Aunque están
publicados en libro “Aquellos pueblos”,
para darle mayor difusión y para animar a quien le guste recordar o conocer vivencias
de la sociedad rural tradicional a que adquieran alguno de los últimos
ejemplares del libro, voy a transcribir aquí algunos de aquellos relatos.
V
O L V E R.
(Dedicado a
Segundo, “Relojero”)
En Barajas, cargado
de maletas y de reduerdos, pido a un taxista que me traslade a la estación de
“Auto Res”, allí es donde he de coger el “ómnibus” para mi pueblo.
Por mi
acento argentino al chófer, sanabrés, le choca mi destino a “Tierra de Campos”.
Me habla de la Sanabria de su infancia, antes del turismo, de las aldeas de
piedra y pizarra, de berzas y vacas, de mazorcas en las galerías, del olor a
humo, a boñiga, a heno y a brezo; aún conoció tejados de paja de centeno. Me
dice que ahora tiene buena casa y que le
falta poco, en la jubilación, para disfrutarla plenamente.
Le digo que
yo también, después de cuarenta y cinco, vuelvo para quedarme, y, de cuatro
brochazos, le cuento mi vida.
-Me trajeron
al mundo en un rastrojo, sobre una morena.
Mi padre,
con su bici, su hato y sus porrillas , había marcado en la primavera a machacar
piedra a Traspadarne. Madre había quedado con el cargo de alimentar y vestir a
los tres “lebreles”, y al que iba a venir.
El día antes
de mi nacimiento, Petra “Las Pascua”, le dijo:
_¡Oye!, mañana debíamos ir a rebusco de
garbanzos, me he enterao por el mozo de los “Medioyugo”, medio en secreto, que
han preparao una gera horrorosa en la tierra de “Las Cuestas”. Por no pagar el
jornal a las cogedoras los han segao con la gavilladora, y han dejao el suelo
merminiando de vainas.
-
-¡Pero mujer! ¿No ves que estoy ya casi fuera
de cuentas, y que no puedo ni agacharme? Replico mi madre.
-
-¡Si no
hace falta que te encorves! Yo lleno las fardelas y tú las llevas al costal,
luego los repartimos, y pa el camino ya sabes que tengo la burrica.
Este razonamiento y la ilusión de
llenar la barriga a los niños de garbanzos cocheros con pan y cebolla, animó a
mi madre.
Al taxista no se lo pude contar con
tanto detalle. Cuando el “car” enfilaba la carretera de La Coruña, me sumí en
el recuerdo.
Se levantaron “entre gallos y
maitines”. Petra, con una simple manta cinchada. la cabezada y una correa por ramal,
aparejó la burra. En las alforjas metió un cachico de pan, dos pastillas de chocolate
y el botijo del agua. También, por si acaso, un paño limpio.
A la luz de la bombilla de la
esquina, “La Pascua” le dio el pie, y madre se sentó en la burra. Ella, desde
el poyo de la trasera, pasó la piernas por encima de la pollina, se montó delante,
a espernaquete, y mi madre, de medio
lao, la asió por la cintura.
Con estrellas cogieron el Camino
Real, por la fresca. La fragancia nocturna de las mieses segadas les llenaban
los pulmones con bríos de vida. En el campo, entonces silencioso de motores,
sólo se oía “el cantar”, al rodar, de algún carro lejano, y el chirrido de
alguna coruja.
Cuando llegaron a la tierra, la
alborada asomaban por la barda de naciente para empezar a alumbrar el escenario
de las fatigas. Las alondras, invisibles, gorjeaban al día, y una pega sobre un
carrasco, parecía “rezungar”, con su graznido, de que le apañaran los
garbanzos. En la próxima telera, sobre el barbecho, balaban cancinas y borras barruntando la llegada del pastor.
Caninas, antes de que el sol
extendiera la galbana que, en la llanura hace ver más próximo lo lejano y
achicharra las corvas, se pusieron a rebuscar. Madre también se agachó, hasta
la primera fardela, pues el medio secreto del mozo lo fue a voces, y una
cuadrilla de rebuscadoras apuraban el renacero.
El sol remontaba con mucho las
lejanas encinas de Las Urnias. En el inmenso campo de amarillentos rastrojos y
ocres barbechos la azulada suavidad de la mañana se tornaba en blanquecina
canícula. Los agosteros ya andaban por el segundo carro. Con el costal mediado
de las salinas vainas, que llenan las manos de oloroso salitre, madre y “La
Pascua”, decidieron sentarse en una morena de la tierra de al lado, a comer el
cacho de pan y la pastilla de chocolate de Vezdemarbán.
Puede que la energía del refrigerio
y el agua del botijo, refrescada bajo montón de garbanzos, a madre le
provocaran el parto, y tan rápido que no daba tiempo para volver a casa.
“La Pascua” tenía nociones de
partera. Acondicionó unos haces de la morena. Sobre ellos tendió la manta.
Despojó a mi madre de la saya y enagua que, sobre la manta, sirvieron de
sábana. De ninguna otra prenda hubo de despojarse.
A los quejidos todas las
rebuscadoras acudieron solícitas; también un amo y un criado que acarriaban al
lado. A éstos los echaron, cogiéndoles antes la purridera y sus sombreros de
paja, con los que hicieron un sombrajo.
Las dos rebuscadoras más fuertes
sujetaron, por sus extremos, el largo mango de la purridera sobre sus cadriles,
paralelo al suelo, por encima de mi madre, que le sirvió de asidero en los
esfuerzos.
(Continuará)
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