Dejamos a nuestro primo en Zaragoza. Allí pasó un mes de turista comiendo y alojándose cada noche en un sitio distinto. Cuando notó algún movimiento sospechoso en torno a su persona, se largó a Barcelona. Llegó de noche. Le preguntó a un sereno por alojamiento. Le llevó a una pensión de mala muerte en el Barrio Chino.
En su autobiografía describe perfectamente tanto la ciudad de Zaragoza como la de Barcelona. En esta también pasó unos días de turista. Tenía buen dinerito ahorrado, hasta que le llegó "un aviso".
Estaba una noche en un bar de dicho barrio, al que entró al ver animación de "gente joven", aunque con mala pinta la mayoría. Él enseguida comenzó a entablar conversación. Era gente del hampa.
De pronto, sobre la media noche, se presentan tres policías, dos con uniforme, los temibles "grises", quienes se apuestan en la puerta, y otro de paisano, quien va pidiendo documentación, a cada uno.
-A ver usted chulito-. Eustaquio era el mejor vestido de todos.
- Estoy de vacaciones y he dejado todo en el hotel.
-Pues al saco.
Forman un grupo con los nueve indocumentados. Les ordenan caminar en fila, detrás de un "gris". El otro cierra la fila. El de paisano va hacía el medio.
Eustaquio pensó que si llegaba a la Comisaría se descubría el pastel, y le tocaría pasar toda la mili en prisiones militares. Ser prófugo en pleno franquismo era muy grave delito.
Se había situado al final de la fila. Discurrían por callejas estrechas y oscuras del casco viejo de la ciudad condal. Al pillar una boca calle salió disparado como una flecha. Le dieron el alto pero siguió corriendo. Ni siquiera lo detuvieron dos disparos que hicieron al aire. Corrió durante dos horas. Agotado llegó a una estación de tren. Se escondió en un vagón de mercancías. Entre paquetes preparó cama, y se durmió. Lo despertó la luz del día. Tengo que encontrar un trabajo, se dijo. Es la forma de estar protegido.
Lo de siempre: periódico, sección de ofertas de trabajo. Ayudante de marmolería. Mono blanco y a pulir, luego cortar, lo que hiciera falta: panteones, edificios..., cada poco en un sitio.
Pasaron bastantes meses. Ya llevaban los de su quinta casi medio año de rancho, instrucción, imaginarias... Hablo con el jefe del taller y le contó su situación.
-Mira muchacho: lo mejor es que te alistes en la legión.
Al día siguiente, un jueves, se presenta Eustaquio en la Comandancia del Ejercito, en la Plaza de Colón, preguntando por el banderín de enganche de la Legión. Le leyeron las condiciones: mínimo tres años en África.
Ya no salió de allí. Al siguiente a Leganés. Pelo al cero. Uniformes sin mirar talla. A él le toca uno grandón. Se había hecho amigo de los otros tres que, como él, se alistaron en Barcelona. Enseguida empezó el trapicheo del arreglo de los uniformes. Él era el único que tenía dinero.
A Málaga en tren. Barco hasta Las Palmas de Gran Canaría. Escala. Les tocó mala mar y aquel cayuco era juguete de las olas. Necesitaban unos días para reponerse de los mareos.
A su estancia en la legión, donde vivió el orgullo de ser "caballero legionario",, le dedica Eustaquio muchas fotos y más de la mitad de su autobiografía: la dureza de la instrucción y de las marchas por el desierto; los desfiles, la emoción de los actos solemnes cantando el "Novio de la Muerte", la construcción de unas casamatas y trincheras en que llegó a ser el director de la obra; la cantina del legionario, donde en los días de permiso, dejaban parte de su buena paga, de la que llegó a ser encargado, pues por "méritos de guerra", pronto ascendió a Cabo 1ª. Cuenta como, de una forma más o menos legal, la cantina le proporcionaba buenos beneficios.
Como sólo había una sucursal bancaria en El Aaiun, y los empleados eran amigos de los Oficiales del Tercio don Juan de Austria, no quería engordar mucho la cartilla para que no sospecharan. Ese fue el motivo de darle a "guardar" sesenta mil pts. de aquellas a Germán, un "amigo" de confianza, quien se encargaría también de la taberna, el día antes de emprender una marcha de reconocimiento, que les llevaría unas quinces jornadas, al menos.
A la vuelta, se enteró que el amigo, de farra con una pandilla de reenganchados, en los "cafetines", "colmaos", y otros lugares con "chicas", que acudían de todos los continentes al reclamo de las "pagas" legionarias, había "fundido" las sesenta mil pts. Se lo perdonó, hasta el extremo de ser amigos toda la vida, y haber sido pareja de su hermana Mari Tere.
Habla Eustaquio de la dureza de las marchas, de quince días , 35 Km. cada jornada, por el desierto, vigilando, pues existían rebeldes que hostigaban.
Muy dura la vida en la legión. Conoció algún suicidio y un crimen. Al autor lo juzgaron de forma sumaría y, en presencia de todo el Tercio formado, en silencio y con los correspondientes toques de trompeta, lo fusilaron.
Eustaquio recuerda con orgullo su paso por la legión. Trajo unas buenas perras y regalos para toda la familia, principalmente para su madre. En ese tiempo toda la familia había emigrado a Valladolid.
Él trabajó unos meses en la conservera Helios, hasta que aprobó los exámenes físicos y culturales para la Policía Urbana de Valladolid, donde transcurrió toda su vida laboral. En las horas o días libres, como sabe de todo, trabajaba de albañil, de mecánico, de lo que fuera...
Él solito ha construido dos chalets preciosos en Villanueva de Duero.
El "China" pequeño, desde niño, fue un figura.
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