martes, 8 de octubre de 2024

RETOMAMOS: QUIEN VE SU VILLA... (XX)

 

                                      QUIEN VE SU VILLA… (XX)

            Retomo el relato histórico para, con imparcialidad, oponerme a la interesada, con afán partidista, mejor zapatero-sanchista, tergiversación histórica por parte de la “progresía”, de la reciente historia de España.

            Volvamos a nuestro pueblo. He ido informando de, como en toda España, lo crispada que estaba la situación. Si aquella noche del 19 de julio de 1936, en lugar de Guardias Civiles de Benavente, llega un camión de mineros armados, a los que esperaban anarquistas, hubiera corrido mucha más sangre.

            Los Guardias Civiles hirieron a dos de los de la espera: Santiago Fernández, un muchacho de 19 años, ya no llegó con vida a Zamora; al otro, Román Mansilla, hortelano de 46 años, marido de Ana María, prima de mi abuela, lo curaron, para, unos meses después, en octubre, fusilarlo. Al muchacho de 17 años, Pedro Fernández, que acompaño al hermano, no volvió al pueblo. Estuvo en la cárcel desde ese día 20 de julio, hasta el 13 de diciembre en que lo fusilaron. Ahora resumo. Todo eso lo cuento con detalle en el libro que he colgado en AMAZON. Está contado en los impresos en papel, dos ediciones agotadas.

            Aclaro que de las treinta víctimas de la represión de derechas, que aparecen en lápida en la pared izquierda del cementerio, cinco no fueron muertos por fusilamiento: Santiago Fernández, de la familia de “los Gatos”, murió como hemos dicho; Abraham López Gil, escondido en casa de sus suegros en la calle de Olleros hasta poco antes de terminar la guerra, murió de enfermedad contraída en ese encierro; de los tres “Manojos”, el único fusilado fue Faustino Gil Calvo; el mayor, Quintín, sabemos que combatió en el ejército Repúblicano-Frentepopulista, y que sobrevivió a la guerra; el menor, Timoteo, a quien pillo el alzamiento en Madrid, a donde se había escapado muy crío, combatió como un héroe, y murió en la lucha por sus ideas; por último, Celestino  Fernández Andrés, hermano de Paulino “Ranillo”, prisionero de guerra, parece ser que, finalizada, se suicidó en la cárcel.  

            No sé exactamente los villalpandinos que sufrieron, algunos hasta cinco años, prisión. Algún joven historiador podría tomar el relevo, indagando en los archivos. Por si acaso cito de los que tengo noticia por transmisión oral, directa en la mayoría de los casos: Silvestre-Eleuterio Sinde, “Garibalde”; Eumenio “el Tocinero”, Melecio Mansilla; Pablo Lobato, hermano del Sr. Macario “Codín”, el sacristán; sus nietos están en Santander; el señor Antonio “Sacristán”; Jerónimo Villasante, han vivido hijos hasta hace poco; Julio González, conocido como “Locodios”, también estuvo encarcelado en Zamora¸sus cuñados Cayo y Federico de Prada “Moriques”, intercedieron por él ante el Procurador Marcelino González Cifuentes y lo liberaron. Algunos días, bastantes, al menos sin salir de la cárcel de Villalpando, sé del Sr. Félix Alonso, “el Roiso”, y de Esteban Martínez, “Pajalarga”.

            La villa de “La Inmaculada” no se vio libre del terror y del sufrimiento de la guerra. Antonio Machado y don Miguel de Unamuno, hace más de cien años, en su relación epistolar sobre los problemas de España, coincidían en que aquel catolicismo tenía poco de evangélico.

            En aquellos dos años y nueve meses del conflicto, por el pueblo, como por toda la nación, la tristeza, los odios, miedos, escaseces se mascaban en el ambiente. Imagínense un pueblo sin mozos, sin cine, sin teles, por supuesto,  sin baile; con lutos, con noticias trágicas a diario. Algo de alivio supuso el cese de los fusilamientos franquistas a finales del fatídico “treinta y seis”.

No soporto las imágenes actuales de la guerra en Oriente próximo. Si, zapeando, aparecen (Un niño desangrándose en brazos de su padre, tanta destrucción, tanta muerte) me mueven a conmiseración, influyen en mi estado de ánimo. Mi reacción es reafirmarme en seguir manteniendo una conducta, granito de arena, que contribuya a una sociedad más justa; que la honradez y la bondad se impongan contra tanta soberbia,  tanta mentira, contra tanta maldad.

Acabada la guerra, a medida que iban llegando, sin odios, los combatientes,  la mayoría movilizados a la fuerza, y los presos, el pueblo fue recobrando la vida. Un ansia de paz se extendió por doquier. Los familiares de los represaliados rumiaban su amargura, si bien, poco a poco, la convivencia fue mejorando. Con los años, hijos de fusilados, combatientes en el bando republicano, alguno de los ex presos, entraron a formar parte de los sindicatos del régimen, como enlaces sindicales, para defender al obrero. Omito, por discreción, poner nombres.

Si bien, durante la contienda, atrocidades se cometieron por los dos bandos rechazo la represión franquista de la posguerra. Entre aquellas víctimas hubo una, creo en Valencia, relacionada con Villalpando: el marido o compañero de Emilia García, “la Plina”. Ella regresó al pueblo con dos niñas, sin adjurar de sus ideas, aunque en la clandestinidad. Tiró p’alante con dos ovarios: estraperlo, pequeña fonda, hostal, tierras, chalet,  pisos; todo a base de trabajo, trabajo  familiar y honradez. No olvidaré sus lágrimas, abrazándose a los camaradas, con Amable García sobre todo, cuando en la campaña de las primeras elecciones democráticas, lleno el cine hasta las banderas, rojas con la hoz y el martillo, vinieron los de Zamora y un dirigente nacional, a dar el mitin a favor de PCE…

(Continuará. s.D.q.)

 

 

 

 

           

           

           

                                                                                                            

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