Volvamos al trabajo y al estudio.
En el verano de 1959, a unos parientes de doña Elena del Corral, la esposa de don Manuel Cossio, fabricantes de harina en León, les adjudicaron diez vagones del Servicio Nacional del Trigo de las paneras de Villalpando. Encargó a "Guaricha" el transporte con su camión hasta Castroverde, en cuya estación se habrían de pasar los sacos del camión al vagón. Y, ¿quién hacia ese trabajo?
Sacos de ochenta kilos. En las eras se manejaban costales de 87'5 kilos, pero el carro que más, llevaba doce. El camión de "Guaricha" llevaba 50 sacos. O sea: 4.000 kilos. Y había que remontarlos en los vagones, 10.000 kilos, hasta arriba. Además, en plena recolección, don Manuel no encontró obrero para hacer ese trabajo. Fue entonces cuando me ofrecí. Ya había sacado muchos sacos de orujo de los pilos. El "guarda agujas" al ver a aquel muchacho flacucho, de 18 años, dudo fuera capaz de remontar los sacos. Pues fui. Unas sudadas terribles. Bajaba a beber agua y refrescar a un arroyo que corría por detrás de la estación. Gané 450 pts., que me sirvieron para cruzar los Picos de Europa, como, he contado.
En septiembre de 1961 (había comenzado Magisterio en junio del año anterior), me quedaban unas pocas asignaturas, de las tontas, la música, por ej. Al año siguiente entraría en quinta. Entonces íbamos a la mili en marzo del año que cumplíamos los 22. Quinto del "sesenta y dos" me tocaba ir a la mili en marzo de 1963. Una eternidad, me parecía. De ahí que decidiera ir voluntario un año antes.
Teníamos un primo de mi padre, Marcial Modroño Paniagua, militar. Teniente del Ejército de Tierra. Venían todos los veranos a casa. Él movió papeles para que fuera voluntario al arma de aviación en el Cuartel General del Ejército del Aire en la Plaza de la Moncloa en Madrid, como mecanógrafo. Como un mes antes hube de presentarme para un examen. Quinientas y pico pulsaciones por minuto. (Si conservara todo como esto...) Me admitieron.
Antes de incorporarme a la mili, decidí dejar alumbradas las sesenta cuartas de majuelos de mis tíos David y Petra. Desde el 2 de enero, al día siguiente de la riada, me tiré cavando viñas, ocho horas diarias, hasta mediados de febrero de aquel "sesenta y dos". La yeguica, hija de "la Cuca", me traía y llevaba: alforjas, botella de agua, fiambrera y fardel en cada seno. Reciente la matanza casi ningún día faltaba un chorizo de callos. Preparaba una hogueríca con palos y tamuja de los pinos de Quesada, y me sabía riquísimo.
Un 21 de marzo de 1962, (había llegado el sábado anterior en el taxi de Ángel Alejos, "Zampa"; con mi primo "Taquín China", quien marchaba escapado de casa, y los maquinistas dragadores del Valderaduey), me presenté en el cuartel. Nos pasaron a un pabellón. Nos hicieron desnudar a todos, para el reconocimiento médico. como si fuéramos caballerías. Unos doscientos muchachos en pelotas. Humillante. Me encuentran un defecto físico, que resultó no ser nada, pero me metieron el miedo en el cuerpo. Si me habían tallado (lo hacían el año anterior de ir a la mili, eso era "entrar en quinta") en el ayuntamiento una semana antes. Lo de tallar era eso: medir altura, peso, perímetro torácico, vista, oído, fonendo, pies planos o no... A mí, como creo a todos los de mi quinta, don Tomás, el médico y Tomás "el Lolo", nos declararon aptos para servir a la patria. Mis datos fueron: altura descalzo, 1'73. Me superó un poco Marino Infestas. Éramos altos, para la época. Ahora, que me he achaparrado un montón, al lado los mocetones actuales, resulto pequeño. Peso 73 kilos. Perímetro torácico, 97 cts.
Pues por culpa de un problema congénito, sin importancia, me rechazaron. Al año siguiente, en la Caja de Reclutas de Zamora, me querían hacer ir a la mili. Me dieron Cartilla Militar, si bien conseguí me declararan para Servicios Auxiliares.
