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Aunque a lo largo de mi vida vengo
conociendo el cierre de tantos establecimientos emblemáticos, de edificios
entrañables, no por ello deja de entristecerme. Ahora le ha tocado a El Ideal, el
bar de Torti para los mayores; aunque esperemos no lo esté por mucho tiempo.
Tiendas
y comercios de paños, retales, mantas; puntas, rejas, dentales, manceras,
vertederas de los arados “Óliver”; bieldos, tornaderas, rastros, purrideras..;
sal, aceite, algo de azúcar, arroz, escabeche de tino, bacalo…, todo a granel. Inolvidable el “Comercio
Grande”, fundado por carballeses, familia Lozano Prieto, el año de 1.850; al
lado, también en la plaza el de Ernesto y Manolé; el de mi tío Demócrito en la
calle Amargura; los “Pedros” en Miraflores, ha resistido hasta marzo de este
año; la mercería de “Santines”, casa absorbida por la residencia; el bazar de
las Lizondas, también en calle Amargura; la tienda de Lucila, en Zarandona; el
estanco, confitería, pipas, confites, pasteles
y caramelos de la señá Severa, en Angustias; allí también la farmacia y
droguería de Pepe Mazo…; la zapatería de Ventura y Sera de la Lama. ¿Para qué
les voy a recordar sastres, modistas, carreteros, herreros, el herrador, guarnicionero, albaldero,
cesteros, hojalatero, estereros, cacharreros..?
Conocí,
en ruinas la cárcel del partido, donde había estado el convento de Santo
Domingo; recuerdo, muy remotamente, ir, con mi abuela, a la novena de San Roque
en la iglesia de Santiago; San Miguel se cerró recién nacida nuestra hija
Gracia; San Pedro hace dos días; conocí la cúpula octogonal de la ya arruinada
iglesia de Santa María…
Los
bares, pasado el boom de los “setenta, ochenta, noventa”, cuando Villalpando,
no desaparecidos, todavía, por la emigración los mozos y mozas de la comarca,
han llevado un recorte drástico. El penúltimo otro nombre mítico: “El Abeto
Rojo”.
Hará
cien años que en aquella casona de labranza (había pertenecido a la orden del
Temple, aún en el edificio del ayuntamiento se ve el hueco de la puerta de
comunicación) se abrió el primer café del pueblo. No sé si de entonces viene el
nombre de “Ideal”.
Lo
regentó Manolo Modroño Maestre, hermano de mi abuelo Goyo, quien también era un
poco labrador, padre de familia numerosa y amante del gilé, bacarrá, “Ciento
veintiuna”…; hubo un tiempo en que fue profesional de las cartas, jugando a
sueldo para Bernardino García, “El Serio”. Emigraron a Zamora, puede que hacía
1.933. En el “treinta y dos” estaba todavía aquí. Aparece en la directiva,
junto a mi abuelo, del PRRS. Su mujer, mi tía Ascensión Paniagua, parienta de “Trigueros”
y “Pintores”, venía por septiembre, visitaba las casas de los parientes,
quienes le regalaban garbanzos y algo de la matanza. Viuda desde muchos años
antes, pasaba los inviernos en esta nuestra casa de mi abuela María, tíos
David, Petra y, servidor, hasta después de casado.
Sería
hacia 1933-34 cuando, recién casados mis tíos, por la rama materna, Bercario
Cimas y Juliana Alonso, cogieron el traspaso del café y toda la casona. En ella nacieron el primer niño, Lucianín, como
el abuelo de Cotanes, que murió de bebé, Mari, Carucho y Choni Cimas Alonso.
Manolo en noviembre de 1941, (fecha en que dejaron el café) ya nació en
Miraflores, casa de alquiler, propiedad de los comerciantes, Ernesto y Manolé
citados, quienes se la vendieron a Miguel Ángel Blanco, “Electroblan”. En esa
casa siguieron aumentando los Cimas Alonso: Carmina, “Nana” y Jesús, este ya
hacia 1953. En el ínterin, otra familia numerosa, los Enrique Martínez.
Mi tío
Bercario había aprendido a conducir de muy joven. Su padre era encargado en
casa del boticario de Quintanilla, don Mariano Valdés, quien, ya antes de la
guerra, (en la que Bercario anduvo con una ambulancia), tenía coche. De ahí que
dejado el café empezará a conducir el coche de línea de Rufino Alonso. Toda la
familia emigró a Valladolid en julio de 1954.
