sábado, 25 de marzo de 2017

BUENAS, MALAS Y REGULARES PERSONAS. ¿QUÉ SE PUEDE HACER?


     Con los que nacen malvados, criminales, dañinos, apartarlos de la circulación. Lo dice científicamente Tobeña, estamos hartos de conocerlos. Ni les influye, como ocurre en algunos casos, ni el buen ambiente familiar, ni el social.

    Recuerdo, por los años ochenta, al famoso Quintas de Zamora. Asesinó, de forma cruel, a una candorosa pareja de adolescentes que estudiaban las aves en el río Duero. Sin más, porque le dio la gana. Aquello me entristeció e indignó al máximo. Por entonces mi hija mayor era una adolescente que estudiaba COU en Zamora.

   Con los años y todo el catálogo de horrores que padecemos, se está produciendo una cierta e inevitable insensibilización,  Si es que todos los telediarios están llenos de sangre. Aún así, en mi caso, les aseguro no me resultan indiferentes, ni los crímenes de los delincuentes comunes, ni los de los delincuentes organizados, todavía más peligrosos, porque intentan justificar sus crímenes sobre inocentes en aras de no sé qué ideario nacionalista o religioso.

   Quedó atrás la pesadilla de ETA. ¡Dios mío, cuánta crueldad!: aquel asesinato del joven y brillante abogado sevillano y su esposa; ya no recuerdo si dos o tres niños pequeños huérfanos; el de Gregorio Ordoñez, y el más inhumano de Miguel Ángel Blanco, después de dos días de angustia, como a un corderico inocente. Y así, hasta cerca de ochocientas víctimas. ¿Para qué? Si aquel sector de la sociedad vasca no hubiera estado enfermo de fanatismo, aquella actuación de sus afines ideológicamente, hubiera bastado para renunciar a sus ideas.

   Desapareció ETA, unos aficionados, (no se "inhmolaban") al lado de estos de la "yihad". Son criminales de nacimiento y además irracionalmente fanatizados por una absurda idea. Una lacra y un peligro para occidente. Con chinos, rusos, indios, etc., no se van a meter. Con éstos no queda otra más que la actuación policial y de las leyes. Acabar con ellos, desde el punto de vista militar (evitando el daño a inocentes) y esperar a ver si a los afines les entra el raciocinio. También que la progresía, tan crítica con los israelitas cuando se "pasan" con los palestinos, empieza a "piarla" contra estos "hermanos" de la alianza de civilizaciones.

   Volvamos a los delincuentes comunes. A esos que nacen malvados. Fijándonos sólo en España, en los últimos años tenemos un buen muestreo, de los más famosos, que crímenes raro es el día que no hay alguno: el espeluznante caso de las niñas de Alcaser; al Anglés no lo han echado mano, el Ricart ya está en libertad; el Bretón que se carga a sus dos niñicos; los de la otra niña adoptada en Galicia, ¿para qué acordarnos de Marta del Castillo con "El Cuco" y el "Carcaño" chuleándose de todo el mundo, y el dineral gastado (necesario), para buscar sus restos..?

   De la injusta severidad, de la brutalidad contra cualquier pequeño o grande delincuente en tiempos pasados, hemos pasado a otra, también injusta, laxitud contra el delito. Aunque pocos se atrevan a escribirlo, esto es un sentir generalizado entre la población: lo barato que resulta robar, matar.

   Presumir de buenismo  farda mucho. Es, o fue, una de las modas de la filosofía "progre". Hasta nuestra Constitución recogió , ¡y qué bien si fuera eficaz!, esa doctrina en su Art. 25.2: "las penas de prisión, etc., estarán orientadas a la reeducación y reinserción social".

    Reinserción de violadores que cuando salen de permiso penitenciario la vuelven a armar, a criminales que idem. Conozco ejemplos muy cercanos.

    De ello trata Adolfo Tobeña en "Neurología de la maldad", estudio científico a disposición del mundo de la justicia en el que, incluso alerta de la imposibilidad en la mayoría de los casos, del buen deseo constitucional, con individuos que carecen de sentimiento de culpa, que son insensibles, incluso gozan con el dolor ajeno.

     Desgraciadamente el freno para los malhechores no es otro que el temor a que les sean aplicadas unas leyes coercitivas justas, que se los aparte, incluso de por vida de la relación social. La relativa impunidad con que ahora actúan anima mucho.

    Que nadie piense, al atreverme a escribir de lo que se habla mucho, pero no sobre el papel o la pantalla, que me motiva el odio, sino mi afán de justicia, y, sobre todo, mi piedad por las víctimas. Les puedo asegurar soy persona compasiva pero mucho más con quien sufre que con hace sufrir.

    En el próximo capítulo, s.D.q., trataremos de la gente más corriente.

     

 



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