jueves, 16 de mayo de 2024

QUIEN VE SU VILLA... (XV)

                                         


                       Pinchen la foto para verla más grande. Es un grupo de soldados "nacionales", uniformados como pillaban, en la sierra de Guadarrama. El segundo por la izquierda, agachado y con gorra, es mi tío David Modroño Chimeno (no confundir con David Modroño Riaño). Vean su carita de pena, distinta de la juerga que tenían los otros. Tenía 21 años y parecía viejo. Lo llevaron a la guerra el día de Reyes de 1937, a los pocos días, el 19 del mismo mes, cayó su hermano Gil-Agapito, en la misma provincia; Madrid, en que él estaba. Antonio llevaba en la guerra desde el primer momento. Le pilló haciendo la mili. Mateo, nuestro padre, se había incorporado "voluntario" en septiembre del "treinta y seis". Salió una orden de licenciar cuando hubiera tres o más hermanos combatiendo. Eligieron a Antonio porque llevaba más tiempo y estaba en todo el tomate de la Ciudad Universitaria. David vino enfermo de la guerra. Se murió con 55 años.

                                        EL "ALZAMIENTO" EN VILLALPANDO.


 Aquella tarde de  sábado, 18 de julio de 1936, todas las familias  pastoras, algunos labradores, que dejarían la era, y todas las muchachas del pueblo, estaban de entierro. El día antes, la tuberculosis había hecho una muesca más en su empuñadura, había fallecido Luisa Herrero López, de 21 años, uno mayor que su hermano “Lucianito”.

       Cuando de regreso del cementerio,  un grupo de amigas, por la calle de La Amargura, salía de telégrafos, demudado, el guardia señor Villamor, les dice: -“Id para casa y no salgáis. Un general se ha sublevado en África. Ha cruzado el estrecho. Nos ordenan del Gobierno Militar de Zamora impedir cualquier movimiento en el pueblo”

        Al día siguiente,  hacia el mediodía, sólo por el Rincón de la Gloria y San Miguel, se veían grupos y se notaba cierta inquietud. Después de la siesta, como era domingo, y el Gobierno del Presidente Azaña, primer ministros Casares Quiroga, había ordenado el descanso dominical, la gente salía y se animaban las portaladas, “El Paseo”, los soportales, la parada del “Coche de Línea”.

       Ahí, precisamente, llegó un camión cargado de jóvenes derechistas, posiblemente todos ellos militares de reemplazo, a tomar el pueblo. Llegaron pegando tiros al aire y gritando: ¡Viva España! ¡Muera el Comunismo! Quizá en un pueblo donde había ganado el “Frente Popular” temerían cierta resistencia.

       En la explanada de las escuelas, dos adolescentes, Quintín, “El Cairo”, que jugaba a las canicas con Dionisio de la Puente, y Severiano Castrillo, les desafiaron levantando el puño y echaron a correr. Los persiguieron. Tiraron por la calle El Olivo. Castrillo saltó la hoja de debajo de la puerta de la casa, de planta baja de Aniceta Torices, (hoy Mitus) que estaba sentada en la acera con su hija Sagrario, aún niña y se escondió bajo una cama. “El Cairo” llegó a “Los Corralones”, entró en el corral de mis abuelos y se escondió en la pocilga.

       Los que perseguían a Castrillo le preguntaron a Aniceta si se había metido en su casa y ella lo negó. Otro grupo había llegado pegando tiros a la plaza. Los hombres que llenaban el café de Cayetano, en vieja casona sobre solar hoy ocupa el edificio de la Notaría, ante los tiros, huyeron por la puerta de atrás, que da a los Corralones, y se refugiaron en el corral, cuya puerta trasera a dichos Corralones (como ahora) siempre estaba sin trancar: el de la casa y aguardientería del dicho de Gregorio Modroño.

       Un grupo de perseguidores llegaron a la calle Silera, a la puerta delantera de la casa donde estaban los escondidos. Allí, en el Rincón de las Monjas, era ya el atardecer, conversaban el señor Martín Blanco, (padre de Matías, Alfonso, Floreal, Vicente, Antonino Adriana)  “el orondo tablajero”; la señora Vitoriana, demandadera de Las Monjas, abuela de D. Primitivo Gutiérrez, Sacerdote. La señora Obdulia, madre de los famosos Adolfo, Luis, Pedro Cepeda,... “Los Curreros”. La señora Petra, mis abuelos. Algunos jóvenes, sé de mi tío Gil-Agapito y una prima, Pacita Modroño Paniagua. Pasaba una temporada en casa de sus tíos. Su familia vivía ya en Zamora. Ella evitó la tragedia. También jugaban por allí niños de la vecindad. Carmen Gutierrez, Carmen Lozano, Matilde y Marino  Cepeda, María Granado (vivía con su abuelo materno David Curto)...