Aquello truncó mis planes: estando en la mili, en Madrid, acabaría Magisterio. Con ello y la mecanografía podría haber hecho carrera en el Ejército o dedicarme, bien pronto, licenciado, (la mili de voluntario era de casi dos años) a la enseñanza. Por supuesto: en estos planes, en este horizonte vital estaba la boda, el casamiento, con Sarita.
Sarita. mi florerita, mi rubia preciosa, ¿qué hacía entre tanto?
Intentar zafarse de su padre para vernos muy esporádicamente. Pasaba largas temporadas en Madrid, ayudando a su hermana Lolita. Aquí fue a la Escuela de las Hermanas hasta los dieciséis años. Tenía mucha capacidad para el estudio, pero es que ni siquiera se lo planteaban. Ninguna familia labradora podía mandar a sus hijas a un colegio de pago. Además, a estas chicas de la Sección Femenina (estuvo a los 16 años, en un campamento en Almeria) del nacional-catolicismo, las formaban para ser buenas esposas y madres.
Ayudaban en casa, en la era, recolectando legumbres a mano, almendras, vendimiando... Hacían primorosas labores. Confeccionaban el ajuar, mientras escuchaban seriales radiofónicos. Su hermano Ángel, muy aficionado a la lectura, abastecía de libros a Sarita, a Rosi.
Misa a diario a las diez. A la misma hora en que yo entraba en casa de Cossio. Solíamos "coincidir" en las Cuatro Calles. En el verano abría el balcón de la oficina, levantaba el pisa papeles de la Royal, quedaba hueco el grueso papel de oficio, Así, a la vuelta de misa, Sarita escuchaba el tableteo de las teclas como si fuera una ametralladora mandando flechazos de amor.
Fue en septiembre de 1961. Sarita, siempre intrépida, se subía a los grandes almendros que festoneaban el famoso "Majuelo de Cobera", en el camino del Valle, a varear las almendras. Se rompió la rama. Cayó al suelo. Me extrañó no verla pasar a misa. Al salir del Rosario del día siguiente, su íntima de toda la vida, Carmen Allende Vega, me dio la noticia: "Tiene muchos dolores y ha quedado torcida". Lo de ir a verla a casa, imposible. Cobera me tenía "enfilao". Un Modroño, además chupatintas. Tenían un mejor partido para ella. No quiero ni pensarlo. Sarita era mía, solo mía, como yo era de ella, solo de ella.
Cobera no tenía Seguridad Social, entonces no había para los autónomos, don Carlos, el médico, se temió lo peor, aunque no se lo dijo, sino: -"Pablo, aunque tengas que vender una tierra, llévala a una buena clínica de Madrid."
No tuvo que vender tierra alguna. Vivían con mucha austeridad, sin coche, ni móviles, ni electrodomésticos..., en el sobrao, en varales y ollas, buena matanza; algunos sacos de garbanzos, de harina, uvas y almendras...; huevos en primavera y verano...; labranza de par grande, de setenta yeras a cada hoja, que han llegado integras, en herencia, compra y renta a su nieto Álvaro. Tenía ahorricos, y llevó a su hija predilecta a la Clínica Ruber de Madrid.
Eran la dicha Carmen, también su prima Geli Barrios Riaño, quienes me informaban: -" Mañana cogen el coche de línea de Valladolid para ir a Madrid".
¡Pobre!: vaya viaje en aquellos tartanos, en aquellas carreteras, en aquellos trenes, con una vertebra fracturada.
Salí, como no, al coche de línea de Valladolid a las ocho de la mañana. Cobera no pudo evitar que intercambiáramos miradas y lágrimas, que fuera corriendo, detrás del tartano de Rufino, hasta San Lorenzo.
La operaron de urgencia. Vertebra lumbar a su sitio. Inmobilidad hasta que cicatrice la herida de la operación. Después un corsé de escayola durante meses. Nos escribíamos. Gracia tiene archivadas las cartas. Ella y Belén, de adolescentes, las cuceaban. Eran, son, tan limpias, candorosas, tiernas que a nuestras hijas le gustaban mucho.
Cuando volvió al pueblo, totalmente recuperada, Cobera ya no puso objeción a nuestro amor. Aunque hombre parco de palabras, confeso: "Sentí mucha ternura cuando vi, en el coche de línea, las lágrimas de mi hija y de aquel muchacho de los Modroños"
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