QUE EN TIEMPO DE SEMENTERA, ANDA LA GENTE
OCUPADA.
Cuando
ando por el Raso, cruzando el Monte de las Pajas, cuando desde el Teso
Mimbrero, o el de San Marcos, o desde la iglesia de Prado contemplo el “mar de
la inmensa llanura”, recuerdo cuando la inmensa planicie, “campos de tierra”,
se araba, se sembraba, se acarreaba con las mulas...
¡Qué
labrantines aquellos!: enjutos, menudos, briosos. Estaban hechos de otra pasta,
capaz de soportar aquella titánica brega. Si es que las doce mil hectáreas del término
de Villalpando, quitando unas mil de entre el Monte Coto y lo que quedaba de
carrascos en la dehesa “El Encinar”, y otras ochocientas, o así, que pudiera
haber de majuelos, (de Villalpando, San Martín, Villárdiga, Cotanes, incluso
Cañizo…) el resto, todo lo demás eran tierras de labor, desde las buenas, más
próximas a los pueblos, hasta los miles de yeras de arenas y cantos.
Hoy
en día se siembran muchas menos hectáreas. Puede que sumado todo lo forestado
lleguemos a las tres mil hectáreas; si a las ochenta de viñedo en el Monte de
las Pajas le sumamos otros cuantos majuelo nuevos, pistacheros y almendros, nos
metemos en otras ciento cuarenta Ha. ap.
Todo
lo que está de pinos en el Raso, los de la Mancomunidad, Teso Polanco, y los
particulares, todo eran tierras, y algunos majuelos, de penar: revolver piedras
para mal subsistir.
Cuando,
detrás de los Campos contemplo toda esa vaguada, recuerdo que en el ángulo
entre la carretera y la cañada, ahí labraba dos quiñones., juntos, o tres,
Macario Boyano; ¡nueve hectáreas, en un pedazo, con las mulas..! Si con mi
pequeño primer tractor, de 37 CV, veinte hectáreas me metían miedo…
La
generación anterior a la nuestra, los que se casaron al volver de la guerra, y
no había fábricas, ni a dónde ir: todos los que en su casa tenían labranza,
labradores. Como, al repartir, tierras de “abajo” les tocaban pocas, o ninguna,
pues: viesas en el Raso y quiñones en el Monte de las Pajas. ¡Qué fatigas!:
desde casa a la Bardada, dos horas de camino.
Quedan hombres de mi generación que, de muchachos, anduvieron con las mulas
(Nanito, Lizondo, Soberano, Vita y Manolo Núñez, mi hermano de muy crío,…). Fue la generación anterior a la nuestra la última
de los heroicos de la mancera. Voy a recordar, con inmenso cariño, algunas
sagas familiares. Primero mis tíos los Alonso, “Maragatos”: Matías, Teófilo, Pablo, José
“China”; primos de mi padre: los “Camilos” (Macario, “El Chulo” el más
inolvidable) y Espinacos; por fuera aparte: “Chicharros” (aunque ricos también
araron), “Besugos”, “Pintores”, “Ivos”, “Cobera”, "Contreras", "Peliblanco", "Pacorro", “Baenas”, “Marcos”,
“Olegarios”, “Brinas”, “Narigones”, “Curreros”, “Forruses”, “Chisteras”..; de
viesas: “Castañonicos”, “Soberanos”, “Pajalargas”, “Garibaldes”, “Gatos”, los
“Tuertos”…, Utilizo los apodos por resultarnos más familiares, aunque sin pizca
de menosprecio.
Además
de éstos, que hoy llamaríamos autónomos, pateaban los terrones otros tantos
obreros, mozos de año (uno por cada par
de mulas de la labranza) y jornaleros. Las casas grandes eran las de tres y
cuatro pares de mulas: los de “la Viuda”, “Resgones”, (Ángelito, “Tragayeras”,
andaba con la máquina en la sementera); “Cagalete”, “las Gallegas”, todo con
obreros; los citados “Chicharros” que fueron haciendo el capital, trabajando de
jóvenes, los solteros, todo para la casa.
También
había labradores de par de mulas, o de par y medio que, si tenían tierras
propias y buenas, cogían mozo de año: Cañibano, "Ramoninche", el señor Pablo Allende, Manolo y Aurelio
Núñez, a quien conocimos mayores, por ejemplo.
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Sin
apenas descanso, terminada la recolección, lo primero era sacar el abono. Podía
estar el muladar en el mismo corral o a las afueras del pueblo. Cuatro
“deshojaus” por cuarta de tierra. Se iba descargando en montoncillos lo de cada
carro, que luego, todo a mano, se esparcía con la misma purridera. El estiércol
de las mulas, los dos marranos, las pocas gallinas y conejos, daba para poco.
Otra forma de abonado era "a telera" (la empalizada móvil colocada sobre el rastrojo) a real cada oveja y noche, donde dormían las ovejas.
En los años de mi adolescencia comenzó a utilizarse "el mineral", superfosfato de cal, fertilizante químico en polvo. Venía en sacos de 100 kilos que, compactados, eran verdaderos bloques. En la tierra, se tumbaban en el suelo y pisaban. Se descompactaba fácilmente; así, a mano, desde la sembradera, se iba esparciendo.
Ya, antes de la guerra, se conocía el Nitrato de Chile. Hay fotos con el famoso anuncio de jinete en caballo al que da el trigo por la barriga. Creo a ese fertilizante químico es al que se refiere R. Macías Picavea como uno de los adelantos que intentó introducir Manolo Bermejo, el protagonista de su novela "Tierra de Campos", ya a finales del "diecinueve".
(Continuará s. D. q.)
“
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