“Carrisio el hijo del pastor de los Chicharros” era un niño que rasgaba la pared de la noche. Pescaba amigos en la c/Silera que era el mar de su universo y planetas, jugaba a la dola, a los toros, al pañuelo, a coger vencejos con papel y piedra, murciélagos con la gorra, de mi gran padre, “patifus” el pastor “de los chicharros” esta gorra, estaba (comida por el sol y el frío del campo), sobre todo en invierno. Ese crío travieso que se metía en casa del Sñr Pedro la Sñra Ramona y Guadalupe “los sastres” al brasero a buena temperatura que allí reinaba, igual que en casa de la Sñra Petra a estudiar, al calor de aquella vieja destiladora para no pasar frío, (que tú amigo mío, bien conocías) en la destiladora de aguardiente, (que aguardiente más especial) donde salía gota a gota, que tenían tus tíos o abuelos, que me parecía el anillo de Júpiter, allí estabas tú Agapito, vigilante, donde siempre te recordaré con un libro en la mano. También recuerda un pozo muy hondo en el corral donde echaban el hollejo de la uva, para secar este hollejo y luego usarlo en el horno, aquella juventud, sobre todo tuya, cuantas cosas hicisteis buenas de aquella hornada, con don Santiago el cura, todos aquellos de tu edad “los de la oración nocturna” aquello si que eran obras de teatro con sus cantos en la obra en el baile de "los mantecas” ¡compañero tu que opinas!! ¡compañero tu que opinas! Yo que tiene la viruela, porque también la tuvo su abuela… que recuerdos más bonitos. Ese niño, hoy un hombre, te recuerda cuando le llevaste al campamento de San Pedro de las Herrerías de arquero, que por primera vez con siete años salía de su pueblo, que ganas teníais de hacer cosas por la gente, también recuerdo con nostalgia a todos los hombres y mujeres de la calle Silera, los curreros, los sastres, los madroños, los cacharreros, los cogorzas etc… que ambiente había, todos aquellos hombres parecían tan grandes y corpulentos que ahora recordando me permito revivir las añoranzas de la infancia.
Descomponer el cielo en partículas de magia para después unirlas en el rincón donde los juegos se quedan a la espera. Que ahora cuando este hombre va al nº 6 de la calle Silera donde nació, en ese cuarto que dejó impresas, como pequeñas gotas, los sueños y recuerdos inusitados de la niñez y no ve a nadie por la calle se entristece.
Cuando el sólo está en esa casa por la ventana ve el amanecer, ve la lumbre que cultiva la semilla de su imaginación y deja una puerta abierta a toda la creatividad que pueblan los recuerdos.
Las ilustraciones e imaginaciones nacieron en la plenitud del espacio celeste y el vaho de los deseos mágicos que algunas veces todas los que fuimos niños vimos correr.
Vive en un momento donde el oficio de la historieta no ha cobrado aun su justo valor, y ha llegado para encontrarse a chicos y grandes en el sitio que ocupan sus recuerdos.
Con la vida aprendemos a no temer por las ilusiones y a seguir creyendo, como cuando niños, que aun en el más inmenso y oscuro de los universos, hay un lugar para el juego y la poesía.
Lo más increíble es que este niño, hoy hombre pequeño, siempre tendrá siete u ocho años, y si el creador del intrépido personaje no desiste, seguirá sorprendiéndo por convertir la noche, en una fantasía preñada de estrellas.
TAMBIEN EL "CARRISIO" HIJO DE "PATIFUS" QUISO SER TORERO
El poso que esta Fiesta ha ido dejando en nuestra cultura es tan denso y nos ha contaminado de tal forma que sin entender su contribución pocos entenderíamos de nosotros mismos. Hablar con total libertad, y con la educación debida, de cualquiera de los temas por los que extiendo mi raíces, esta Fiesta que amo será el objetivo de este espacio. Un maletilla de la c/ Silera nº 6 Villalpando (Zamora) que quiso ser torero.
(El relato que viene a continuación forma parte de mis recuerdos de, aficionado taurino natural del pueblecito arriba indicado, de esta forma refleja, además de mis recuerdos de chaval, mis recuerdos).
Agradecimiento de haberme metido en este mundillo con tan solo 13-14 años a Luís "Grillero" Antonio "Gatero" y a mi apoderado Martín "Cogorza" que, por cierto, pocas personas lo saben. Va por uds.
Al comienzo de las fiestas de San Juan siempre aparecía, iba algún lugar donde había toros, San Pedro la Tarce, Villamayor, Siete Iglesias, Villlafrechos, Castroverde, Mota del Marqués etc... Antonio Isidro de Caso que en mi pueblo me llaman “carrisio” aunque mi nombre de batalla era el "el hijo de patifus".
En el ato, una camisa y un pantalón, muleta, estaquillador y capote, en el bolsillo nada, en el estómago lo justo… mi afición no cabía en ningún sitio. Yo era un maletilla flaco, muy joven, zamorano, de Villalpando que estudiaba con Don Marcelino y Don Manolo, (de pago) simepre lo decía y me examinaba en el Instituto de Claudio Moyano de Zamora. Me decían que era un maletilla de postín, hacía alguns días que había dejado mi casa en la c/Silera 6. Sólo me importaba torear, robar un pase aquí y otro allá. El precio era muy alto, pues además del riesgo, simplemente, malvivía. Dos frases me acompañaban siempre en mis andanzas: “por favor” y “muchas gracias”.
