domingo, 26 de diciembre de 2021

CUENTO DE NAVIDAD.

 Dedicado a Rosa, seguidora en la distancia de este blog, que le recuerda sus orígenes.

                                   PIÍN, EL DE LA “MORRINA”.

            -¡Anda!: ¿no has visto lo gordica que se está poniendo la criada de los Álvarez?”

Como no se le conocía novio…, por ser de gente tan pobre, y la mayor de muchos hermanicos, lo poco que ganaba se lo daba a su madre, no tenía ni un triste vestido pa ir al baile,  la otra comadre espetó:

            -Con lo abetón que es, veremos si no la ha preñao alguno de los señoritos”.

            -Lo difícil será saber cuál de ellos.

            A los cuatro meses del chismorreo de las vecinas, Remi “La Morrina”, se puso de parto; prematuro porque a pesar de su preñez, no dejó de ir a por agua al caño, de fregar los suelos, de poner lumbre, de lavar en la pila del corral, de planchar con la de carbón, de preparar comidas, fregar,... Dio a luz en el cuarto de las criadas. Lo mismo que cualquier hembra del campo, así que lo lavó el practicante, puso con ternura, al niño en su pecho y regazo.

            -“¡Qué poco sentido..!” ¿Quién es el padre? Como nadie lo va a reconocer, dentro de tres días, vas con Amalio  en la serret, y llevas a la criatura al hospicio”.

            -“Señorita: lo voy a criar, cuando crezca a lo mejor usted le saca algo de parecido. He aprendido de mi madre el cariño por los hijos. Ella anda arrastro para darnos un cacho de pan. Como ya he perdido la vergüenza, si usted me echa a la calle, me marcho a la Muralla, y me pongo a la vida…”

            Intervino Don Basilio, el viejo y bondadoso cura de la aldea, doña María Álvarez y Álvarez, aceptó al nuevo huésped en su casona, pero con una condición: -“Sólo mientras lo diera la teta”.

            Al día siguiente, el abuelo, en casa del cura, lo apuntó en el libro de bautizados, como hijo “ilegítimo” de Remigia Pérez. Le puso, Pío, como él.

            Remi le dio teta al crío hasta los dos años, cuando ya comía de las sobras de la comida de los amos.

            El tío Pío “Morrines”, andaba de cachicán y pastor de la vacada  en el Valle. Le daban casa, agua de la poza y harina “pa la hornada”; también media cuarta pa el cacho de huerta; su mujer, “La Morrina”, nadie sabía otro nombre, apañaba lo que podía por el campo: cogido pa los conejos, respiga pa las gallinas, aternillos, cardillos,  espárragos trigueros y ababanjas, según el tiempo, para ellos.

            ¿Quién le iba a quitar a él de poner lazos a conejos y liebres, de coger nidos de curra entre las espadañas de Amaldos, y de ordeñar, pa el gasto, a cualquier recién parida? ¿Quién de apañar almendras de los linderones, y bellotas del monte, en las colinas que bordeaban la extensa hondonada de las praderas del Valle? Con tantos majuelos alrededor no iban ellos a carecer de uvas… Ya tenía buen cuidado de no entrar en bacillar hasta que la arada no estuviera hollada por el amo; y de pisar en esas huellas, derechas a las cepas de albillo, con botas de la misma suela; ya tenía buen cuidado de ir al amanecer y coger unos pocos racimos de cada cepa.

            Así iban sacando a la rabizada de muchachos, todo niñas menos el mayor que mataron  cuando la guerra. Así que podían sostener a un niño en los brazos, las hijas de los “Morrines”, los del Valle, ya se ponían a servir, en cualquier pueblo cercano a la finca, de rollas por la comida. Cuando recogieron al niño de Remi ya sólo quedaban en casa las dos pequeñas, las que cuidarían a Piín.

            Éste, Piían, puede que por ser ochomesino, y por el padre, se crió enclenque, tardó mucho, y mal, en hablar. Todos decían: “si es igual que el zarabeto y patarrín de los Álvarez…”

            Eladia y Rosaura, de siete y nueve años, cuidaban del niño,  cuando salían los abuelos a buscarse la vida.

            Sobre todo en invierno, algún pastor con la telera próxima, se llegaba a la casa del Valle a matar el frío. No faltaban ni leña seca ni hojarasca en el tenao. Le llevaban a los niños acerolas en su tiempo, brunos, migajas del recio queso pastoril que se esbronaba… y les contaban las historias y noticias de aquellos pueblos, distantes en la llanura.

            Remi, cada domingo por la tarde, le llevaba a su Piín y a sus hermanitas, los rebojos de pan sobrantes de la semana, unos pocos garbanzos de la sisa del cocido diario, trozos de tocino que, por rancio, ya no comían los amos. Era lo que más agradecían para, a falta de otras grasas, condimentar su dieta campestre. También los llevaba ropa que iban desechando los señoritos.

            A los dos años de llegar Piín, Rosaura se marchó de rolla an’cá los Concesos. Eladia, cariñosa y un poco alicorta, no quiso separarse ni de sus padres, ni del sobrino.

 Y así iban transcurriendo veranos, otoñadas, vendimias, sementeras. escarchas, deshielos;  sanmarcos, sanroques, los de las fiestas, los dos únicos días que iban al pueblo…

            Una tarde, por San Juan, paró, a la sombra de la encina grande de la portalada, una cuadrilla de segadores. Se llevaron con ellos a Piín, que ya tenía catorce años, de atropil. Desmedrado y poco hábil no daba a bondo de juntar en gavillas las manadas de dos segadores; en las vendimias casi no podía con las talegas; a los dieciocho, los amos de su madre, lo llevaron a arar, al rebezo,  con los mozos. No sujetaba la mancera. Además era zarabeto y casi no sabía hablar. Su vida, su destino, estaban en la casa, con la vacada del Valle. Además, sus abuelos, ya iban siendo viejos.

