedirlo la cogí en goris, se agarró a mi cuello y, con el agua por la pantorrilla, deposité tan dulce carga en la otra acera. Ella, roja, me “reprochó”: ¡atrevido!. Me besó en la mejilla y me dio con la puerta en las narices. Aquel día empezamos a ser novios.

V.- En el Camposanto leo las lápidas. A casi todos los conocí. Los hay de mi quinta y más jóvenes. Sobre la tumba de mi abuelo hay una cruz de esas de hierro negro con florituras. Está furruñosa, casi no se leen las letras.

Con él aprendí lo que era la muerte y con mis hijos lo que es la vida. Sentía mucho dolor por la suya y temor por la mía.

Usaba traje de pana y una faja de esas de flecos enrollada a la cintura de la que llevaba colgando el moquero.

Fumaba tabaco de cuarterón y hacía los cigarros todo lo gordos que daba de sí el papel. Por eso le llamaban “Piporro”. Lo de fumar era todo un ritual: la petaca, el librillo, la mecha en un canuto, la piedra de trillo, el eslabón. El Médico le prohibió fumar, pero no le compensó la opción prometida de vivir cinco años más.

Nos hacia las pelotas para el frontón. Rutiaba el pellejo del gato y las forraba.
Nos dimos cuenta que se sentía mal cuando dejó de cazar perdices con reclamo. Regaló la escopeta, el pájaro, la tienda y los cartuchos al Sr. Demetrio, el de la Contribución y dejó de hacernos pelotas.

Se murió un día de julio al mediodía. Sentado en la cama, por señas, pidió un cigarro, dio la última calada, exclamó: Ya está aquí el Mesías. Y expiró. Me parecía viejo y tenía menos años que tengo yo ahora.

¿Quién no lo piensa?. ¿Hay vida después de esta vida?. Mi padre ya lo decía: Algo tiene que haber. Me gusta mucho leer y recuerdo los versos del vasco ese que vivió en Salamanca, quien se debatió entre la duda y la esperanza:… Y desde el fondo de la noche/ Cristo, el Pastor Soberano / con infinitos ojos centelleantes / recuenta las ovejas del rebaño.

Yo me quedo con la esperanza. Voy a ir a ver al Nazareno. En Bilbao teníamos su cuadro en el saloncito del piso. ¡Además!, presiento que pronto voy a salir de dudas. El trigo de mi vida se está poniendo cereño.

Entretanto, saboreo con serenidad lo bueno de cada día: La lectura, las tertulias, la música, la radio, el paseo y, sobre todo la amistad con Segundo. ¡Bueno!: y mis nieticos, que van a venir para el verano.

VI.- Segundo, aunque es un poco mayor que yo, es mi amigo de toda la vida. Él me enseñó a pescar ranas y a cazar pájaros con tirachinas y pajarera. Era casi la única carne que comíamos, aparte de la de oveja implada. Me enseñó a distinguir el pardal de la pardala, las ababanjas de los aternillos. A recolectar espárragos, a pelar los cardos. Con él iba a brúa de bellotas, de titos, de muelas y de garbanzos. Todavía nos quedaba tiempo libre para escalar las torres, para papar los saltos de los caballos en la parada y para espiar a las parejas de novios, detrás de los rosales, en el Paseo.

Él prefirió quedarse aquí. Ha leído mucho y sabe de todo. Ha asumido el paso del tiempo con serenidad, dignidad y madurez.

Tenía 9 años cuando mataron a su padre. Solía ganar la soldada en el verano, como segador. El resto del año sacaba a la familia tejiendo esteras y cinchos para el queso. También talegas y cestos.

El año 35 medió ante el amo de le dehesa para que no pagara a los segadores menos yeras de las segadas. Eso, un año después, le costó la vida.

Segundo, después de aquel verano, tardó varios meses en volver a la escuela. Salía a pedir por los pueblos. Cuando volvió hubo de aprenderse de memoria el Catecismo.
D. José, el Maestro anterior, sólo enseñaba los Diez Mandamientos, y no todos. Por eso lo desterraron. Vino uno nuevo, de los estampillados, que por cojo no estaba en el frente y le preguntó a Segundo. Al llegar al Quinto, rompió a llorar. El Maestro nuevo no le volvió a preguntar.

