domingo, 20 de octubre de 2013

INGRATITUD (I)



Suena el teléfono de casa una tarde de mediados de diciembre de 2.005.

-¡Sí, dígame!

-¿Vos sos David Madroño?

-No señora, o señorita, soy su padre.

-Gran gusto “cabalyiero”. Sus lindas voces son igualitas.

-¿Quiere que le dé algún recado?

-Mire “scho so” Crecencia Leiva, le llamo desde Buenos Aires, en la República Argentina para pedirle un favor.

-Cuénteme por si yo puedo ayudarla desde tan lejos.

-“So” la mamá de Matías Amarilla. Vuestro hijo David fue su padrino de bautizo y primera comunión cuando mi nene era pibito de nueve años en las Escuelas de Fátima del padre Leoncio, en Villa Soldati. Le cogió gran cariño. “scho” hablé con él unas cuantas veces. Viendo la pobreza en que vivimos acá, me animó a viajar a España.

-Sí, recuerdo que David nos habló de ustedes, pero habiendo transcurrido seis o siete años, pensé habían desistido de la idea.

-Recién que encontré su teléfono. Y es que ahora mi hija Silvana se ha graduado de Secundaria. Ha terminado todo su ciclo en Fátima y desea seguir estudios universitarios, pero aquí sin plata no se puede acceder a la Universidad. Por eso me gustaría encontrar algún trabajo en España para poderles mandar platita.

-No sé en lo que usted está dispuesta a trabajar. Si no le importa hacerlo como trabajadora del hogar enseguida encontraríamos trabajo.

-¡Pues claro! Es lo que he hecho toda mi vida. Además como interna es como podré ahorrar platita para mandarles.

-Deme su número de teléfono. Le voy a buscar trabajo y la aviso.

-En mi casa no hay teléfono fijo. Nos arreglamos con el celular. Ahora le estoy hablando desde casa de mi vecina. Es este el que le voy a dar.

Copio una tira de números y le prometo llamarla así que encuentre algo.

Ella me lo agradece con delicioso lenguaje.

Así que cuelgo, mando un anuncio a “El Norte de Castilla”, para publicarlo tres días. Doy el móvil.

Lo publica al segundo día, y, luego por la mañana, empiezan las llamadas. Todas con la misma historia: que si estaba en España y tenía referencias y papeles.

Fue tal el mareo que llamé al “Norte” para que dejaran de publicarlo, aunque no me devolvieran la tarifa.

Fue entonces cuando lo repetí en “La Voz de Benavente”, donde yo escribía, pensando que los posibles interesados podrían conocerme y valerles mi referencia. Puse el teléfono de casa.

“La Voz” era semanal. El primer día de publicación llaman preguntando por el anuncio. Enseguida nos identificamos. La interlocutora era Josefina de Anta, de Cerecinos de Campos. Necesitaban una señora interna para cuidar a su padre, “Julines”. Quedamos en que vendrían a hablar conmigo.

Un día de aquellas navidades del 2.005 se presentan en casa Josefina, y dos de sus hermanos. Se iba una brasileña que había cuidado a su padre durante cinco años. Tenían mucho interés en que yo les diera referencias de esta señora “argentina”. Les dije que la impresión causada en la conversación era buena. Les conté los antecedentes:

Nuestro hijo David, declarado objetor de conciencia cuando era obligatorio el servicio militar y agotadas las prórrogas por estudios, consiguió cumplir con la “Sustitución Social Obligatoria” ayudando al padre Leoncio en sus “Hogares y Escuelas de Fátima”, en el inmenso e inhumano suburbio de Buenos Aires llamado “Villa Soldati”.

Cuando el padre Leoncio Herrero Núñez, hijo menor del Sr. Benigno “El Panadero”, hermano de tía Lola, de Isabel, las dos que quedan, y de Benigno, Clemen, Melitón, Justo (padre de Manolo el de Mati), LLEGÓ de misionero de los Sagrados Corazones (tenían el Seminario, “La Pequeña Obra”, fuera, entonces, de Valladolid, en la carretera de Segovia; por allí pasaron un montón de seminaristas, entre otros Félix, actual alcalde), a Buenos Aires, Parroquia de Fátima,año 1954, con veintitantos años y dos metros de estatura, se encontró con un suburbio de chabolas alrededor del inmenso basurero de Buenos Aires donde cientos de niños rebuscaban entre la basuras su sustento.

El gigantesco esfuerzo de Leoncio consiguió que sobre aquel basurero, desde hace ya muchos años, surgieran los Hogares y las Escuelas de Fátima, donde millares de niños han recibido sustento y educación, si bien mejor aprovechada por unos que por otros.

Durante la dictadura de Videla, en Villa Soldati, se construyeron bloques y bloques de millares de viviendas colmena. Allí se alberga el sustrato social más bajo de los doce o catorce millones del inmenso Buenos Aires, capital federal. Está compuesto, en su mayoría, por inmigrantes de los vecinos países sudamericanos más pobres, predominan los bolivianos y paraguayos, como es el caso de la señora que nos ocupa. En esa enorme barriada la droga y la delincuencia capan a sus anchas. Allí no entran ni los carteros a repartir la correspondencia.

Los “Hogares, Escuelas y Parroquia de Fátima” son una flor en medio del lodazal.

A los tres hijos de “Julines” visitantes (por entonces yo no conocía lo que era Villa Soldati), les hablé de la confianza que me daba el que esta señora fuera una “usuaria” para sus hijos, de la formación del padre Leoncio. Estaba separada del marido, no tenía pareja, sí los dos hijos. La edad, 47 años entonces, era muy adecuada. También nos gustó la motivación de venir a trabajar a España: mandar dinero para la educación de sus hijos, Matías, el chico, todavía seguía en “Fátima”.

Así que decidieron que viniera a cuidar a su padre.

Lógicamente, sin conocerla, no iban a solicitar y conseguir el permiso de residencia, para que viniera ya “colocada” con los papeles en regla. Habría de venir, como todos, por su cuenta, con pasaporte de turista, billete de ida y vuelta, al cabo de tres meses máximo. Luego, si les gustaba, le arreglarían los papeles.

Y así fue llamé a Cres para darle la buena noticia.


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