            Un mediodía, en automóvil, levantando polvo por la cañada, se presentaron los señoritos de Madrid, amos del Valle. Al ver al matrimonio “Morrines” ya viejicos, los quisieron llevar al asilo. Piín y Eladia se negaron: -“eeellos nooos cuiiidaron de niiiños, nooosotros looos vaaamos aaa cuiiidar de vieeejos”.

            Y los cuidaron, hasta que dejaron sus cuerpos, envueltos en sábanas viejas, en hoyas bajo la encina grande. Vino el cura a echarles un responso.

            Un mal día, ya andaría Piín por los sesenta, se presentaron dos coches. En uno, los hijos del amo primitivo; en otro una familia de La Bañeza, que había comprado el Valle. Iban a quitar las vacas y a roturar las praderas para sembrar remolacha. Le dieron una semana para llevarse los cuatro cacharros de la casa. Marchó llorando a Quintanilla. Vio, fuera del pueblo, medio abandona la caseta del hortelano. Al alcalde, Bernardo Áres,  le dio pena, y le colocó, a medio jornal, de ayudante del yegüaricero. Así  tiraría, hasta que los primeros tractores fueron echando a todas las mulas del campo. Él no iba a dejar morir a su tía de hambre. En su aldea no había Auxilio Social. Tuvo que ponerse a pedir.

            Venía a la villa, recorría casa por casa:  ¡Tan, tan!. -“¿Quién?”; -“Uuun pooobre, beeendita liiimosna”. Si tardaban algo en responder, buena señal. Alguien saldría con el rebojo o la perra gorda.  “Dios se lo pague”, decía el pobre en tal caso.

            Cuando no había limosna una voz, desde dentro le contestaba con el cruel: “¡Dios le ampare!”

            Se enteró Piín que a los “Cacalos” que también andaban pidiendo cuando ya no valían para ordeñar y cuidar la becera, les habían dado el subsidio.

            Un Abogado de la villa, don Manuel Cossio, era el bondadoso gestor. A él acudió llorando Piín.

            -“Mira a ver quién te firma estos papeles de que has trabajado para él”. Y se los firmó otro señorito, descendiente de los Álvarez, también algo zarabeto.

            Marchó Cossio a Zamora,  al Instituto Nacional de Previsión. A la semana siguiente le llegó a Piín la primera carta de su vida. Se la leyó la vecina: -¡Que vayas mañana a Villalpando, a la Hermandad, que te van a pagar el subsidio!.

            No había visto nunca juntos en su vida tres billetes de cien pesetas.

Llorando de agradecimiento se presentó en casa de Cossio.

            -Dooon Maaanuel, coooja, coooja, uuusted eeeste biiillete.

              -No Pío, que tu tía y tú lo necesitáis más.

            Le dejaron, ya en el pueblo, la casa de un emigrado, con dos camas, colchones…, camilla, sillas, cuatro cacharros… Vino a casa de Demócrito. Llenó la aceitera de cuartillo, un papel de estraza de arroz, medio kilo de bacalao y otro medio de azúcar; donde el señor “Benino” compró dos panes de a kilo,…       

            Aquellas fueron las Navidades más felices de Piín “Morrines” y su tía Eladia.

           

           

              

           

           

           

           

           

 

 

3 comentarios:

Síatodo dijo...

Bellísimo!! Gracias por trasladarnos a la realidad de nuestra historia y de nuestras vidas.

Ángel Hernansanz Herguedas dijo...

Buenas, Agapito, y feliz Navidad.
Una historia muy bien contada, sea o no sea cierta.
Desgraciadamente se daban en aquellos días muchos sucesos como estos y lo has trasladado a las palabras con la gran habilidad que tienes para que lo veamos según nos lo cuentas. ¡Vamos, ni el cine!.
Una maravilla de relato muy bien escrito, lleno del lenguaje del pueblo llano en aquéllos tristísimos días para tanta gente humilde.
Creo que si lo hubieras querido desarrollar, te habría dado para un pequeño libro con una gran historia.
Un abrazo y que tengas, junto a tú familia, un extraordinario 2022.

Administrador dijo...

¡Muchas gracias, amigo Ángel! Mensajes como este tuyo alegran mi vida, me animan a seguir escribiendo.
Todos mis relatos (como los tuyos) tienen una apoyatura real. No sé escribir ficción pura. Otra cosa es que, a partir de un hecho real, le añada ficción.
Sí: existió el mendigo Pío, el de "La Morriña" en Quintanilla del Monte, aunque su nacimiento no fuera como cuento.
Existió el abogado don Manuel Cossio, con quien trabajé de mecanógrafo y recadero, de los 13 a los 20 años.
Existe la finca conocida como "El Valle", y la casa en la que pudo vivir "La Morriña".
Existió el primer subsidio, aunque posiblemente don Manuel fuera con algún asunto más a Zamora. Yo presencié las lágrimas de agradecimiento de aquel hombrico con don Manuel.
He colgado el otro mensaje tuyo al que daré cordial respuesta.
A Pablo Román, si se asoma por aquí: me ha aparecido un largo mensaje tuyo en el que hablas del trabajo en que estás embarcado. Creo es de hace un año, y no recuerdo si lo había o no colgado. Ahora acabo de hacerlo. Me parece muy bien: ¡ánimo!