       Ante las voces y los tiros, cada cual se escondió en su casa,  a los que les pillaba más lejos, en la nuestra. Debajo de la misma cama se metieron la niña delgadita Carmen, mi fuente de este episodio, y Martín Blanco, quien para esconderse no tuvo problema, pero para sacarle, hubieron de levantar la cama.

       Mantuvieron el tipo, quedaron en la calle, los dos jóvenes, mi tío y su prima. Entre los perseguidores venía Cipriano Arapiles, (quien después fue médico pediatra famoso) hijo de un señor que había sido Médico en la Villa.

       Este Arapiles era compañero de milicia de Marcial Modroño, hermano de Pacita. Ésta se abrazó a él llorando, preguntándole por Marcial: “-¡tranquila, tu hermano está bien. Ha quedado en Zamora. Allí ya nadie se rebulle!  Queremos registrar la casa, por aquí se ha escondido un rojillo al que vamos a freír.

       -¡Por favor! Marchad y dejadnos tranquilos que aquí no se ha escondido nadie.

       Conversaron brevemente. Les informaron de cómo estaban las cosas y cesaron en la persecución.

       ¡Pues menos mal que no pasaron al corral: la pocilga, la cuadra, el pajar, la pileta, el pilo de las “madres”, llenos de gente. Hasta en la caldera de la alquitara había uno escondido. Pasado el susto se lo tomaron a juerga, sobre todo en la recuperación de so la cama del señor Martín.

       Se acabaron  el paseo, las partidas, el cine y el baile. Todo el pueblo se encerró en sus casas. A media noche un tiroteo asustó al vecindario.

       En Oviedo, el Gobernador Militar de Asturias, Coronel Antonio Aranda, aquel 18 de julio, simuló no sumarse al alzamiento y seguir fiel al Gobierno de la República. Al Gobierno Civil llegó un telegrama de Indalecio Prieto pidiendo a los mineros acudieran a Madrid a defender el “orden” constitucional. De todas las cuencas mineras, llamados por radio, acuden a Oviedo y a Mieres.

       De madrugada, día 19 parte de León una columna motorizada, mandada por el socialista Francisco Martínez Dutor compuesta de tres camiones, requisados a Campsa, cuatro  autobuses y doce coches; en los camiones abundante dinamita; calculen en aquellos vehículos cuántos podrían viajar. ¿Trescientos como mucho?

    Muchos más, sin embargo, en el convoy ferroviario: doce vagones movidos por dos locomotoras parten de Oviedo; en Ujo, última estación de Asturias se suman otra máquina y seis vagones más. Dos mil quinientos hombres es la cifra más aceptada por distintos historiadores, al mando del socialista Manuel Otero..

       A las ocho de la mañana, de ese día 19 de julio, entra en León, que aún no se había sublevado, la columna motorizada. Esperan en la estación dos horas a que lleguen los trenes.

       Reponen fuerzas, negocian la entrega de más armas. Consiguen que el general Bosch les entregue otros doscientos fusiles, y tres ametralladoras.

       Hacía mediodía les llega de Valladolid la noticia de que la sublevación había triunfado en Valladolid, y de que los facciosos habían instalado piezas de artillería en las vías del tren.

       Ante esta situación, ya al mando del Coronel, fiel a la república, Juan Ayza Borgoñós, incorporado en León, las dos columnas deciden tirar hasta Benavente; el tren rodear  por Zamora para llegar a Madrid, y los coches por la carretera general, Madrid-Coruña.

       Los camiones parten de León a las seis de la tarde, los trenes a las ocho. Tal como sabemos, por transmisión oral, los convoyes llegaron a Benavente al anochecido, dispuestos a pernoctar. Se apoderaron del pueblo sin resistencia. Asaltaron la casa de “Solita”, en La Mota, de donde se llevaron dinero, víveres y escopetas. Recuperaron fuerzas en las cantinas,  fondas y, sobre todo, de los fardeles que ellos traían, que eran 2.500.

 Los jóvenes falangistas locales huyeron a la próxima dehesa de El Mosteruelo y los Guardias Civiles, en dos o tres taxis, a unirse con los del cuartel de aquí, para ofrecerles resistencia, cogieron la carretera de Madrid.