La
mayor parte de esa casona destartalada (vean la foto blanco y negro) estaba
abierta al público. Toda la planta baja, salvo el portal con la escalera, a los
que se accedía por otra puerta, era una sala llena de mesas y sillas, dedicada
a bar. Tenía una pequeña barra, con mostrador de mármol, a mano derecha según
entrábamos. En el bajo de aquella casona, junto al consistorio, había un local de puerta grande, mostrador y trastienda ocupado por la frutería del Sr. Benigno Caramazana. Se surtía, yendo con un carro de varas azul tirado por burrancón blanco, del almacén de frutas y verduras de Macario Sanz, en la Soledad de Benavente. Antonio "Gatero", contando sus orígenes humildes, cuenta que el mejor regalo de boda fue una manta que le regaló Macario Sanz, de quien su suegro, Benigno, era tan buen cliente. Quiero dedicar un recuerdo muy cariñoso a las hijas y nietos Sanz, tan buena gente, durante años hermanos de Sara en la Comunidad Neocatecumenal. En esta tienda de los Caramazana gastábamos, a veces, la propina en castañas pilongas, una granada, pipas o cacahuetes. Había siempre, por las noches de invierno, en ella un grupo de muchachos, matando el frío. También vendía y cambiaba por la comprada y dos reales, novelas del Oeste
En
el piso de arriba, toda la fachada, los cinco balcones a la plaza, estaban
ocupados por dos salones. En uno más arreglado y elegante, contra el
ayuntamiento, estaba “La Sociedad”, especie de casino donde sólo entraban los
socios. Ya antes de la guerra tenía radio y recibía “Blanco y Negro”. Siendo yo
niño, mis tíos David y Antonio Modroño pertenecían a esa sociedad, donde se
jugaba mucho a las cartas.
El
otro salón con tres balcones a la plaza y uno a La Solana, destartalado, ya mis
tiempos de adolescente, era ocupado por los muchachos. La vivienda estaba
arriba, por detrás.
Con
tanto espacio abierto al público, era necesario un camarero. Mi tío Bercario,
tuvo a Pablo López Gil, (de la familia de los Grillos, hermano de Abraham el
topo durante la guerra) de muchacho,
quien pronto emigró a Barcelona, donde fue conductor de autobuses. Jubilado
regresó a su pueblo, a la residencia; un señor elegante con bigotito que
paseaba mucho por el pueblo. ¡Cuánto disfrutaba yo con sus relatos!
Posteriormente
tuvo de camarero a Miguel Herrero, conocido como “Tortillero” o “Torti”. Cuando
en 1941, Bercario y Juliana dejaron el café, se lo traspasaron a Miguel y su
mujer Eustasia Aínse. Desde entonces el “Bar Ideal” ha estado regentado por
esta familia, tan amiga de la nuestra Modroños y Alonsos. Allí se criaron
Antonio, Julián “Fanega”, y Pepita.
Antonio,
el mayor, y su esposa Concha Burgos, creo al poco de casados, emigraron a
Valladolid. Antonio era un barman excepcional. Trabajó en cafetería “La Salve”,
propiedad del padre de quien fue alcalde socialista de Valladolid Tomás
Rodríguez, sobrino de don Modesto el cura, naturales de Villanueva del Campo.
El
señor Miguel falleció joven relativamente, en 1954. La época de la que guardo
mejores recuerdos fue cuando el negocio estuvo en manos de la señora Eustasia,
Julián y Pepita, en plena preciosa juventud.
Hacía
1958, Pacucho les montó moderna barra de madera, a lo largo de toda la pared
del fondo, como ahora. La gente ya empezaba a consumir más.
En
ese salón de abajo, los domingos retiraban las mesas y se hacía baile, con
gramola, el de los pobres, en competencia con el de los Mantecas, que era el de
los menos pobres.
En
el corral de lo que había sido casa de labranza, acotaron con tapial, pintado
de blanco, y enredaderas, un trozo, cementaron el piso, y en el verano, con la
gramola, daban baile.
Por
las vendimias, creo del año 1965, el suelo se tragó uno los postes, mejor
pilares, y un lienzo de la fachada. Creo por entonces Julián ya había emigrado
a Colloto. La señora Eustasia y Pepita no podían enfrentarse a aquella situación,
puesto que el edificio no era de su propiedad. Fue entonces cuando Antonio
(quien, además, ayudó a madre y hermana) se lo compró a los dueños de siempre,
una familia de absentistas, y regresó al pueblo. Arregló lo más urgente,
posteriormente llevó a cabo una importante reconstrucción y reforma, lo que
vemos en la actualidad.
Finales
de los sesenta: el boom de la diversión comarcal juvenil, y no tanto, citados;
donde “La Pista”, discoteca Polanco… Todo lo demás es más conocido. Conchi y
Maxi, tras un paréntesis, han continuado con el negocio hasta el pasado domingo.
Por lo menos un par de días a la semana, degustaba esas magníficas tapas. Al
traspasar ese grueso muro, recuerdos de mi infancia, de mi juventud, de mi
madurez; recuerdos que compartimos todos los villalpandinos.
Nuestra
esperanza es que, dado que el Ideal es el bar, el café de toda la vida, que
forma parte de nuestra memoria colectiva, que tiene solera y negocio (cierta
recuperación poblacional empieza a notarse en la comarca), nuestra esperanza
decimos, es que pronto vuelva a abrirse. En la foto pueden ver el teléfono para
el traspaso.
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