Aunque tengo muchas cosas que poder contar, afectado por el fallecimiento de Vicente, no he tenido ganas de escribir, de quitarle actualidad a su semblanza.
Puede que, a lo mejor, algún joven se asome por aquí, incluso quien ya no lo sea tanto, desconozca como nos comunicábamos con los animales domésticos, con quienes convivíamos.
Salía mi abuela al corral haciendo sonar la cebada en una lata, al tiempo que decía: -¡Pitas, pitas, pitas! ¡Tes, tes, test!, y venían todas las gallinas corriendo.
Cuando sobraba algo de comida, huesos o espinas que comestible por los humanos nada sobraba o las tripas del pescado, que se vendía en bruto, si no estaban los gatos en la cocina, les llamábamos: ¡mis, mis, mis! Rápido venían los misinos a rebañar los platos que les poníamos en el suelo, o las tripas que les tirábamos, banquetazo frecuente para ellos.
Cuando, precisamente al olor de las sardinas, se ponían a maullar pesados, incluso se atrevían a intentar la sisa, muy enfadados les decíamos: ¡¡¡¡Sape, sape, sape!!!
A los perros, voz que utilizaban mucho los pastores, les llamábamos diciéndoles: ¡Toba, toba; toba aquí! Para que se marcharan, o dejaran alguna presa, les decíamos: ¡¡chito, chito!!, o también en la arada: ¡Chito al hato!
Los ¡arre! y ¡so" a las cabellerías, por ser tan conocidos, no los explico. También a la burra, para que anduviera más de prisa le pronunciábamos un sonido gutural palatal, que sonaba algo así: ¡Chi, chi, chi!
Desconocidas son las voces que se utilizaban en la arriería en las reatas de mulas. La pareja de nuestra casa, en el carromato de varas, la Pastora, que era la mula delantera, sin ramales, obedecía a la voz de ¡Riia!, para girar a la izquierda; y a la voz de ¡booo! para hacerlo a la derecha.
A los marranos, cuando se les echaba la pilada, (cebada molida con agua. Mi abuela Ana, como hacían en maragatería, empleaba para el amasijo, el agua de fregar los platos, por los restos de grasa que pudieran quedar) y no andaban por allí, les llamábamos: ¡chino, chino, chino!, y venían corriendo.
Hoy he visitado a los/las de Villalpando en la Residencia. Algo de alegría les llevo, pero salgo invadido por la tristeza, sobre todo cuando una persona, no dependiente, se pone a llorar en mi hombro, borro sus expresiones más duras: - Con lo bien que yo estaba en mi casa tan nueva, llena de comodidades, con calefacción y todo...-
Esto no es general, la mayoría lo aceptan con mayor o menor resignación, porque no les queda otro remedio; o porque están mucho más calenticos y atendidos que en su casa; incluso, los que pueden salir, como mi primo China, están tan contentos. En el caso anterior mejor que en su piso de Valladolid, que aquí está en su pueblo, tiene primos a quienes ve a diario, la hermana, que viene con frecuencia; sus hijos que no faltan un fin de semana... Además es el que lleva noticias a los del pueblo que no salen. Me dice Carmen Sánchez, hermana de Elicio, que se ríen mucho con él.
No me canso de insistir que existen inmigrantes con papeles, y, incluso sin casa, que como internas pueden asistir a las personas mayores cuando sus casas son confortables.
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