BOSQUEJO FINAL DE
AZAÑA.
La secular necesidad de reformas de la sociedad española era ya
imprescindible en el reinado de Alfonso XIII. Ese era el clamor que trajo la II
República: reformas en el ejército, en los privilegios a la Iglesia Católica;
enormes reformas sociales y económicas.
Establecida de pronto la II República se formó un gobierno provisional
presidido por don Manuel Azaña, quien de inmediato comenzó la tarea reformista.
Empezó por meter tijeretazo en el hipertrofiado escalafón militar, licenciando
a gran parte de la oficialidad, si bien, sin perder el sueldo.
Cierta también la hipertrofia del clero, (“Donde hay bonete hay zoquete”) y mucha presión
sobre la población. Ser fraile, cura y monja, en aquellos tiempos difíciles,
aseguraba la subsistencia, si bien en los conventos de monjas de clausura
existía mucha pobreza, mucha austeridad y mucha penitencia.
Pongamos el botón de muestra de nuestra villa en el año 1920: para una
población de 3.088 “almas”, cinco iglesias abiertas al culto atendidas cada una
por un coadjutor; sumemos a ellas la de las monjas Clarisas y la de las
Hermanas. Además existían una capilla en la cárcel del Partido, otra en la
dehesa, en las que se decía misa todos los domingos y un oratorio particular en
casa de don Ángel Mazo, en la que un cura de 90 años decía misa a diario.
Siete curas en total : el párroco, cuatro coadjutores más, el que decía
misa en la cárcel y en la dehesa los domingos, y el del oratorio particular.
Había misa y rosario a diario en cada iglesia; bautizos muy frecuentes,
alrededor de cien nacimientos ocurrían cada año; bodas, viáticos y
extremaunciones, funerales..; abundancia de novenas y funciones religiosas.
Aunque el Párroco se sentaba todos los días en el confesionario y los
coadjutores varias veces al mes, la influencia del clero no abarcaba al total
de la población. Cuarenta mujeres y dos hombres comulgaban a diario, y más en
el mes de mayo y primeros viernes de mes; pero, se quejaba el Párroco, de que: “más de la mitad de la población no cumple
con Pascua, ni asiste a misa los domingos”.
Todos los funerales, previos últimos sacramentos, seguían siendo
religiosos, pero ya dos matrimonios se habían casado por “lo civil”. Escribió
el párroco: “se hicieron todas las
gestiones posibles para impedirlo y nada se consiguió. Quiera el cielo herir
profundamente el corazón de estos amancebados”.
“Ocurren en la parroquia graves
escándalos de niños no bautizados y de personas casadas civilmente. Además el
socialismo, este año, se ha posesionado casi totalmente de la clase obrera, la
cual, en su mayoría, ni se confiesa ni oye misa los días festivos”
“Los
vicios predominantes en la parroquia son la blasfemia y la infracción del Día
Santo del Señor, no oyendo misa y trabajando. También el juego en los Casinos y
Cafés constituye una auténtica plaga.
Si la mitad
de la población no iba a misa los domingos quiere decir sí lo hacía la otra
mitad, predominando las mujeres, más de mil quinientas personas, unas 300 en
cada iglesia, lo que no estaba nada mal. Y no era solo la misa de los domingos,
sino otras muchas funciones religiosas: rosarios, novenas, procesiones,
sermones, misiones, acompañar al Viático, entierros, etc. Innegable la
influencia religiosa. ¿Mejoraba ello en algo los problemas sociales y
económicos del pueblo? ¿Suponía la asignación a la iglesia carga grande para el
Estado?
MIL
TRESCIENTAS PESETAS AL AÑO era la asignación del Estado a la Parroquia de
Villalpando. Otros ingresos procedían de todas las funciones (San Roque, la
Purísima que pagaba el ayuntamiento) y servicios: bautizos, bodas, (bien
baratas, cincuenta céntimos) entierros,
de primera, segunda y tercera, con distinto arancel, misas por los difuntos,
“cabos de año”, responsos…
Echadas
cuentas de los datos por don Luis, este
venía ganando unas SIETE PTS. diarias; los coadjutores, y el de la dehesa y
cárcel, como la mitad. Podrían ser CUATRO pts diarias. Teniendo en cuenta que
un jornalero ganaba TRES pts., y un kilo de tocino valía 3’20 pts. no se puede
decir que los curas vivían “como ídem”. Tampoco era tan gravosa la carga para
el Estado.
