LA MEMORIA DEMOCRÁTICA.
(V)
Más que demostrada
la evidencia de que la guerra civil española fue consecuencia del atraso
económico y social, de la pobreza e injusticia, de la ignorancia y egoísmo, del
choque entre ideologías entonces emergentes y contrapuestas, en lugar de
intentar reescribir la historia con “buenos” y “malos”, voy a resaltar el
comportamiento democrático, ético, humano de personas que si deben ser ejemplo,
a las que sí deberíamos de tratar imitar.
Don Manuel Azaña Diez, Alcalá de Henares 10-1-1980; Montauban
(Francia) 3-11-1940. Podría, aun resumiendo, llenar varios folios con su rica,
como escritor y político, biografía. He de limitarme, para hacerla accesible a
lectores no muy especializados, a bosquejar ligero cuadro.
Nació
dotado de una gran inteligencia, que, con lecturas y estudios, desde muy niño
hicieron de él persona de tan gran talla intelectual que sobresalía sobre los
demás. Esa intelectualidad era pareja a su sentido de lo justo, a su honradez,
a su gran moralidad.
Sintió
desde joven la necesidad de influir en la vida política para reformar sociedad
tan llena de lacras, pero ello desde la misma monarquía de Alfonso XIII. Cuando
comprobó que con aquella oligarquía llena de caciques y de privilegios, era imposible el entendimiento, fue cuando
comenzó a pensar en destronarla, en instaurar una república democrática. Lo mejor de la intelectualidad española
del momento coincidió con su republicanismo.
Aunque
fue Presidente del Consejo de Ministros, 1931-1933, y Presidente de la
República, mayo 1936, hasta, aunque sobre el papel, su muerte en Francia, o
sea, ocupó los cargos más altos, la política le proporcionó muchos más
sinsabores que alegrías. Hubo bastantes momentos en que, harto de remar
contra tanta inmundicia, maldades,
intereses, incomprensiones, errores, (el
navajeo político de siempre, la maldad y estupidez contra los que él luchaba,
por ej., cuando se le echaron encima por los sucesos de Casas Viejas) estuvo a
punto de abandonar. Lo más destacable de su personalidad, es que tomó parte en
la “res pública”, no por afán de protagonismo, ni para ganarse la vida, ni por
vanidad, sino impelido por ese sentimiento de querer arreglar el país en torno
a dos ejes: democracia y profundas reformas, de justicia, de sentido común.
Por eso,
después de pasar tres meses encarcelado, acusado falsamente de haber tomado
parte en el intento de huelga revolucionaria y de separación de Cataluña, en
octubre del “treinta y cuatro” (insurrección sólo próspera en Asturias,
aperitivo de la guerra civil), volvió a la política. Sus ideas, hijas del
raciocinio de gran intelectual, transmitidas en un lenguaje que las hacia
visibles, congregaron a millones de personas en mítines multitudinarios. Él
aprovechó ese enorme respaldo popular para formar una gran coalición electoral
de centro-izquierda, diríamos. Dos peligros pretendía evitar: el inmoral
“Lerrouxismo por la derecha, y la revolución social por la izquierda.
Invito a
quien desee conocer a un político vividor, don Alejandro Lerroux, sobrino del
cura de Villaveza del Agua, lea la biografía escrita por José Álvarez Junco,
“Pepito” el del Registrador.
Conseguir
la referida coalición electoral, a la que llamaron Frente Popular, para las
elecciones de febrero de 1936 , le costó desvelos y derroche de paciencia, para
persona que huía del cabildeo político, estando las izquierdas tan divididas.
Consiguió refrenar en el acuerdo, el programa de revolución social hacia la
dictadura del proletariado, que intentaba con mucha fuerza Largo Caballero. El
PCE, en esos momentos, abiertamente revolucionario, tenía poca fuerza. La
CNT-FAI, quedó, una vez más, fuera de la coalición y de las listas. Ellos no
admitían la república burguesa, sino la revolución libertaria ya, sin más.
El
ambiente pre-revolucionario, pre-guerracivilista (huelgas, atentados, crímenes,
desordenes que vivía España aquella primavera, consiguieron que un Azaña
exhausto de intentar sujetar por la izquierda y por la derecha a unos y a
otros, maniobrara para conseguir la destitución del Presidente de la II República,
Niceto Alcalá Zamora, y acceder él a la Presidencia dicha. Le sustituyó como
Presidente del Consejo de Ministros, lo que llamamos Presidente ddl Gobierno,
un afín y amigo, Santiago Casares Quiroga.
Cuando
se sublevan los militares Casares dimite; Azaña nombra a Diego Martínez Barrio,
para y quien intenta, inútilmente, negociar con los alzados. Al no conseguirlo,
a las 24 horas dimite. El día veinte toma las riendas del gobierno José Giral.
Éste, y sus ministros, acceden a dar armas a las masas proletarias, quienes las
toman, no para defender a la República, sino para hacer su revolución. La guerra estaba servida. En este
episodio que pudieron parar los militares, no sublevados, fieles a la república,
la mayoría, creo que Azaña se vio desbordado.
Continuaremos,
s.D.q.
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