domingo, 29 de octubre de 2023

METIDOS EN HARINA LITERARIA Y SOCIAL (IV)

                      MI VISIÓN, PASADA Y PRESENTE SOBRE LA TIERRA DE CAMPOS. 

          Ni era, ni es tan desolada, triste y pobre nuestra comarca como la pinta don Ricardo. Ahora, al regresar de Benavente, cuando aparece el horizonte sureste del pando, vuelve a ser verde.
     
        Desaparecieron, ¡qué desgracia!, unas seiscientas Has de encinas en la dehesa, pero los nuevos pinares, más lo que quedó de carrascal, las colinas de “los Campos”, del “Valle”, festonean de verdor la llanura, al que se une el de las tempranas siembras, el rebrote de rastrojos, las alfalfas… Verde y ocre del suelo, gris del cielo ese es nuestro melancólico paisaje otoñal. 

    El paisaje del siglo pasado era el mismo conocido por mí de niño: campos de pan llevar, verdes los sembrados de noviembre a junio, distintas tonalidades del marrón los barbechos, dorados los rastrojos. Esa monotonía la rompían los majuelos, tan abundantes, salpicando de verdor la sequedad del verano.

      Quedaban, aunque no en toda la comarca, carrascales de encina, prados; cercados de huertas y frutales en las proximidades de los pueblos, y en éstos no todo era miseria; puede que dos quintas partes fueran pequeñas y pobres casuchas jornaleras; en el resto había una gradación desde las predominantes medianas casas de labranza, hasta, un par de docenas en Villalpando, de casonas solariegas. Había, en algunos pueblos casi tantas bodegas como casas, paneras, lagares, palomares… Por supuesto que ni agua corriente, ni desagüe, ni wáteres, ni cuartos de aseo; ni electrodomésticos, ni siquiera, hasta bien entrado el siglo XX, una raquítica bombilla en cada casa, luz eléctrica. 

     Para la alimentación, mucho autoconsumo: pan, garbanzos, marrano, huevos (cuando ponían las gallinas), y lo que se apañaba por el campo: uvas, espárragos, cardillos, ababanjas (un día corte unas muy tiernas, y mis hijos, aunque bien aliñadas, se negaron a comer esos yerbajos), incluso bellotas.

        Lechugas, tomates, escarola, zanahorias, asequibles de precio, vendían por las casas las hortelanas. Importados, a Tierra de campos, llegaban patatas, arroz, bacalao, algo de aceite de oliva, un poco de azúcar de precio inasequible. En el “diecinueve” no creo llegara pescado fresco, creo sí escabeche en toenelEs de madera. Ello se suplía con barbos, tencas, cangrejos, ancas de rana, incluso anguilas en el Sequillo, Valderaduey, Cea, los tres ríos terracampinos. 
   
     La caza, más abundante que en la actualidad, salvo los conejos, también algo mataba hambres; si bien los cazadores furtivos habrían de vender palomas para comprar pan. Los conejos estaban en los montes. Junto con la leña era importante fuente de ingresos para los propietarios. Una hambruna como la del "cuarenta y cinco" seguro que acababa con la plaga actual. A unos hombres de Villárdiga los pillaron, en el monte Coto, cavando vivales para cazar los conejos. Le costó cárcel.

      Ve pobreza Manolo Bermejo en Villalcastro a consecuencia del atraso en la agricultura. Fue rico (las ovejas, lana y carne, el trigo, el vino) el reino de Castilla, todavía cuando la revuelta comunera. A pesar de la devaluación de la lana, las ovejas, hasta anteayer, fueron el sustento de numerosas familias, unas treinta en Villalpando. De esto no habla Bermejo, pues predominaban los labradores que roturaron montes, cañadas, prados; lo que más valía era el trigo. 

       La pobreza de “Tierra de Campos” era mucho menor que la de las miserables comarcas de las Hurdes, Carballeda, Cabrera leonesa, Aliste, Sanabria, montañas de Soria, Teruel… 

       El ve necesaria la incorporación de “modernas” técnicas de cultivo: arado de vertedera, que sustituyera al romano, incipientes máquinas sembradoras, segadoras y limpiadoras; utilización de los primeros fertilizantes químicos (supongo el Nitrato de Chile), y, sobre todo, EL REGADÍO.       “Viviamos sobre enorme lago y nuestros campos se morían de sed”.  Aquel año no hubo cosecha. La hambruna que él, empeñando las joyas familiares, socorría.

       Publicada su novela en 1899 tardaron pocos años, en 1904, a consecuencia de la revuelta y las huelgas en la época de la siega, en llegar las primeras segadoras; creo por entonces empezaron a separar la paja del grano, con las primitivas, toscas máquinas de limpiar, en lugar de cuadrillas de aventadores, con bieldos, lanzando al aire lo trillado. Estas mejoras podrían, y pudieron aumentar los ingresos de quienes tenían tierras, de los labradores. Y de los jornaleros, ¿qué?: más paro. Tengamos también en cuenta, de ello no habla Bermejo que el mal vivir de bastantes labradores se debía a no ser propietarios de la tierra, sino renteros de absentistas que vivían en las ciudades cómodamente de las rentas.

      Pero aquella primera mecanización, y las subsiguientes, eran inevitables. Los precios del trigo no daban para pagar tantos jornales. Pero así se fue tirando: señoritos, labradores autónomos (que en el verano también cogían agosteros) y jornaleros. Revueltas sociales constantes, reforma agraria non nata, que desembocaron en la guerra civil.

       Si es que aunque se hubieran repartido los latifundios tampoco se hubiera solucionado el problema. En el campo sobraban brazos, y carecíamos de industrias, salvo las incipientes de Cataluña y el País Vasco, no teníamos apenas carreteras, ni ferrocarriles, ni viviendas, ni seguros sociales, ni apenas escuelas, ni hospitales… 

     De todos los modos R. Macías Picavea dedicó a la Tierra de Campos  la primera y gran novela que abordó la cuestión socio económica y moral de nuestra comarca.


                                  Típica casica de jornaleros en aldea próxima. La regalan.


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