martes, 14 de febrero de 2012

ENTRAÑABLE, CONMOVEDORA CEREMONIA.

La que han regalado a su madre, a su abuela, las hijas, una nieta de ARMONIA LOBATO CIFUENTES.

Habíamos acompañado a las hijas y familiares de "Tite", y esperamos a que llegaran de Bilbao con las cenizas de Armonía. Llegaron unos coches. Se formó comitiva por el pasillo central, derechos a una tumba muy conocida: Pablo Fernández Sampedro, alcancé a leer.

Depositaron la urnita sobre la tumba. El grupo dolorido, alrededor. Una de las hijas, leyó, no sé de qué autor, un pasaje filosófico sobre la vida y la muerte profundo, consolador. Josefina, la mayor, un folio con sus vivencias de hija, tan emotivo, tan lleno de ternura y serenidad al tiempo, que la emoción empezó a anudarme la garganta.

Con las vivencias de la nieta ya no pude. (Pienso que a los lectores, a lo peor, no les interesen o duden de mis emociones. ¡Bueno!. Dada mi extroversión, mi sentimentalismo y esta "ventana" es inevitable que las cuente).

Lo que la joven narraba, todos los recuerdos entrañables de la abuela, calaban mi alma de abuelo y, aunque me daba vergüenza, no podía contener las lágrimas.

Y es que las tres secuencias de esa liturgia familiar fueron tan evocadoras, de tanta calidad que me impactaron.

Y me emociono porque en esas evocaciones está la sociedad de mi infancia, y anterior, de la que tanta noticia tengo, tan llena de carencias, de desigualdades. Porque aquellos "Mecos" , "Cairos, "Cabrinches", campesinos sin tierra, eran inteligentes (pero no había para estudios), trabajadores, honrados, de gran categoría humana, ansiosos de justicia social.

Y en esas evocaciones, a lo que apenas aludieron, está lo que hubo de pasar una adolescente de 15 años, Armonía, cuando le arrebataron a su padre de forma tan injusta como brutal. Está el saber cómo se refugió en el amor a Pablo, a quien no paraba de nombrar en sus últimos delirios, y formaron una familia sin tener más, y no era poco, que unos brazos para trabajar. Con ellos, en el pueblo, hasta que emigraron, criaron a cuatro hijas. Y al pueblo, donde vivió lo mejor, y lo peor, de su vida pidió "que la trajeran".

Y no crean que la ceremonia estuvo carente de cierta espiritualidad, de cierta esperanza universal.

¿Entienden ahora por qué, cuando me recordaban, me hacían revivir todo lo anterior me entraran ganas de llorar?

Otro abrazo fuerte a Josefina y a sus hermanas.

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