Les vuelvo a hablar de Manuel-Ángel Rodríguez Fernández, el que paró en la carretera para preguntarme por alfalfa. También, gracias a él, compré cebada para las COREN, antes Uteco de Orense, y para otras Cooperativas y ganaderos.
Los lazos de amistad eran cada vez mayores. En sus viajes, en esta casa, encontraba descanso a su ajetreada vida, incluso después de dejar de comprarle alfalfa porque había vendido las vacas. Había emprendido el negocio de distribución de hortaliza, sobre todo zanahorias, por toda Galicia. Las compraba, casi todo el año en la comarca del Carracillo, provincia de Segovia (Monzoncillo, Carbonero el Mayor, Chañe...), tradicional arenosa tierra de pinares. Arenas más blancas y muertas que las nuestras, pero sin cantos.
Eufórico con el negocio, harto de la especulación de los segovianos, me pregunta un día si no se venderá alguna parcela arenosa en Villalpando.
-¡Sí hombre! Dos parcelas a ambos lados del camino de Valladolid, recién arrancados los pinos, de Quesada, que conocí toda la vida. Eso nadie lo compra porque es muy malo. Lindero tenemos nosotros cinco Has.
Fuimos a verlas. Estaban sin arar. -Cómpralas, -me dijo.
Llamé al propietario, heredero, por su mujer, de aquello, José Manuel Cuadrillero Reoyo, Capìtán Médico del Ejército, con buena labranza en Villafrechós y Quintanilla del Olmo.
Nos citamos por la tarde el día de Santiago de 1985 en el primitivo bar "El Toreo". Poco regateo. Ajustamos las casi once Has. en un millón de pesetas. A los pocos días, en la Notaría de Villalpando, con dinero en mano, hicieron la escritura.
Manuel-Ángel estaba lanzado: sondeo, (284 mts. hasta llegar a la capa freática de muy buena y abundante agua) bomba, motor, tubos para cobertura total de las once Has., pequeña nave... No conseguimos despedregar.
En aquel invierno del 85-86, preparamos, extendimos estiércol... Habíamos comprado un Massey Ferguson de 70 C. con pala, de 2ª mano. Jesús, con 15 años, era el tractorista. Servidor los fines de semana. Ya llevaba nueve cursos con plaza "en propiedad".
En las vacaciones de Semana Santa de aquel año 1986, sembramos las primeras 3 Has. de zanahorias. Fernando, el de "Chencho" nos fabricó un cultivador para cinco brazos. Le poníamos tres brazos con rejas a la especie de arados romanos. Por lo tanto, cada pasada, levantaba tres caballones. Atado al apero llevábamos un madero que iba aplanando la cresta de los caballones o lomos. Sobre ellos tres maquinitas iban dejando las semillas de zanahoria.
De esas maquinitas sembradoras, atadas con un cordel, iba tirando el apero. Eran como una especie de carretillitos que necesitaban un conductor que, agarrando a los dos manceras, las iba conduciendo sobre el lomo aplanado. Eran Jesús 15 años, David 14, y un obrero.
Doy un salto. Mes de julio. Había que empezar a arrancar. Trajo Manuel-Angel cientos de cajas. Sari se encargó del negocio: pagar al personal cogedor. Le pasábamos una cuchilla por debajo y quedaban arrancadas. Había que irlas cogiendo del suelo, cortando las hojas y echarlas en las cajas. Pagábamos a tanto la caja. Y había que lavarlas, seleccionarlas e ir metiéndolas en bolsas de medio, de un kilo y de cinco.
En los antiguos pajar y cuadra, que habíamos encementado, con salida de agua a la colagua, instalamos un rudimentario lavadero. Llegaba el remolque, desde la tierra, cargado de zanahorias en cajas. Pilas en el lavadero, irlas echando al bombo rotatorio, donde el agua que fluía desde el grifo, las iba quitando la arena. Salían a una mesa transportadoras, en la que varias operadoras las iban seleccionando. Había que desechar las más grandes y las torcidas. Después, varias operadoras, manualmente iban llenando las bolsas. Sacábamos remolques con bolsas de zanahorias a un camión frigorífico pescadero vigués, familiares de los Ramos de Barcial de la Loma, para transportarlas a Esgos (Orense)
De todo ese "negocio", Sari era la principal trabajadora y gestora: pagar a las ocho o diez personas recogedoras, a cada una según las cajas que hubieran llenado, a las que trabajaban en el lavadero, a las llenadoras de bolsas, Carmen y Nana, las hermanas de don Primitivo. La principal "mano de obra" era familiar, todos con botas de agua y mandiles de hule. Sarita la primera. También nuestras hijas, aprovechando las vacaciones. Ese era el premio por sobresalientar todo en junio.
Manuel-Ángel le pagaba a tanto el kilo por todo el proceso, desde la recogida a las bolsas. La ganancia era poca y el trabajo mucho. De riego, labores, arranque, yo me encargaba. Cuando empezaba el curso, mientras los demás compañeros volvían a la escuela con preciosos bronceados de playa, yo volvía con un precioso torrado del Raso, y bromeaba. -Vosotros, los de izquierdas, ¿a ver quién es más proletario?
Por todo el trabajo que yo hacía, con o sin tractor, nada le cobraba a Manuel-Ángel. Yo veía que, por culpa de tanta zanahoria como se iba al estrío, y eran riquísimas, el negocio no iba bien. Él me había dado mucho a ganar con clientes a los que mandar cebada comprada en las eras, incluso guardada en naves, paneras...
En el verano del "ochenta y siete", además de las seis Has. de zanahorias sembradas en primavera, le dio por plantar tres Has. de repollos. Vinieron dos obreros suyos a hacer los viveros. Trajo una plantadora de tres filas. Tres operarios, cada uno en un asiento iba poniendo las plantas, con raíz desnuda, en las pinzas giratorias que las dejarían plantadas. Los tres operarios fueron nuestros Jesús, David y el obrero.
Se hicieron preciosos los repollos. Por más que le insistía no los llevaba. En las vacaciones de Navidad, llevé con el tractor y el cajón dos viajes al mercado de Benavente. Recuerdo un día, al salir, de ocho bajo cero. Ya tenía un tractor nuevo, malo, Zetor, pero con buena cabina. Los estaba vendiendo muy baratos. Se acercó un señor. Resultó ser un almacenista, Benavides. Negociamos. Se los descargué. Baratos, claro, pero ¿y qué? Peor era dejarlos en la tierra. A partir de ahí, cada semana, al salir de la escuela, le llevaba el "Seat 127" lleno de repollos hasta arriba.
El último verano de la huerta con Manuel-Ángel, creo fue el del 89, plantó, con acolchado una Ha. de lechugas. Mandó a un muchachillo de su pueblo y trajo de Esgos la planta. Había montado un vivero, pues había empezado a producir hortalizas en los minifundios que se iban abandonando. Aunque eran muy ricas, tampoco llevó lechugas. Ni quitó el acolchado. Nuestro hijo Jesús había ya, nada más cumplir los 18, a la primera, sacado el carnet de conducir. Fue entonces cuando cuando los dos Modroños mayores, con el Torío Boyano, de Eladio y Conchi, se hicieron lechugueros por Tierra de Campos.
Fueron tres años con las zanahorias, con la huerta de Manuel-Ángel, que a Sari le dieron muchas preocupaciones y mucho trabajo.
Perdonen comparta con ustedes todo esto. Es el homenaje que mi querida esposa se merece.