Yo, en la escuela, estaba muy bien mirao. Mi madre, siempre cuando cocía, llevaba una torta para El Maestro. ¡Además!, al hermano más pequeño de mi padre lo mataron en la guerra. Estaba en Valladolid, voluntario en Ferrocarriles. Tenía 19 años. Fue de los que tomaron el Alto de los Leones. Bajando por el Guadarrama lo acribillaron a balazos. Fue el primer caído del pueblo y el primero en la lista que pusieron en la iglesia. Para mis abuelos ni por Dios, ni por España. Detrás de él otros veinte, sin contar más de otros fusilados del otro bando.

Lo trajeron a enterrar al pueblo. Es uno de mis primeros recuerdos. Vino mucha gente
con camisa azul y muchos Curas al entierro. Había muchas banderas. Desde entonces no me gustan los entierros con banderas. A mí me pusieron una camisa azul grandona y una gorra colorada. Llevaba una de las cintas de la caja.

La noche que mi tío estaba de cuerpo presente se llenó la casa de mi abuelo. Otros, también amigos, los de alpargatas, temerosos, se quedaban en la calle, después de dar el pésame. Dentro se fueron calentando las cabezas. Los odios contenidos en años de pobreza, de injusticia, de huelgas, estuvieron aquella noche a punto de estallar. Aparecieron algunas pistolas. Alguien propuso hacer una “limpieza”…….

Mi abuelo, aguardientero y labradorcico de tierras en colonia y de viesas en el Raso, pero fundador del Sindicato Agrario Católico, se plantó: -“Aquí no se mata a nadie. Con la sangre de mi hijo ya hay bastante”.

En días inmediatos no pudo evitar los viajes a la cárcel y al cementerio de Zamora. Unos cuantos del pueblo se reunían por las noches en una casa de la calle Zarandona para redactar las listas negras. Segundo sabe quienes eran. Viven hijos, sobrinos hermanos, pero los ha perdonado, aunque, para no olvidar vamos a hacer la lista de los fusilados.
Segundo es mi confidente y mi consuelo. No quiero perderlo.

VII.- En el pueblo queda poca gente Hay pocos niños, muchos viejos y solterones, los de toda la vida y los que se van incorporando a esa condición. La mayoría eran unos pasmaos de jóvenes y no se atrevían a estarse con ninguna. Después se empicaron a los putis. Mientras viven y se valen las madres no les va mal del todo, pero se van quedando solos y los veo tristes.

Ahora, al envejecer y verse con las manos vacías de afectos, sin hijos, sin nietos, empiezan a pagar su egoísmo comodón: la vaciedad del placer comprado. No les cambio mi intimidad con Carmela y la alegría de los hijos por todas sus idas a La Muralla.
¡Cuánto la echo de menos..!. Sobre todo cuando vuelvo a casa por las noches. Se me sueltan dos lágrimas que me limpio a la manga de la camisa, como de joven. ¡Con lo que ella suspiraba por volver al pueblo…!.Trabajo me costó convencerla para ir a Bilbao!. Aceptó cuando la vine hablando del mar, de los cines, de los autobuses y del agua corriente.¡¡ Cuánto disfrutaríamos ahora juntos…!

Ahora, al volver, también me he hecho muy amigo de Antonio, el de la Negra. También. El emigró en la desbandada de los sesenta, cuando tuvo que cerrarse el baile porque no quedaron mozos en el pueblo.

Coincide que a él le colocó, como a mí, un vasco de la misma cuadrilla de cazadores que, de toda la vida, venían a cazar por estos pagos.

Aparecían en la plaza con sus grandes coches negros, sus perros y sus escopetas. Era casi una fiesta en el pueblo. Ya tenían preparada casa donde dormir, sábanas limpias, mantel nuevo y mesa abundante.

Llevaban con ellos, de ojeo, a los que más sabían de vientos y de careos. Mi padre no solía fallar, ni el de Antonio. Los vascos nos trataban bien y eran bien recibidos. Al terminar la cacería, pagaban por un día el jornal de un mes. Había para comprar una manta y aceite. Algunas muchachas iban de criadas a sus casas.
Mi padre cogió amistad con el dueño de una fábrica. Con él me marché yo colocao, acabada la sementera y la mili, para cargar y descargar vagones, barrer la fábrica, traer y llevar pa’ca y pa’lla. Me quedaba en las horas extras y así aprendí rápido a tornear. Me jubilé de encargado.

A Antonio lo llevó el dueño de un restaurante famoso de Deva, de camarero y fregaplatos. Ascendió a pinche de cocina. Se ganó el cariño y la confianza de los dueños, vascos de caserío, que lo admitieron en su casa como a uno más de la familia a los que llamaba “amatxo” y “aita”. Aprendió a ser un buen cocinero. Se casó y siguió ahorrando. Cuando los dueños se hicieron mayores se lo vendieron. Le faltaban cinco millones de a mediados de los setenta: “Poneros a trabajar que ya los pagáis cuando podríais”.

El negocio funcionaba. La mujer y él trabajaban como perros, y las niñas, así que salían de la escuela.

Antonio aprendió a decir: “egunon”,” arratsalde on”, “gabón”, “kaixo”. Aprendió lo que significaba “txikito de gorria” y de “zuria” y a poner otra roda cuando le decían “beste bai”.

Evitaba la ostentación, pero empezó a recibir cartas selladas con el hacha y la serpiente y empezó a pagar. Las chicas se hicieron mozas. Su mujer falleció prematuramente. Con todo, él se amurrió.

Un día mataron a un guardia civil, un muchacho de Sanabria. Todo su delito haber nacido en un tierra pobre, como la nuestra. Antonio pensó: -“ Con mi dinero han comprado las “parabellum”…..-. Y no lo superó.

Dejó el negocio a las muchachas y echó el hato pa’ca.

Tiene nuevas casa y compañera. Los ha casado, por la Iglesia, un Cura amigo suyo, en secreto para no perder las pensiones. Quieren estar a bien con Dios.

Charlamos de aquella tierra. A nosotros, hijos de la estepa, ¡cómo nos gustaba su verdor y sus costumbres!. ¡Cómo la vimos y la hicimos crecer y prosperar!. ¡Que buena mano de obra fuimos los labriegos castellanos....!
!. Trenes repletos de etorkinas. Entre brumas y humos, coincidíamos muchos paisanos, camino de los tajos, en tan distintos amaneceres. Los vascos nos admitieron bien y nos fuimos integrando. Mis nietos se llaman Odei, Aitor y Ahinoa. Hemos dejado allí lo mejor de nuestra vida y nuestra sangre. ¿Podrán nuestros hijos seguir viviendo en paz en aquella tierra..?.

Segundo, Antonio y yo, muchas tardes, ahora en el tiempo alto, compramos una lata de escabeche, la aliñamos con pimiento, cebolla y aceite y vamos, dando un paseo a comerlo a la bodega con un cacho de pan y un trago de vino. No echamos de menos aquello. Antonio ya lleva aquí tres años y solo ha vuelto el otro día, al funeral de su “amatxo”, en el caserío.

VIII.- La verdad es que no me aburro. Ahora, por la fresca, me he metido a limpiar el corral. Como no hay muladar, ni gallinas que lo escarben, ni mulas que se revuelquen, ni marranos que lo hocen se ha puesto como un bosque de tobas, de cardos burrales, de gamaza, de ajenijos… A base de guadaña y purridera lo estoy dejando limpio.

También voy a limpiar los cubiertos, y las herramientas que quedan: los arreos en la cuadra; en la panera, colgados, están la hemina, el cuartal, los costales, con las iniciales de mi padre, las cerandas, una pala de madera y el palo de enrasar, medio desehechas una escoba de ajujera y otra de abaleo. Tendré que atar una nueva para barrer el corral.

El carro, la agavilladora y la aventadora los vendió mi padre a uno de la tiarruca. En el cabañal quedaron los armajes de acarrear y los de la paja, con sus redes; la purridera del abono y la de purrir que yo utilizaba en el acarreo. Cada purriderada una gavilla de la morena. Mi padre era el componedor. No se le caía una espiga y eso que , a veces metía una barda de dos filas.

En el doble aún están los faroles: el de la cuadra, los del Cementerio, que llevaba yo con mi abuela el día de Los Difuntos a la sepultura del hijo que le mataron en la guerra, y el de alumbrar al Cristo en Semana Santa; un escriño con su tapa y una troje reventada. No sé donde encontraré un barril de los del vino, hecho, como el escriño y la troje, con paja de centeno y mimbre fina cortada, revestido, por dentro de pez.
Todavía quedan muchos más cacharros de barro, hierro y hojalata: cántaros, botijos, barreñones, asaderas, cazuelas, pucheros, moldes para las margaritas , al molinillo del café, flaneras, potas de porcelana,, el pote de la lumbre, la cinta del hogar, trébedes, sartenes de patas, las tenazas, el fuelle. Un candil, un serillo y algunas cestas de mimbre.
Estoy pensando, con todo, montar un pequeño museo.
Segundo me ha dicho que podíamos ir a “Los Quince Puentes”, a cortar espadañas, ponerlas a secar y tejer esteras, que él se acuerda.

A mi me gustaba más la mimbre. No sé si quedarán mimbreros. Me gustaría tejer un azafate, de mimbre pelada, como el que usaba mi madre para los hilos, las agujas y el huevo de zurcir, para regalárselo a la nieta mayor, pero, ¿para qué? ¡Si no saben ni coser un botón.....!.

IX.- En todos esos achiperres está el recuerdo de mi padre. Ayer encontré la azada de pico, que utilizaba para alumbrar los vacillares. Cada temporada tenía que auzarla en la fragua. Con las piedras se ponía roma . En el mango, desgastado, están las huellas de sus manos.

Por la mañana, cuando se levantaba, lo primero que hacía era poner lumbre, con unos palicos de manojo, granzones y estiercol a medio secar. Después huntaba, en un rebojo de pan, tocino sobrante del cocido, lo comía y echaba la parva con un trago de mostosí. Frugal tentempié para la batalla diaria Era incansable en el campo- Todo el año bregando: alzar, binar, terciar el barbecho; sembrar legumbres; segar, atropar, acarriar, trillar, aparvar, aventar, envasar, costalear, meter la paja en la recolección; los majuelos, la sementera, el roto y todavía, en el invierno, andar a la piedra pa la carretera.

Los domingos jugaba a la pelota. Era maniego, por eso defendía, como nadie la raya del medio. Yo le admiraba y sentía orgullo cuando le aplaudían en el frontón. Parece que le estoy viendo correr, sudar, pegar esos machetes a dos dedos de la falta, aquellos saques a sobaquillo, alguna vez por detrás de la gente……
Llegaba a casa con las manos como botos y desgabanao. Mi madre siempre la echaba la bronca, pero le tenía preparada la palancana con agua tibia y sal para que metiera las manos y no se le pasaran. ¡Qué manos!. Estaban engarruñadas del trabajo.
En el buen tiempo, en las noches de ranas y grillos, salíamos a la calle, los niños a jugar y los mayores a tomar el fresco. Mi padre nos llamaba y nos enseñaba El Carro Triunfal, la Osa Mayor , La Polar, Las siete Cabrillas, y el Camino de Santiago. Nos contaba que una noche, por el 34, hubo una gran lluvia de estrellas. La señá Pía, que decían que estaba loca, predijo una tragedia, por eso tuvimos la guerra.

Sí me acuerdo del susto horroroso, debió ser en el 47, cuando todo el cielo se puso colorado. Mi padre nos calmó. –“Es una aurora boreal “, pero la gente decía que si los americanos habían tirado una bomba atómica,… que si era el fin del mundo. Unos iban a la iglesia, y otros se escondían en las bodegas.

Cuando escaseaba la comida mi padre decía que no tenía hambre. Madre le servía primero, pero él retiraba el plato al segundo cucharón.

Cada quince días, andando y en el burro, iba a llevar la patria al hermano segundo, que estaba en el seminario de Valderas, lo que madre podía juntar: pan de la hornada, un trozo de tocino, dos choricicos y unos huevos. Le metía un poco de merienda para él, en la fiambrera. Un día descubrimos que dejaba al seminarista también su merienda, y él se arreglaba con unas uvas o unas bellotas que cogía al pasar por el Monte del Duque y un cacho de pan.

Cuando venía del campo rebuscabamos en las alforjas y el fardel. Nos traía brunos, acerolas, almendras, una pluma de avutarda o una camisa de culebra. Cuando no encontraba nada, el cuero de los torreznos, que nos sabía a gloria con el mendruguico sobrante.

Cuando salgo por la noche al corral, me doy cuenta que yo a mis hijos no les enseñé las estrellas. En Bilbao no hay. Ni corral.

X.- Hace unos días han marchado a la Residencia de Villorgia, Arístides, el carretero y la mujer. Ella padece Alzheimer y no se vale. Han criado no sé cuantos hijos, pero todos andan por ahí, y no les pueden atender. La Residencia es un mal menor. Y, todavía, ¡qué vayan los solterones y los que no tienen hijos!……..Pero Daría, la del Argentino y Amelia "La Farruca", y Matilde, La Hornera que criaron una rabizada de hijos…..

La verdad es que algunos están tan contentos, pero la mayoría tienen una enorme necesidad de cariño. Algunos días cojo la bici y me llego hasta allí, a ver a los del pueblo. Todos tienen alguna pena que contar y la charla es un bálsamo para ellos.
Me da pena ver a Pedro, el Cacharrero. Es poco mayor que yo y, hasta hace nada, no paraba: tenía un huerto, estaba arreglando la casa, a base de barro, para la hija, que es periodista del País; se metía en el río a pescar cangrejos….Un cáncer de mama acabó con su mujer. Lo sacaron de su casa, de su pueblo y está acabadico en dos días. Si ya lo dice el refrán: Al burro viejo, no lo cambies de pesebre.

No sé que haré cuando no me valga. ¡Buenas ganas de pensarlo!, si lo mismo lo de la prosta me lleva pa’lante, pero yo del pueblo no salgo ni atao, y menos a esa Residencia, con todo lo bien que esté.

Además, a los de ese pueblo los tengo asco. ¡Cómo era el Cabeza de Partido, siempre fueron unos fanfarrones y unos patosos!. Siempre venían en la fiesta a comprometer. No nos parecía mal que torearan a las vacas, pero sí que les dieran palos, las cogieran por el rabo y las tiraran al suelo.

Un año, por hacer el ganso, vino la mara de Guaricha, de Maroma y tos esos, montaos en un trillo viejo, al que habían puesto las ruedas de una limpiadora, por la senda La Granja. Así que llegaron empezaron a faltarnos y a meterse con las muchachas, que tenían fama de ser las más guapas de la comarca. Los fuimos aguantando por no estropear la fiesta.

Luego, en bici, llegó la panda de los “toreros”. Hicieron una apuesta. Sacaron del bar una mesa, sillas, vasos de limonada y una baraja. Al salir la vaca, el primero que se levantara pagaba las consumiciones.
¡Bueno!, aquello fue una charlotada. Nunca nos habíamos reído tanto.
Las vacas eran alquiladas, de la Secretaria. Los de Villorgia se encontraban con ellas en todas las capeas, se conocían respectivamente con nombres y apellidos: la de Macaco, la de Trallazo, la de Bombita, la de Perules…., según la que había cogido a cada uno de éstos. Pero llegó un momento que eran las vacas las que habían cogido miedo a los “toreadores” que, si se veían cogidos, las agarraban por los cuernos y las tiraban al suelo.

Empieza la capea, ellos en medio de la plaza, sentaos a la mesa, jugando a las cartas. Cada vaca, al salir, cuando los iba a muzar, los conocía , bufaba y se espantaba. Y ellos, ¡tan chulos!. Hasta que sacaron a “La Costurera”, vieja, astuta, grande y cornalona y que ¡los tenía unas ganas….!

Ellos no la conocieron, porque Joaquín, la había pintado de almazarrón.
De salida también se espantó, pero fue pa tomar más carrera. ¡Qué risa! :mesa, sillas, vasos, cartas, toreadores….. .No quedó títere con cabeza. ¡Qué revolcones. Los llenó de costuras los pantalones, las camisas y el pellejo. Uno, además, no tenía calconcillos y no sabía como taparse.

Otro años vino otra mara que nos amargó la fiesta. Se pusieron tan patosos que acabaron por ponerse a mear en el baile y, ¡eso ya no! Las mujeres se marcharon para casa, la orquesta dejó de tocar. Nos juntamos todos los del pueblo, solteros y casados, y les dimos una “manta palos” que todavía se acuerdan.

El otro día ya me tiró una puntada la mandamás de la Residencia. Le interesa tener gente útil, para ayudar a poner la mesa e ir a por recetas y a la Farmacia. Le dije que prefiero vivir a mi aire.

Ya lo hablo con Segundo y con Antonio. Lo malo es cuando uno no se valga.
Se nos ha ocurrido una solución. ¡Que vengan familias jóvenes de hispanos!.
Muchas veces, en una casa hay dos y tres viejos, matrimonio, hermanos,…o si no,. nos juntamos dos o tres amigos. Juntamos las pensiones y les pagamos el sueldo. Vivirían en familia con nosotros. La Junta lo podía organizar. Que fuera gente de confianza. Nos cuidarían y les dejaríamos la casa y las tierricas. Podrían tener ovejas, ¡por ejemplo, que hay apriscos vacíos y, cada vez menos pastores!, o trabajar ellos en otras cosas. Me gustaría decírselo a los políticos. ¡Hay tantas casas vacías en los pueblos… ¡. A este paso, a la mayoría le quedan pocos años de vida!. Lo único “habitado”, van a ser los Cementerios. 14

XI.- Manola ha tenido un niño. Eso ahora en el pueblo es una noticia. En el año 30 nacimos setenta y tantos. Todos los días estaban repicando las campanas, o a bautizo, o a gloria sobre todo en otoño e invierno, cuando venían los andancios de tifús, garrotillo o sarampión. El toque de gloria hacía decir: “angelicos al cielo”. Los bautizaban luego, para librarlos del Limbo de los Niños.

Todos nacíamos aquí. Nos atendía el señor Aniceto, el Practicante y, la verdad es que, ya a partir de la guerra, pocos se morían. Segundo, Relojero, nació en el camino de Las Tenerías. Su madre se puso de parto respigando y no la dio tiempo de llegar a casa. Nos criábamos a honda. Así de duros hemos salido.

Antes el Médico vivía en el pueblo, como los Maestros y el Cura. Le llamabas por la noche si era necesario. Estaba de guardia las veinticuatro horas del día. Ya sé que era esclavo, pero la gente no le molestaba sin necesidad, y era querido y respetado.
Visitaba cada día a los enfermos, hasta que se levantaban de la cama. ¡Sólo el consuelo que los daba cuando las medicinas ya no hacían efecto…!. Se sentaba en la cama y charlaba un rato. Conocía las naturalezas de cada familia y la falta de medios la suplían con dedicación y afecto.

El bautizo ha sido una fiesta en el pueblo. ¡Más de un año sin un nacimiento!. Han tirado cohetes, pero no rebatina, ahora los pocos niños no se matan por un caramelo y una perragorda.

XII.- La prosta ( Ya sé que se dice próstata, pero yo, hasta para pensar, utilizo las palabras de aquí. En cambio no se me ha pagado lo de si serías, por si fueras) me está dando cada vez mas guerra. Ya casi no me sale el pis y he orinado un poco de sangre.

He ido al Clínico. Me han hecho pruebas y me han preguntado que si tengo familia, que lo mismo me tienen que operar. De momento no se lo voy a decir a los hijos, ni a Segundo.

He ido a ver al Nazareno y lo he consultado con él. Me ha dicho: -¡Hombre, a lo mejor es benigna y te la pueden quitar con laser…!.-

Eso también me lo dijo el Médico, y que no podré eyacular. ¡Anda que me importa buena cosa lo de eyacular…!. Que no sé muy bien lo que es, pero me lo imagino.
En la capilla he estado mucho rato. “El Moreno” me habla con la mirada. ¿A cuantas generaciones habrá mirado este Nazareno….?.

Me he metido con él en muchas profundidades: -¿Por qué siempre te representan con la cruz, o en la cruz y casi nunca resucitado?-..

-¡Hombre!. ¿Tú crees que si no hubiera resucitado y dado ánimos a Pedro y compañía

….,todos aquellos toscos y pobres hombres se hubieran atrevido a marchar por el mundo predicando mi doctrina?.

Se me queda mirando y no hace falta que me recuerde la grandeza del Evangelio.
A ningún Sindicalista, y los había muy “legales” en los años duros, allí, en el Norte, escuché un código ético como los Mandamientos, ni nada tan consolador como las Bienaventuranzas.

En aquel mundo de esclavitud, en aquella humanidad dominada por el Imperio Romano, a un hombre que solo fuera hombre no se le podía ocurrir aquella doctrina, aquel código de solidaridad, de hermandad, de esperanza.
¡Nazareno, creo en ti!. ¡Me has consolado!.

