miércoles, 1 de enero de 2020

REFLEXIONES EN PAZ.


   Perdonen mis lectores les haga confidencias de cierta intimidad.
  La convivencia en un pueblo, en éste, sobre todo para los que llevamos aquí toda la vida, con tanta interrelación, genera conflictos; unas veces conflictos de intereses económicos, otras veces  conflictos de egos, o ambos unidos, en los que se llega a broncas, juicios, odios...
   Según la situación social y económica son más o menos evitables las confrontaciones. En aquella España de jornaleros de sol a sol, cuando había trabajo, de casuchas, de pan y sebo, cuando lo había; de labradorcicos y artesanos de pan, garbanzos y tocino; de señoritos de chaleco son su reloj, botín y manos finas, el odio, la lucha entre las clases sociales, derivó en una guerra.
   Ahora, cuando la inmensa mayoría tenemos cubiertas nuestras necesidades vitales (esperemos el Pedro, el Pablo y el Gabriel no lo estropeen), resuelto ese gran conflicto colectivo entre las dos Españas,  dada la forma de ser de los humanos, siguen existiendo entre los vecinos, incluso entre las familias, de cada pueblo, antipatías, odios más o menos soterrados, motivados por la política local, por herencias de cuatro perras, la lindera, la medianía..; el orgullo y la soberbia.
    Pero para quienes llevamos caminando juntos largo recorrido de años, ver como cada poco para algún hombre o mujer se termina ese camino, nos hace reflexionar, sentir deseo de ser mejores personas. Eso a mí me ocurre.
    Y luego, los funerales: son ocasión de convivencia, de arropar a los familiares, de olvidar rencillas al dar el beso o la mano. Así lo estoy viviendo estos días.
     Conversé con los hijos y nietos de Noemí Allende Conde, fallecida hace ocho o diez días. Tenía 94 años y de nada le había faltado, sobre todo el cariño de los suyos.
    Anteayer   la misa de funeral de la madre de Mari Carmen y Vicente Blanco, en la iglesia de su pueblo, Villafrechós, me reconfortó: la alegre, por esperanzadora, homilía de un cura relativamente joven, la armoniosa torre mudejar restaurada hace años, no con hormigón, sino con sus ladrillos; el dorado de los preciosos retablos góticos..., la ermita de la Virgen de Cabo...
     Ayer trajeron de Madrid a reposar junto a su marido, Nino Guaza, a Carmen González Boyano. Tenía 92 años. No sé si fue la mayor o la segunda de la familia de "Los Tarines", los de la casica del "Juego de Pelota". Eran ocho, seis hombres y dos mujeres y el menor, aunque no lo parezca, tiene 80 años. ¡Qué gente más buena y trabajadora! De los ocho sólo, de joven, emigró la otra hermana, Cuca, a Covadonga. Cuando Carmen y Nino se fueron a Madrid, sus hijos ya eran mocicos, a los demás Tarines nunca les faltó trabajo en el pueblo.
    Carmen fue la madre de  Ángel Guaza, de Ramón, y de José Luis, el del "DÍA" y ahora "La Comarca", como les conocemos en el pueblo. También de una hija, Mari Carmen, ayer una dolorosa. A todos se les notaba el dolor, las lágrimas que querían contener cuando les dábamos el pésame.
   Estoy dudando si escribir lo siguiente. Lo hago. Es de justicia. Es un caso a resaltar. No entro en muchos detalles porque aquí nos conocemos todos.
   Si unos pocos hubieran hecho lo que José Luis y su familia, otro gallo nos cantara en el pueblo. Se fue de joven, con sus padres a Madrid, a buscarse la vida, con lo puesto,  veintipico o treinta años después, ha traído, ha invertido en la villa miles de euros y tres familias, con sus correspondientes niños, tres viviendas nuevas, el supermercado DÍA, ahora alquilado como LUPA, y la ferretería "La Comarca" que llevan sus hijos y que nos presta un fenomenal servicio, es moderna, tienen de todo. Es así como se combate la despoblación, y debería ser una obligación moral para los aquí residentes, hacer todo el gasto en el pueblo, que fuera,  ni es mejor, ni más barato.
    Perdonen haya terminado divagando:  el consonante de este escrito es que deseo para todos la misma paz que servidor posee. Si bien como la paz debe ser hija de la justicia, seguiré intentando ser justo. 
   

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