“TIERRA DE CAMPOS”.
Es
la primera novela que aborda la problemática socio-económica de nuestra
comarca. Los lugares, los personajes, las circunstancias son plenamente
terracampinos.
Macías
Picavea, influenciado por el krausismo, fue un republicano progresista
regeneracionista, discípulo aventajado, diríamos, de Joaquín Costa. Aunque en
su estilo literario fuera naturalista, no coincidía en el pesimismo de su
creador, Èmilie Zola, sino que se afanaba buscando, por encima del
determinismo, remedios que sacaran a España (él refiriéndose a nuestra región)
de aquella postración, de aquella pobreza.
Los
escritores naturalistas (derivación del realismo literario, hasta mostrar lo
más crudo de la realidad social), al señalar las lacras, lo más sórdido de la
sociedad española, ejercían una crítica, un señalamiento del mal, del pus,
visualización que, aunque se tardaran años, motivó buscar los remedios.
Galdós
en “La deseheredada”, “Misericordia”, “Fortunata y Jacinta”, “La de Bringas”,
etc., nos muestra la injusticia de la desigualdad de las clases sociales, el
abuso de los de arriba, sobre los de abajo. En la misma línea, salvando las
diferencias regionales, se muestra Blasco Ibañez en “La barraca”, “Cañas y
barro”, "La catedral"…
Doña
Emilia Pardo Bazán, en los “Pazos de Ulloa” con un naturalismo de tinte
católico, diríamos, describe la brutalidad del caciquismo gallego.
Don
Leopoldo Alas, en “La Regenta”, nos
muestra la hipocresía, la murmuración, la presión social, en una pequeña
capital de provincia. Si bien, lo más significativo, es el dominio psicológico
que de siempre, sobre todo en casos puntuales, han ejercido los clérigos sobre
almas crédulas, inocentes, puras, tal
como ocurría con don Fermín de Pas, sobre Anita Ozores.
Yo conocí, viví aquí, en la
“villa de la Inmaculada”, una situación, si no tan extrema, sí de cierta
gravedad. Aquel cura, siendo inteligente, culto, trabajador, de conducta
ejemplar en lo económico y en cuanto al celibato, se parecía al Magistral de la catedral de Oviedo en esa
práctica del dominio psicológico sobre la voluntad de aquel hombre tan bueno,
hasta el punto de intentar manejarlo torticeramente en favor del caciquismo local.
Macías Picavea, actúa en su vida
comprometiéndose socialmente: con la pluma y participando en la vida política.
Fue concejal del ayuntamiento de Valladolid, si bien, desengañado de los
partidos políticos (“nidos de reparto de prebendas”, llegó a decir), se refugió
en la pluma, intentando fuera bisturí sanador. Así nace su novela “Tierra de
Campos”.
La acción transcurre en
Valdecastro, pueblo imaginario del que, no obstante, da muchas referencias
geográficas: carretera de Toro a Rioseco;, Urueña, Tiedra,.. aunque pueblos ya
del páramo de los Torozos, lo están en el borde que los delimita de Campos.
Podríamos situar a Valdecastro por Villavelid, o por ahí.
La descripción del pueblo y
de la comarca es desoladora: llanura arcillosa sin un árbol; clima irregular
que o encharca los campos con los vientos de abajo, o los desecan las heladas y
el aire de arriba; el pueblo un lodazal cuando el tiempo se mete en agua,
carámbanos si de heladas, polvo y suciedad en verano. Salvo las dos casonas
“grandes”, con fachadas de ladrillo, el resto adobe y tapial.
Nos pinta una sociedad rural
dominada por el caciquismo, unos lugareños analfabetos, desconfiados,
individualistas, insolidarios, con la típica zorrería gárrula. (Queda todavía
algún ejemplar) Miseria material y moral
por doquier.
El pueblo está dividido en
dos bandos capitaneados, el de los conservadores, Canovistas, por la familia
Garzón, si bien no es el marido, quien manda, sino la mujer, doña Perfecta,
ascética, de un ultracatolicismo fanático, soberbia, dominadora, y su cuñado,
Secretario del Ayuntamiento, quien prepara todos los enjuagues en su provecho,
y se encarga de la compra de votos.
En el otro lado tenemos a
don Ildefonso Bermejo (un krausista: “piedad, abnegación, altruismo…) quien
está sacrificando su vida y su hacienda por las ideas regeneracionistas:
libertad, democracia, justicia social…, afín a Sagasta, aunque don Práxedes Mateo
no tuviera esa altura moral.
Don Ildefonso, viudo, envía
a su único hijo, Manuel, a estudiar, primero en Valladolid, luego a Madrid. Ahí
se impregna de republicanismo progresista; con la social democracia, el socio
liberalismo, incluso la democracia cristiana de los padres de Europa, podríamos
compararlo.
Manolo Bermejo, conseguido,
por su sólida formación académica, un alto puesto militar en el ejército, pide excedencia
y decide regresar a su pueblo, para regenerarlo, para superar esa miseria
material y moral. Su razón y su generosidad, hasta el extremo de sacrificar su
hacienda, de caer en manos del usurero comarcal (Mauda es el nombre del pueblo cabeza de
Partido Judicial) chocan contra la incomprensión, la maldad, la
torpeza, la mezquindad que consiguen hacer fracasar tan generosos como
racionales proyectos.
Esta novela, “La Tierra de Campos”,
hemos de encuadrarla en el naturalismo literario, por su desarrollo y por su
negro desenlace final, que prefiero lean.
Lo males materiales de los
pueblos terracampinos a finales del “diecinueve”, tan bien retratados en la
novela, y los remedios que Manolo Bermejo intenta, los expondremos,
estudiaremos y compararemos con lo por nosotros conocido, en el próximo
capítulo.
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