En Villalpando, por el Rincón de la Gloria y el barrio de San Miguel, aquella tarde de domingo, después de marchados los derechistas que habían venido a tomar el pueblo, había mucha animación, idas y venidas. Los izquierdistas villalpandinos, como los de otros pueblos de la provincia (también en Morales de Toro, por ej., salieron a esperarlos) tenían noticia de los mineros en Benavente, debieron contactar con ellos, pues salieron aquella noche del 19 al 20 a esperarlos. El grupo lo formaban jóvenes, hombres, alguna mujer. Los cabecillas habían obligado a quienes tenían escopeta, por cazadores profesionales ( un Emeterín, el padre de Chapirú, Santos de Caso, aquello le costó la vida…),. A unirse al grupo.

Sobre las doce de la noche las luces de tres coches se avistan,  se acercan. Me imagino con qué ansia, con qué emoción esperarían a esa fuerza. Llevaban dos pistolas,  algunas escopetas, cuchillos, navajas, hoces..;

Su alegría se desbordó cuando los vieron aparecer, al bajar la cuesta de “La Cueva”. Los recibieron con gritos: -¡Salud camaradas! ¡Abajo el fascismo! ¡Viva la revolución!

Los de los coches gritaron: -¡Alto a la guardia civil!

Alguno, todavía, se atrevió a disparar.

La respuesta de los coches fue de disparos de fusil que malhirieron a un muchacho y a un hombre casado. El resto del grupo huyó despavorido con una infinita decepción. “Dura poco la alegría en casa de los pobres”.

Lógicamente, por el pueblo corrió la noticia de que iban a llegar mineros, fieles a la república, que tomarían el pueblo, de ahí que los más significados de derechas, cogieran miedo, tomaran precauciones.

Cuando supieron de la salida a la carretera de los de izquierdas, se refugiaron en casa del quesero Frutos Martínez, en la actual calle La Solana, entonces calle Mayor, con la confianza de que éste, tesorero del P. Republicano Radical Socialista, de centro izquierda, pudiera parar el golpe, si venían a por ellos. Todos tenían pistola. Muchas entraron en el pueblo durante los años de la república, en aquel ambiente social y político tan crispado. Me temo que, de haber llegado los mineros, veteranos de la revolución de octubre del 34, el baño de sangre en la villa hubiera sido importante.

No llegaron porque en Benavente se enteraron de la traición de Aranda. Sublevado también León, intentaron regresar por La Bañeza, Astorga, Ponferrada; sufrieron muchas escaramuzas que diezmaron a las columnas. Los supervivientes se unieron a los republicanos en el asedio a Oviedo.

Bien temprano, a la mañana siguiente, cuatro de los dirigentes, “carretera (la de Villanueva) y manta”, intentaron, además de huir, unirse a los combatientes contra la sublevación. Al menos, tres de ellos, llegaron hasta la montaña leonesa, en las proximidades de Cistierna; el cuarto no sé desde dónde se daría la vuelta; amparado por la noche, llegó a casa de sus suegros, en la calle Olleros. Se escondía, cuando advertía peligro, bajo una pesebrera. Así hasta principios del “treinta y nueve”, cuando su madre, la señora Natividad, ya enfermo, habló con don Luis, de quien eran vecinos, y salió del escondite. Falleció al poco tiempo. Dejó viuda, niño y niña.

Los otros tres, viendo la imposibilidad de cruzar la cordillera, tomados todos los puertos por “los nacionales”, regresaron a la llanura. Dos de ellos encontraron trabajo en un pueblo de páramo leonés, el tercero en Roales de Campos, le cogieron de agostero. Demasiado cerca de Villanueva del Campo. Fueron a buscarle gente de Villalpando. Lo asesinaron en el término de dicho pueblo, a la derecha de la carretera a Valderas. Unas respigadoras oyeron los tiros, y dieron el aviso. Personas caritativas de dicho pueblo lo enterraron, a la sombra de un almendro.

Los del páramo, por septiembre, acabado el ajuste, intentaron regresar al pueblo. Anduvieron unos días escondidos por los majuelos de Cerecinos. Ya había uvas maduras. Algunas noches llegaban a casa de una hermana que vivía en las afueras. Les daba provisiones.

El guarda de Cerecinos, por las huellas, los descubrió y delató. Salió gente, si no todos naturales, al menos vecinos de aquí, a por ellos. