sábado, 25 de julio de 2009

LO DE QUINTANILLA DEL MONTE, Y D. BASILIO.

En el homenaje a las víctimas de la represión, durante el año 36 en Villalpando, el Catedrático de Historia, amigo de la infancia, José Álvarez Junco, pronunció un bello, didáctico, conciliador discurso. Éste ha sido reproducido en el dominical del diario “El País”. En él hizo alusión a cómo el Cura, típico y bonachón padre de la aldea, evitó la detención y fusilamiento de unos cuantos convecinos.
Cierto que su postura fue importante, pero es justo aclarar cómo ocurrieron los hechos, y el mérito de, junto a él, la persona más influyente del pueblo, Matías Áres Áres.
En Quintanilla se daba la misma situación social del resto del agro (casi toda España era agro): injusta distribución de la tierra, jornaleros a pan, tocino y cebolla, cuando los había; quienes, desde hacía décadas, intentaban que aquello cambiara, lo que propiciaba una incipiente lucha de clases, no exenta de odios.
El amo de una de las dos casas grandes del pueblo, Matías Áres, con sus acciones caritativas, algo de remedio intentaba poner en aquella situación.
El Maestro, Ángel Rodríguez, uno de tantos docentes republicanos como intentaban llevar la cultura y la justicia a los pueblos, animaba al laicismo, y a lucha social. Debió estar en el pueblo hasta que, con el triunfo del Frente Popular, 16 de febrero de 1936, fue nombrado Delegado Gubernativo en Zamora.
El segundo día de la fiesta de San Marcos, 26 de abril del fatídico año, unos Guardias Civiles de Villalpando, acompañados por Guardias de Asalto de Zamora, se presentan en el pueblo y, casa por casa, van deteniendo a Matías Áres, a D. Mariano Valdés “El Boticario”, amo de la otra casa grande, a D. Basilio Rodríguez El Cura, a Emiliano Áres Martín, tío del actual “Talico”; a Emilio Martín, equivocado con su hermano Eusebio, padre del exalcalde Antonio, y a Silvano Rodríguez, sobrino de D. Basilio, que pasaba unos días con él en el pueblo.
Pasan la noche en la cárcel de Villalpando, adonde, amigos de la villa, les llevan la cena, hasta que a la mañana siguiente, en el coche de línea, los llevan a la cárcel de Zamora. Al tercer día llama el Gobernador a Matías. Le acusa, según testimonio del Maestro denunciante, ahora Delegado, de haber pronunciado: “al gobernador me lo paso yo por el forro…..”, lo que el señor Áres niega, por no haber hablado nunca con el Maestro, y porque, dada su educación, nunca profería frases obscenas.
-¡Los voy a poner en libertad, pero mucho cuidado como andan ustedes por el pueblo…!.
Por aquellos días rompieron la cruz del panteón de la familia Áres. Poco antes del 18, prendieron la era del mismo.
D. Basilio siempre mediando, siempre intentando poner paz.
El 21 o 22, se presenta en el pueblo un grupo de derechistas de Valladolid, presidido por el joven José Chamorro García, quien, junto a su hermano Ángel, Capitan de Aviación, piloto del avión estrellado en el Monte Orduña, en el que viajaba el Gral Mola, pasaban temporadas de verano en casa de los Ares, para destituir a la Gestora de izquierdas. Un soldado puso la pistola en la sien al Presidente. Chamorro se la apartó de un manotazo.
No habían pasado muchos días cuando una nueva comitiva se presenta en el pueblo: siete requetés de León. Los comandaba Teodoro Palacios Cueto, protagonista del libro “Embajador en el infierno”, famoso, después, por su peripecia en la División Azul, y sus 11 años de prisión en Rusia.
Este Palacios, natural de Potes, había escapado de su pueblo, junto con el Párroco, Cecilio Fernández, cuñado de Matías, y su sobrino Ceferino Áres Fernández, hijo del mismo, quien pasaba unos días con el tío Cura. Caminaron cinco días por las montañas hasta llegar a “zona nacional”, en la provincia de León.
Los Requetés venían “a hacer limpieza”, y traían una lista de los que habrían de ser barridos.
Al llegar al pueblo, desconocido totalmente para ellos, se dirigieron a la barbería. Enseñaron la lista al barbero, Restituto Ordoñez, padre de Anselmo, viudo de una “Guadilla” de Villalpando.
Éste, al ver la lista y sus intenciones, les condujo a la “casa grande”. Allí estaba el hijo mayor, Ceferino, (¡Por cierto!, padre del conocido periodista deportivo de Onda Cero, Javier Áres) , su tío D. Cecilio, el resto de los hijos, adolescentes y niños, Bernardo, Carmen, Cecilio.. Allí llegó jadeante, ¡menudo revuelo se produjo en la aldea!, D. Basilio, habitual visitante de aquella casa.
La sorpresa de Teodoro Palacios, al encontrarse con sus compañeros de fuga, fue grande. No sabía fuera aquel su pueblo.
Después de un “tira y afloja”, de los “llegados”, con Matías y D. Basilio, desistieron de su propósito, y marcharon de vacío. En ese pueblo no hubo fusilados, gracias, según la versión de aquel niño Cecilio, al que creo, de su padre, Matías Áres y el bravo, campechano, jugador de cartas, bonachón Cura de la aldea, D. Basilio Rodríguez Arenillas, natural de Valderas.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Donde se pueden comprar "Charlas de Fragua y Solana" y el libro de la Guerra Civil ?

Agapito dijo...

"Charlas de Fragua y Solana" está agotado. En casa me queda un sólo, único y sobado ejemplar. Si me prometes devolución te lo presto.

De "Víctimas de la Guerra Civil" quedan unos pocos ejemplares en "Librería Patricia".

¡Gracias por tu interés!.

José Ángel dijo...

Agradezco a Agapito el artículo escrito en el foro sobre lo sucedido en Quintanilla durante la Guerra Civil cuando detuvieron a mi abuelo Matías. Yo, como nieto suyo, quiero hacer constar que toda mi falilia estamos muy orgullosos de que gracias a la intervención de mi abuelo Matía y su hijo Ceferino no hubiera ningún fusilamiento en Quintanilla. Gracias Agapito

José Ángel dijo...

AQUELLOS MÉDICOS DE ANTAÑO.-
PUBLICADO EN EL DIARIO "EL MUNDO" de Valladolid el lunes, 14 de febrero de 2005


Un día, del pasado mes de enero, alrededor de las diecinueve horas, tuve la necesidad de acompañar al Centro de Salud de mi localidad, a una persona que sufría intensos dolores abdominales.
Llegados a la consulta, nos recibió una enfermera que, una vez comentado con ella el motivo de la visita, ésta nos contestó con toda amabilidad que deberíamos esperar al médico de guardia que se encontraba haciendo un aviso urgente en otro pueblo a catorce kilómetros de distancia del centro de salud.
Sentados en la sala de espera del Centro Médico esperamos cuarenta y cinco minutos la llegad del médico. Atendió al paciente, al que afortunadamente no le ocurría nada importante. Nos recetó un medicamento que tuvimos que adquirir en la farmacia de guardia que estaba a ocho kilómetros nuestro municipio.
Mi reflexión es la siguiente: Si en vez de una urgencia sin demasiada importancia hubiera tenido una mayor transcendencia (infarto, cólico nefrítico, peritonitis... ¿podría el enfermo en cuestión esperar cuarenta y cinco minutos la llegada del Galeno?.
Quiero dejar cloro que, en todo momento, tanto el médico como la enfermera nos dispensaron un servicio rápido y adecuado a la dolencia que padecía el sufrido paciente.
Pero ¿cómo es posible que sólo cuente un Centro de Salud con un médico y una enfermera para atender ni más ni menos que a trece pueblos de la comarca?
Cierto es que los profesionales de la sanidad se merecen al descanso semanal, como cualquier trabajador sea cual sea su profesión.
La falta de personal, en mi opinión, es responsabilidad de la Administración.
Aludiendo a nuestra Carta Magna del 78, concretamente en su art. 43.2 ésta nos dice: "Compete a los poderes públicos organizar, y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas Y DE LAS PRESTACIONES Y SERVICIOS NECESARIOS. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.
En mi opinión sería mejor que los fines de semana y festivos que no pasa consulta el médico de familia, la plantilla de guardia de los Centros de Salud debería estar integrada por dos facultativos y dos enfermeras, de forma que en el caso que hubiera una urgencia fuera del municipio, otro se quedara en el Centro de Salud para los pacientes que pudieran llegar y así, atender con urgencia y adecuadamente las posibles necesidades de los pacientes.
Echo de manos a aquellos médicos de antaño (Don Millán, Don Carlos, Don Agustín, etc.) que a la vez de médicos parecían que formaban parte de nuestras familias. Les sentías cercanos, amigos, confidentes y casi hasta confesor. Ellos, por su parte, ejercían su profesión más cercana a nosotros. Más afectiva y casi hasta fraternal. Conocían a todas las personas, no sólo desde el punto de vista de la salud, sino nuestros problemas, inquietudes, anhelos e ilusiones. Es decir,, que existía entre el médico y el paciente, casi una relación de fraternidad, de cariño y proximidad que, en la mayor parte de las ocasiones, es lo que falta a los pacientes que nos acercamos a nuestro Centro de Salud. Por algo llamaban a los médicos de antaño "Médicos de Cabecera"

Fdo. José Ángel Ares Redondo. Villalpando.

Agapito dijo...

Totalmente de acuerdo, amigo José Ángel. En alguna ocasión también yo he escrito sobre este asunto.

Echo mucho de menos a aquellos médicos de cabecera: D. Tomás, D. Millán,... . La falta de medios la suplían con su dedicación, con su entrega. Cierto que estaban de servicio las 24 horas del día. Cierto que no se les molestaba si no era en casos graves. Cuando había una persona enferma la visitaban todos los días. Cuando las medicinas ya nada podían hacer, al menos tenía su ánimo y su consuelo. Vivían en los pueblos y eran respetados y queridos.

¡Lástima que se haya perdido esa labor humanitaria de los Médicos de Cabecera.

Anónimo dijo...

Hola Agapito, hablas de una guerra nefasta que segó vidas e hizo que inocentes murieran e incluso mataran. Decides abordar un hecho acontecido donde los valores humanos se sobreponen a las trágicas circustancias para actuar en defensa de la vida; me consta que no fue el único este caso y hablar de estos sucesos creo que ayudaría a una reconciliazión mayor entre los que aun hoy puedan sentir con mas fuerza un color u otro.

Un saludo.

Agapito dijo...

Totalmente de acuerdo. Si lees mi trabajo sobre la guerra civil en Villalpando, verás está escrito en esa línea de la reconciliación. El homenaje a las víctimas rezumó reconciliación, sobre todo el discurso de J. Álvarez Junco

Hubo muchos más casos como ese, también en el otro bando; aunque, por desgracia, fueron mayores las barbaridades, también en un lado y otro.

También aquí en Villalpando, de no mediar ciertas personas, a las que cito en mi libro, la tragedia hubiera sido mayor.

La forma de evitar los conflictos es intentar todos ser justos y honrados.