A
SANGRE Y FUEGO.
Héroes,
bestias y mártires de España.
Así tituló Manuel Chaves
Nogales (conocidísimo por su biografía de Juan Belmonte) su libro, profética y objetiva
visión de la guerra civil española, desde su voluntario exilio en París en
plena contienda, año 1937.
Este hombre era Director del
diario madrileño “Ahora”. De ideología liberal centrista, cuando el periódico
fue incautado, a los pocos días de la sublevación, por el Consejo del Pueblo,
escribía siguiendo las consignas de
las izquierdas. Cuando, en noviembre del “treinta y seis”, el gobierno de la II
República trasladó su sede a Valencia, perdiendo todo el control sobre la
anarquía de los milicianos, horrorizado por la barbarie asesina de éstos y,
teniendo noticia de que en la otra zona, si bien de forma más organizada, se
estaban cometiendo las mismas atrocidades, asqueado, huyó a París con su
familia.
Profetizó en este libro: de
cualquiera de los bandos que gane esta guerra saldrá un dictador.
En estos días he visto unos
cuantos videos: entrevistas, coloquios, conferencias de “Pepito” el del
Registrador, amigo desde la infancia, (¿qué será de toda la panda de
estudiantes señoritos: los Concejo, Cossios, Astudillos, Eloyuco Hernández,
Nandi Alfayate…?; los de don Manolo el del banco siguen viniendo por
aquí…) doctor don José Álvarez Junco.
Sus libros, sobre todo “Mater dolorosa” y “Lerroux el emperador del Paralelo”,
son lectura imprescindible para conocer a fondo la intrahistoria de España, la
idiosincrasia nacional, el cúmulo de avatares desde la guerra de la
independencia, hasta la civil. Fue, con Zapatero, de quien se ha apartado,
director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Es defensor de
nuestro actual marco constitucional.
“Mater dolorosa” es España.
Pudieron los Comuneros enderezar el buen rumbo emprendido por Isabel la
“Católica”; pero no: el caso es que, como consecuencia del descubrimiento y la
conquista de América, llegamos con Felipe II, (en cuyos dominios no se ponía el
sol) a ser la primera potencia mundial, gigante con pies de barro alimentado
con los metales preciosos de las Américas.
Si es que, ya su padre, el
belfo Carlos, se empeñó en meternos en todas las guerras, se empeñó en acabar
con los reformistas luteranos (protestantes), cargados de razón; se mezcló la
religión (sentimiento noble de minorías, y práctica forzada en las mayorías
católicas) con los intereses monárquicos, Enrique VIII y sucesores, por ej., y
los Austrias. En el siglo XVII la población peninsular (pestes, conquista
americana, guerras europeas), apenas si llegaba a los ocho millones de
habitantes. “Poner una pica en Flandes” se dice cuando algo es muy difícil.
Eso, poner una “pica”, soldado, en los países bajos, llegó a ser algo casi
imposible.
Pero mientras fueron
llegando barcos con plata y oro a Sevilla, fuimos tirando. Además las españolas
parían muchos niños.
Saltamos hasta comienzos del
XIX: penosa, (salvo la excepción anterior, del XVIII, de Carlos III), monarquía
Borbónica; invasión francesa, reacción defensiva popular (ella es consecuencia
de un sentimiento nacionalista español, que Álvarez Junco pone en duda en
nuestros días), la frustrada esperanza de las Cortes de Cádiz con el regreso del
felón “séptimo” (me da asco poner su nombre); guerras dinásticas, más bien
ideológicas: los tradicionalistas defienden al hermano Carlos, y los liberales
a la hija Isabel (muy “liberal” ella, escogía para “cubrirse” a buenos
militares); y así, guerreando, durante todo el décimo nono, incluido el intento
de una monarquía extranjera y de una república.
Entre tanto, mientras los
españoles consumían sus energías en continuas revueltas el resto de casi todas
las naciones europeas (Rusia, no) llevaban a cabo la necesaria revolución
industrial.
A finales del XIX, Canovas y
Sagasta propician la restauración borbónica, terminan las guerras carlistas
comienza el periodo del turnismo caciquil. España sigue sumida en el atraso, la
incultura, la pobreza, el descontento: doctrinas foráneas revolucionarias,
guerras en África, Semanas Trágicas, huelgas, atentados, feroces represiones;
efervescencia política a medida que avanza el siglo XX; paréntesis dictatorial
(la UGT apoyó a Primo de Rivera, contra la CNT) de seis años, II República,
guerra civil.
La incipiente
industrialización en el País Vasco y Cataluña no podía absorber a toda la mano
de obra que sobraba en el campo. En el medio rural vivía el 80% de la
población. Ese era el problema: los millones de campesinos sin tierra, de
jornaleros de, en la mayoría de los casos, vida miserable.
¿Aquello hubiera tenido
arreglo? ¡Pues claro! Lo tuvo a partir de mediados los cincuenta. ¿Qué falló?: los
españoles, los demonios de la raza: orgullos, soberbias, envidias,
comodidades.., egoísmos al fin; la falta generalizada de unos principios
morales, cívicos, humanos.
No don Miguel, don Ortega,
don Marañón, don Azaña, don Besteiro, don Domingo, don Madariaga, don Prieto, don Claudio Sánchez Albornoz, don Niceto, don Miguel Maura...
La solución no estaba en el sistema, si monarquía o república, si comunismos o
fascismos; estaba en cambiar de cuajo a los españoles.
Todas esas persona que cito
estaban llenas de valores intelectuales y morales, de buena voluntad; pero no
pudieron impregnar a las masas de esos valores, les fue imposible arreglar
aquel carajal, sobre todo porque surgieron líderes políticos, unos fanatizados,
y/o ególatras ansiosos de poder.
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