viernes, 28 de noviembre de 2025

SIGO CON MI HOMENAJE A SARITA.

 

          Suprimo esta foto, de perfil, mirando el futuro porque es tan íntima, tan evocadora, está, como era, tan bella, tan santa que me da una pena enorme. Está en el álbum familiar que hace años no veía. Pertenece a un reportaje que nos hizo Manolo, el esposo de Lolita Riaño, la hermana mayor, para celebrar que, por fin, y gracias a su intervención, el Sr. Pablo Riaño, me aceptó. De esas hay alguna publicada en alguno de mis libros, pero esa, tan especial, no había querido sacarla. Ayer lo hice aquí, pero me he arrepentido. No puedo soportar esa nostalgia. Es muy triste comprobar como el tiempo todo lo devora, pero queda el recuerdo. Esa imagen es mía, sólo mía, como lo fue ella.

  
         

              ES LA HISTORIA DE UN AMOR… (VI)

Sí: un amor adolescente puro, limpio, inmenso, de novia, esposa, compañera, amiga, confidente, sostén anímico…

Continúo con sus inicios.

Aquella primera sesión de baile nos había dejado tocados. Me dolía que, al domingo siguiente, volviera a dar bailes a otros. Era necesario declararle mi amor, algo que debía ser íntimo, en solitario, algo que en el baile no era el lugar apropiado. El momento habría de ser al salir del Rosario.

Transcurrieron dos o tres días de la semana en que su hermana Carmela no la dejaba sola de la iglesia a casa. Debió ser un miércoles. Nos hicimos una seña. Le dijo a Carmela habría de ir a hablar con Suceso Allende, la amiga espiritual íntima. Cierto, abierta todavía la tienda en Zarandona, allí entró.

La seguí. Salió: soportal del Comercio Grande, tramo del cine, Angustías. Cuando enfiló la calle Real, yo tiré, corriendo por la calleja Castañón, entonces sin asfaltar. Salí a su cara antes de llegar a la esquina de “Coco”, cruce San Isidro, Plaza de San Pedro. la casa de sus padres estaba, está, muy reparada, frente al ábside de la iglesia.   Me planté en su cara.

-¡Hola!

- ¿Qué haces tú por aquí? -no me rehuyó

- A decirte que no puedo más Sarita! Necesito decirte que, desde hace tiempo,  te amo con todo mi ser, que pienso en ti de día y de noche, que te pido seamos novios.

-Me parece eres bastante atrevido. ¿No será una nube de verano?

-¡No muchacha, no! Es una borrasca atlántica que me tiene calado hasta los huesos.

-¡Hombre!. ¡No será para tanto!

-¡Cómo no, si eres lo más bueno y bello del mundo!

-¡Vete, vete! El domingo nos vemos en el baile.

No les voy a describir lo vivido aquel domingo, y en sucesivos esporádicos encuentros a lo largo de los meses, en el baile de los Mantecas. Prefiero dejarlo para mi intimidad. Simplemente: ¡inefable!

Estaba el salón, menos en la parte del escenario, porque también en él se daban comedias, rodeado de un anfiteatro con bancos de madera, que se llenaba de las mujeres casadas que no se perdían ripio de lo que abajo sucedía. Calaron pronto el idilio entre el Modroño y Sarita. Cuando lo supo Cobera prohibió totalmente a su hija predilecta, rubia como él, la relación.

Esa circunstancia, la de la prohibición, más la de que Sarita pasaba temporadas en Madrid ayudando a sus hermanos, hizo necesaria la relación epistolar. Ella y yo conservamos esas cartas. Las juntamos cuando la boda. He pasado tres mañanas ordenándolas, releyéndolas, reviviendo todo aquello, con tanta nostalgia, con tanto agradecimiento, con tanta compasión, hacía aquella muchacha, que no paro de llorar.

En aquellos años de tan intensa religiosidad, éramos dos ángeles. la religiosidad, misas, rosarios, comuniones, la Gracia de Dios, eran el fundamento de nuestro amor. Ello nos unía, a ello nos ayudábamos mutuamente. Vivíamos una especie de idílico misticismo, buscando el perfeccionamiento en las virtudes humanas. El esfuerzo, en el trabajo, en el estudio, por ej.

 

Sarita, hasta los 17 años, estuvo dudando en si seguir en la Alianza, “Las Aliadas de María”, congregación religiosa de calle, pero con votos, o no; dudando entre la virginidad o la maternidad. Al releer esas cartas tan íntimas, tan hondas, no paro de llorar. El escribir algo me desahoga, aunque sé que estas vivencias, ahora, son anacrónicas, pienso podrían tener alguna vigencia.

 

La lecturas de esas cartas me recuerdan que Sarita fue una chica inteligente. De ahí que, sin estudios reglados, tuviera la cultura que se ve en una perfecta ortografía, además de bonita letra; en el dominio del vocabulario y la redacción.

 

Una de las cartas más estremecedoras, en cuatro hojas arrancadas a un blog, me la escribe desde la Casa de Ejercicios en Zamora. Los dio don Matías Castaño, un cura de Ciudad Rodrigo. Al volver al pueblo, el correo, como casi siempre, fue mi hermana.

 

Me cuenta, de las doce de la noche a la una y media, la inmensa felicidad vivida esos tres días. Había consultado con Don Matías, hablado de nuestro amor. Le había dicho yo era un chico piadoso. Entonces el sacerdote la animó a buscar la santidad en ese noviazgo, que desembocaría en un matrimonio, en el “hogar en que se funda la dicha más perfecta”.

 

¿Se explican ahora un amor tan ideal, idílico, con cierto misticismo a veces, que superara tantas adversidades?

 

Su ejemplo final en tan larga incapacidad es consolador. Vivía sin dolores (o si los tenía no se quejaba) y sin temores. Se le olvidó casi todo, menos las oraciones. y las canciones religiosas.

   Quiero agarrarme a la esperanza, a la fe.

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