sábado, 29 de octubre de 2011

MINGUI Y ONE, dos de la carretera.

En pocos días, con poca diferencia, se han ido por la del infinito, dos de aquellos niños de la Carretera Madrid, de la era de donde nos echaron los silos, de las Cercas de Santa María, de las bodegas de la fuente, del corral, cuadras, pajares del Sr. Filomeno y de mi abuela Ana, de para nuestra desgracia, la huerta de la "Viuda". Caros salieron aquellos perucos que saltamos a coger.

Onésimo Alonso Bariego, así le puso su padre, al final del 37, en plena guerra recordando al Onésimo de Quintanilla. Domingo Carricajo Luna, como su padre, "El Herrador", este ya de mi quinta, tres y pico años después.

Por eso One, el mayorcico de aquella cuadrilla, era el jefe. Él dirigía las operaciones y le obedecíamos: mi hermano, Amalín, el "China" pequeño, Alfredo el de "La Tachuelera", Eudosio "Morito", "Mingui", Manolo el de mi tío Bercario, servidor, y todos los que querían juntarse a la "mara".

Nuestro trabajo, en esta época de la sementera, de la otoñada, consistía en apañar cardos y tobas por detrás de las bodegas, por el principio del camino de Canillas, por las orillas de la cava, pasado del Puente de la Rampla, para hacer hogueras en la orilla, contra la cuneta de la carretera, en la susodicha era.

El más amigo de One, por aquella época, Antonio el de Silvano, era dueño del medio de transporte, instrumento entonces de mucha importancia: una plataformilla de madera sobre dos ejes, varillas de hierro, sujetas a la misma. En los extremos de cada una, un rodamiento que hacía de ruedas. Los rodamientos, un lujo para la época, se los habrían dado sus tios del taller de "Los Carbajos". One ponía la purridera y la soga. ¡Menudos carraos de cardos que traíamos y menudas hogueras, al caer la noche, preparábamos....!.

No sé si porque no había escuela, o porque One ya había salido y a mi me habían "sacao", es lo cierto que fui con él algunos días a cuidar las yegüas de su padre al "prao", "montao" en una yegüona que tenía el lomo hundido. Su madre, la señora Tomasa, nos metía en un fardel dos choricicos de callo, y un cacho pan de la hornada, que nos sabían a gloria.

Todo eso, y mucho más, recordaba ahora en el entierro, mientras le llevábamos a hombros, mientras compartíamos, la mayoría en silencio, el dolor de sus hijas, de Mario, de su hermana Carmen, de Lola, esgarrada a llorar, mientras poníamos esperanza en la preciosa canción de "Pasando por el valle del llanto,...".

Amigos One y Mingui os recordamos.

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