¿Qué
los curas estaban con los ricos?: ¡Bueno! Y con los no tanto. La obra social de
la iglesia en el campo de la enseñanza, incluso de la beneficencia, era
importante. ¿Qué no se posicionó abiertamente en defensa del obrero, en contra
del capital, sintonizando con las ideas marxistas? Marx ya se había declarado
enemigo. “La religión es el opio del pueblo”. Tampoco dio de lado a las ideas
sociales. Ahí están las Encíclicas papales.
Volvemos
con Azaña. Constitución de 1931. Azaña defendía la laicidad del Estado
abiertamente confesional en favor de la Iglesia Católica a quien culpaban del
atraso en lo social y en lo económico, de ahí que en la nueva Constitución,
Art. 24, después 26, promulgaran medidas beligerantes: retiro de las
asignaciones económicas, prohibición de impartir enseñanza y ejercer
actividades mercantiles e industriales a las órdenes religiosas; expulsión de
la Compañía de Jesús, Jesuitas; divorcio, matrimonios civiles; prohibición de
manifestaciones religiosas fuera de la iglesia, las procesiones si carecían del
correspondientes permiso, por ej.; traspaso de los cementerios a los
ayuntamientos etc.
Tales
medidas suscitaron encendidos debates en las Cortes; el Presidente, don Niceto
Alcalá Zamora, y un ministro, Miguel Maura, ambos católicos practicantes,
pertenecientes al partido Derecha Republicana, presentaron la dimisión; luego,
al suavizarse algo las medidas, se reincorporaron. En esos debates empezó a
destacar un joven abogado de Salamanca, José María Gil Robles, quien lideraría
un partido católico conservador, Acción Nacional, que aglutinó toda la protesta
contra el anticlericalismo de las izquierdas. De su lema RELIGIÓN, PATRIA,
FAMILIA, ORDEN, TRABAJO Y PROPIEDAD, a los más ricos, lo último, la propiedad,
era lo que más les interesaba.
Cierto
que era necesario recortar el enorme peso de la Iglesia, pero cierto, también,
que las medidas fueron excesivas, que alejaron de la república a bastantes
católicos que la votaban, y que ahondaron en la brecha social (hasta el extremo
de llegar a una guerra) que separaba a
izquierdas y derechas.
Don
Manuel Azaña no era anticlerical; no actuaba ni por odio ni por revanchismo de
tipo alguno. Se había casado con Dolores Rivas Cherif, 24 años menor que él,
por la Iglesia. Ella era católica practicante. Incluso creo coincidía con el
humanismo cristiano. Su rechazo era al de tanta falsedad, a tanta farfolla,
como existía entre bastantes “católicos”, que tan bien describió Machado: “aquel trueno, vestido de nazarenos”
Evidente
la necesidad de delimitar, de separar el Estado de la Iglesia; de organizar y
celebrar actos conjuntos; algo de ello perdura en este pueblo. Tuvimos unos
años, cuando quisieron traer al viejecito Woytila, Juan XXIII, que entre
Allende y Osorio, organizaron unos saraos político-religiosos impresionantes.
Uno que conocía tanta falsedad, se apartó de aquello.
Queda
una reminiscencia residual, a punto de desaparecer. Se vio anteayer en la
procesión de Santiago (fiesta mezcla de lo político y lo religioso, misa, como
parte del programa, incluso la de las monjas, “pedir” toros y papeo): cuatro
gatos con la esperpéntica escena del cura y un caduco alcalde solitario
“presidiendo” tan deslavazado cortejo.
A
propósito: sigo esperando respuesta a la carta y al dossier que mandé a los
concejales sobre el justo desagravio a mi persona. Que avala mi honradez una
sentencia del Tribunal Supremo de España, cuya copia les remití. Y que son
corresponsables de las irregularidades en lo de “las corraletas”. Que más
difícil que conseguir revocar la anulación de la candidatura de Ciudadanos no
me va a resultar ponerlo en conocimiento de la Fiscalía Anticorrupción.
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