jueves, 30 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD. Basado en un hecho real.

PÍ0, el de “La Morriña”.

Es sabido que en los años de la posguerra, maltrecho el país, guerra mundial y luego aislamiento, sequías, escasas cosecha, el hambre hacia estragos.

Uno de mis lejanos recuerdos de aquello era el de, a escondidas de la abuela, con la que me criaba, salir a compartir el cacho de pan de la merienda con el vecinito hambriento. Y de las colas en la quesería para comprar, al debe, el suero de la comida diaria.

Superada con la buena cosecha del 46 esa situación extrema, y las normales cosechas siguientes, en las casas de los labradores, mejor cuantas más tierras tuvieran, se vivía con cierto desahogo, dado el relativo alto valor de los productos. Los jornaleros, cuando tenían trabajo o fuerzas para ello, comían pan, cebolla, vino y poco más.

Inexistentes las prestaciones sociales, pensiones de jubilación, subsidios de paro, los que por viejos, o menos dotados, no podían trabajar, habían de recurrir, para subsistir, a la mendicidad. Ello, aun decreciendo, duró hasta avanzado los cincuenta.

Recorrían las casas del pueblo, entonces todas habitadas, sin pisos, y las puertas sin candar.

Golpeaban con puño o con la aldaba: ¡tan, tan!. -¿Quién?.- ¡Ave María Purísima!. ¡Un pobre!, ¡una bendita limosna!.

Podía ocurrir que al momento alguien saliera con la “perra gorda”, 10 cts., mendrugo de pan e incluso algo de tocino. En cuyo caso el pobre lo besaba y decía: -¡Dios se lo pague!

Lo malo es cuando no había limosna, y desde dentro le respondían con el cruel: -¡Dios le ampare!.

Al pobrecico Pío, el de la “Morriña”, siempre le faltó el trabajo, porque le faltaba músculo, y era analfabeto. En sus mejores momentos, lo único que conseguía era cuidar vacas, por el almuerzo y cena en casa del amo. Pero, cuando se fue haciendo viejo, ya ni eso. Luego, como a ‘Carponte’, ‘Kilómetro’, ‘Cacalos’, los pobres de Villamayor,… no le quedó más remedio que pedir por los pueblos.

Pasados años alguien le dijo que iban a pagar subsidio a los de más de 65. Él no sabía muy bien los que tenía, por ahí andaría, pero que algún amo le tenía que firmar de haber ‘trabajau’ en su casa, y alguien le tenía que arreglar los papeles.

Recurrió, como todos los pobres, “an’ca” de D. Manuel Cossio, el Abogado donde yo estaba de mecanógrafo y recadero desde los 13 años, para que me pagara los estudios, a cambio, porque en mi casa no tenían dinero para mandarme a estudiar a la ciudad. En los pueblos sólo había escuelas de primaria.

El señorito de la “casa grande” le firmó el impreso que le dio Cossio. Yo fui a su pueblo en bici para que me dieran la partida de nacimiento. Había que pagar un duro que él no tenía. Cossio, puesto el dedo, le llevó los papeles a Zamora.

Se pasarían como dos meses, cuando un día se presentó con una carta del INP, primera que Pio Sanz recibía en su vida. Le habían concedido el subsidio, y que fuera a “La Hermandad” de Villalpando donde le pagarían los dos meses de atrasos: ¡50 duros!.

Yo le acompañé. Él nunca había tenido un billete de cien pesetas. Era un hombrico bueno, pequeño, encorvado. Recibió el dinero, se lo dio D. Eloy, en mano temblorosa, cayéndole lagrimones. A nadie jamás he visto dar unas gracias tan sinceras:

-¡Ale! Pio. Ya puedes marchar pa tu pueblo.

-“No, antes voy a pagar a D. Manuel”.

Le quería dar la mitad. D. Manuel no le cogió ni un céntimo. –“Dale, si quieres, 5 duros al muchacho.!.

Me hubiera escocido cogérselos. Le besaba las manos a D. Manuel, lloraba de agradecimiento. Aquellas Navidades del 58 o 59 serían distintas, ya hubo brasero, pan, sábana y manta, felicidad en casa de Pío y “La Morriña”.

7 comentarios:

Angel Infestas dijo...

Recuerdos tristes, pero recuerdos entrañables, de una época que afortunadamente pasó para todos nosotros. Como esperanza y augurio de año nuevo, que también esas situaciones se conviertan en pasado para todos los pueblos.
Enhorabuena, Agapito, por tu página y mis mejores deseos para ti y tu familia.

Agapito dijo...

¡Muchas gracias Conrado!. Conrado, qué más, si no es indiscreción.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Agapito. Mis deseos para este año nuevo de Salud y Felicidad en tu seno familiar y que sigas deleitándonos con tus magníficos relatos llenos de nostalgia y calidad literaria.

Agapito dijo...

¡Gracias, de corazón! ¡Dios quiera! se cumplan tus deseos, que nos dure la actual felicidad. La de hoy en la comida: cinco hijos más dos, seis nietos. Los cuatro pequeños, encantadores,...

Lo mismo te deseo.

Un abrazo.

Unknown dijo...

Los Cacalos llegaron al pueblo de mi abuelo, Villardiga, sobre la década de los 50 o 60. Eran altos, rubios y andaban mal, porque no era raro ir sin zapatos. Cuando mi abuelo veía al Rey Juan Carlos en 'las Pascuas', lo llamaba el Cacalo, por su parecido u porque les tenía por vagos a ambos.

Administrador dijo...


Los "Cacalos" a que yo me refiero no fueron los que llegaron a Villárdiga, sino a Villalpando, procedentes de Quintanilla del Monte. Eran tres hermanos: Ángel, el mayor, el único que andaba normal, aunque era muy cortico. El del medio, creo se llamaba Julián. y el pequeño Eusebio. Éstos dos caminaban con mucha dificultad. Tenían una hermana trabajando en Valladolid, completamente normal. Eusebio andaba por las casas ordeñando una o dos en cada casa. No eran rubios ni vagos, lo que pasa es que estaban muy impedidos.

Unknown dijo...

Buen apunte Agapito, no sabía que eran del mismo pueblo que mi abuelo, todo lo escribo de oídas y sin mala intención. Entonces mi abuelo los conoció en Quintanilla donde vivió hasta que se casó y no en Villárdiga. En aquella época ya sabes, aparte de la desgracia de nacer pobre, eras 'culpable' por ello (pensaban mi abuelo y otros muchos).
No se me olvida oírle decir todas las Nochebuenas... 'ya está ahí el Cacalo'