Si bien
los mayores en el pueblo conocemos bien a la numerosa familia que se honra con
estos apellidos, lo que bastantes ignoraban es el nombre. Todos le conocíamos
por el apelativo familiar de “Quines”.
Primer
varón del matrimonio Domingo Carricajo y Lucía Luna, Celes fue la primera,
fallecido bien joven, su padre, aquel hebrudo herrador, Quines se hizo cargo de
la herraduría-fragua (Ellos fabricaban las herraduras, que colgaban por las paredes). Así cubrió las necesidades vitales de su madre y los ocho o
nueve hermanos, niños los más pequeños.
Así que
pudieron volar sus, hermanas y dos hermanos, fueron abandonando el nido;
emigraron. Entre tanto las ruedas de los primeros rudimentarios tractores
fueron sustituyendo a las herraduras de las caballerías. Quines, posiblemente
ya casado con Milagros Mazariegos, hija mayor de Segundo “Marcos”, emigró a
Francia. Allí nacieron sus dos hijos varones y la menor, Choni, tan amiga de
nuestra hija Gracia.
Cuando
se jubiló, casa nueva, (casi todos los herradores) y al pueblo.
Sucinta
biografía, como la de tantos otros, con una salvedad: Quines fue persona
admirable. No, no es el tópico de los elogios al difunto: Mercurio Carricajo
fue persona de una seriedad, de una integridad personal, de una conducta ética
intachables.
Esos
valores se heredan, están en los genes. Aunque lo he contado en algún libro, lo
vuelvo a contar; merece la pena.
Conozco
sus antecedentes familiares por vía materna. Lucía, su madre, fue muy amiga de
Chon, la mía; por transmisión oral, en los investigado y publicado por el
historiador Miguel-Ángel Mateos (que vino a hablar con Lucia y con “las Plinas”)
en lo investigado por mí, por todo ello, sé lo ocurrido: la tragedia familiar.
Tendría Quines tres añicos cuando fusilaron a su abuelo, Salvador Luna.
El PCE necesitaba cuatro
candidatos. Uno por cada distrito en que se dividía la provincia, para las
Elecciones al Congreso de los Diputados en
1.933, empresa harto difícil. Por ej.: a nadie encontraron en el distrito
de Toro. Se lo propusieron a un obrero de Morales, pero renunció porque de
hacerlo, los patronos no le darían trabajo. En Villalpando, Salvador Luna se
atrevió a dar el paso. Sé de una familia que siguió dándole trabajo, como
agostero.
Pablo Riaño y Sara Alonso eran
por entonces un joven matrimonio labradores de par de mulas y parte de las
tierras en renta, con tres niños pequeños. Vivían con los padres de ella,
Eulogio Alonso y Gracia Núñez. Pablo con el par de mulas, trabajaba sus
tierras; necesariamente, en el verano necesitaba ayuda. Siguió ajustando a
Salvador, y hablaban, cómo no, de política.
-“Pablo, si tú eres un trabajador como yo, las tierras que queremos se
repartan son las de los terratenientes”. (Dehesa, Coto, Monte de las Pajas,
Valle,..). Se podrían formar cooperativas…”
Los agosteros se contrataban a
mantenido. En las casas grandes criados y criadas comían en un cuarto aparte, y distinta
comida de los amos. En casa de mis dichos suegros, Salvador comía a la mesa y lo mismo que el matrimonio joven, el mayor y los niños.
Familia muy religiosa, el primer
día, el abuelo Eulogio “Cabrito”, le
dice:
-“Salvador, sabemos que tú no vas a misa; tenemos costumbre de bendecir
la mesa, pero no te sientas obligado ni a rezar ni a persinarte”.
-“Ustedes (por los viejos) me respetan a mí, yo les respeto a ustedes”. Él,
mientras rezaban se quitaba la gorra, guardaba silencio. Luego comían en
fraterna compañía.
Elogiable el coraje cívico de
Salvador Luna. Entonces el comunismo era una ideología ilusionante.
¡Bien!: esa integridad moral, esa
honradez, esa seriedad, su afición a la lectura, al ciclismo; ese, como se dice ahora, ser tan “legal”, además de su
padre, Quines la pudo heredar del abuelo materno.
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