XIII.- Ahora es octubre dorado. Los ábregos trajeron las primeras lluvias, que vistieron de verdor las eras, los linderones y los maraños de los rastrojos. Las cencerras llenan los atardeceres de bucólicos sones. Los tractores navegan en el mar de la llanura preñando, con sus enormes sembradoras, las hojas de barriales y amorosos. Reverdecen las primeras sementeras. Saboreo todo esto.

XIV.- Mi hija va a venir a atenderme en la operación. Prefiero “El Clínico” que “Cruces”. ¡Además!, traer aquí a Carmela me costó muy caro. Quiero, cuando llegue, estar para siempre, “Ya de Vez con Ella” y, con lo caro que cuesta, ¿No me traerían en un tarro?.

Puede, y espero seguir disfrutando por más tiempo de rieblas, de cosechas, de carámbanos y sementeras. Pero, ¡de todos modos!, digo como mis padres: ¡Qué sea lo que Dios quiera!

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6 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena, Agapito. Es un relato excelente, de un gran poder de evocación, y está plagado de epresivas palabras que agonizan. Me recuerda bastante el mundo novelístico de Delibes, en especial dos de sus obras que más me gustan: Viejas historias de Castilla la Vieja y La hoja roja. Reitero mi felicitación. Luciano.

Agapito dijo...

¡Gracias Luciano!. Por lo autorizada, me llena de contento tu felicitación. Está escrito hace 8 o 10 años.

Aprovecho para pedirte noticias de tu último trabajo. ¿No vas a venir a Semana Santa?. Oriana seguro que sí.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Querido Agapito: Mi último trabajo es un ensayo de divulgación sobre la mentalidad de los Siglos de Oro. Ya lo he presentado en La Casa del Libro de Madrid, y el próximo viernes lo presentaré en el Museo Etnográfico de Castilla y León, sito en la entrañable y románica Zamora. Precisamente hoy han publicado una entrevista en la Opinión de Zamora a propósito de la obrita. Puntualmente te he mandado información a tu correo particular para invitarte a todos estos eventos, palabra horrorosa que se ha dado en utilizar ahora, pero no sé si era correcta la dirección que yo tenía, por eso empleo ahora tu blog. Dios mediante, creo que muy pronto tendremos ocasión de disfrutar hablando de literatura. Entre tanto, recibe un fuerte y sincero abrazo. Luciano.

Agapito dijo...

Amigo Luciano: Ni uno solo de esos correos he recibido. Las únicas noticias han sido vía Lola, Sara, tan elogiosas como desvaídas y difusas, como te puedes imaginar.

Dime a qué hora es la presentación del libro en Zamora. Ahí estaremos s. D. q.

Anoche Sara me ha informado de un premio a Oriana, sobre un trabajo de hematología. ¡Vaya familia!. El C.I. es hereditario, digan lo que quieran los "progres" en matería educativa.

Ahora entro en La Opinión. ¡Gracias por tu información!.

Un abrazo.

Fernando Cartón Sancho (Varo) dijo...

Enhorabuena por ese premio. He leído el relato y me ha encantado.
Un saludo, Agapito.
Varo.

Agapito dijo...

Me alegra te haya gustado el relato, pero no creas que tiene mayor mérito.

Soy un narrador que traslada vivencias infantiles y juveniles sin apenas ficción.

Lo dificil es narrar fabulando, crear unos personajes y una trama, aunque sea con el apoyo de la investigación histórica o de los viajes, como en tu "Veleta Nocturna"; o como en las novelas de Félix, "La Sangre de los Crucificados", "Muerte Dulce" y ahora "La Ciudad de los ojos grises"; o el trabajo de larguísimo título, ensayo sobre la mentalidad de las gentes en los "Siglos de Oro", de Luciano López.

Me parece que Luciano y tú no os conocéis. ¡Vaya presentadores de lujo!. El hijo de "El Tobo" es un filólogo de categoría. Un estudioso a fondo de la lengua. Un erudito. ¡Si su abuelo era el refranero oficial del pueblo, cualidad que heredó, muy mejorada, su padre...!

Ya verás como tus críos van a tener el mismo coco que Olga y tú.

Un abrazo.