Mis primeros recuerdos son del año sesenta y tantos. Era lunes, me senté debajo del carro de de su dueño “Carranchín”, mientras yo toreaban toros que no existían, verónicas y naturales sin toro, la Reina de las fiestas y su corte (que mayores parecían entonces) se acomodaban en el balcón del Ayuntamiento, y los músicos, con tambor, flauta chifla, intentaban tocar cualquier cosa que sonara e hiciera ruido (había tanta gente que no cabían en los tablaos). Eran las cinco de la tarde, todo estaba en su sitio: la gente en sus “tablaos”; el toro -el mayor de los tres que iban a ser sacrificados durante las fiestas- esperando su salida; yo maletilla, tenso junto al carro de “Carranchín”. El toreo pausado y perfecto -de salón- cambiaba totalmente cuando el animal, pasado de kilos y fecha, pisaba el ruedo; comenzaba lo real, con el toro, avisado y desarrollando sentido, el peligro se palpaba. Pero allí estaba yo intentando hacer fácil lo imposible. Todo sobre los pies, parar, templar y mandar un sueño. Un derechazo, al que una colada transformaba en un ayudado por alto, otro de pecho; el compañero de al lado, una media y un desarme, carreras y una voltereta; el siguiente, dos mantazos y al olivo. Unos tiritaban de calor, otros sudaban de frío. ¡Qué bromas gasta el miedo! Mientras los músicos de las chiflas intentaban tocar “España Cañi”, el respetable, mitad en broma, mitad en serio, jaleaba y aplaudía las faenas. El martes más de lo mismo, torear de fuera adentro y de arriba abajo no podía ser, yo lo intentaba una y otra vez, eso sí, jugándomela. Oí decir que en el cincuenta y siete, un maletilla y el alcalde de Nueva Villa, estuvieron a punto de irse por culpa del astado de turno, y en el sesenta y seis yo vi mandar al hule a “Benito” y a otro torerillo de Medina. Con aquel bicho no pudieron, lo mató la Guardia Civil. El miércoles, mientras el incombustible “Requena” fijaba al último de la feria, el maletilla, con un capote extendido, pasaban el guante: “A ver señores, la voluntad, una peseta al año no hace daño. Gracias, muchas gracias”. Era el momento de la merienda; calor, tripas y cabezas de sardinas rancias en el ruedo, sol y moscas. Olía a churros y a pólvora. Ensogado y apuntillado el último toro, la plaza se desmontaba en tan sólo unos minutos. Entonces, año tras año, yo me daba el berrinche más grande del mundo. Esa noche los músicos daban la última vuelta al pueblo, la gente cantaba el “Cheli te quiero” y a una “Dorotea” que se iba a casar; los oía desde la cama, ya era tarde. El jueves, al mediodía, yo que era el único maletilla que aún quedaba en el pueblo me despedía de “Mariano el de las vacas”, llevaba dos años durmiendo en su pajar y comiendo, muchos días, en su mesa. Prometi volver y éste se comprometió a guardarme el “hotel”. Fue conmigo hasta el puente, le dije que iba a un pueblo de Salamanca en el que había fiestas y tenían toros, quizás allí hubiera alguien “importante” que me contratara y me hiciera debutar de luces. Fui a la plaza, tres manchas de sangre seca y una de ceniza -de la mayor hoguera del mundo- era lo que quedaba de las fiestas. ¡Qué lento iba el tiempo entonces! Había que esperar un año para empezar de nuevo, pero una y otra vez llegaba a Villalpando a estudiar porque, lo que se dice trabajar, núnca trabaje para nadie en el pueblo. El desorden de la capea pura y dura -donde se hicieron muchos de los grandes- se quedó grabado para siempre en mi memoria. Por entonces sus días se estaban acabando, capeas y maletillas tendrían que competir con las Escuelas Taurinas y con muchos de los “pegapases” que estas facturan, “figuras” -una mayoría- de paso atrás y pico delante. Cada año había menos maletillas, hasta que un año no vi ninguno. Yo esperé… y ya no volví más por allí. Para ver, para oir, para sentir…… Acaricia mi capote la locura de este sueño, y se viste de oro y seda el latir de mi silencio…… y al despertar se dibujan cosidas a mi muleta las ilusiones más nuevas, la nostalgia más añeja. En anexo una foto istórica de cuando yo fui maletilla.
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1 comentario:
Como podrán apreciar, no soy el autor de la entrada anterior, sino Isidro de Caso Crespo. Como él describe sus orígenes, con orgullo y dignidad (hijo de Patifus, el pastor de los Chicharros), no ando de más explicaciones.
Como ven el texto es una preciosidad. Adorna sus recuerdos infantiles con bellas metáforas, si bien esos recuerdos son selectivos. No cuenta las veces que cascaría a los "Florianes", ni los nidos y las trastadas que realizaría con su amigo Andrés, "Pelujo". ¡Menudo bala!.
Una temporada yo le di "clase particular". Se portaba bien. Y sin otros estudios, que yo sepa, que los primarios, (como a tantos, sus padres no podían darle otros y entonces en el pueblo no existían más que las escuelas de "villa"), ya ven el tío cómo escribe. Es culto.
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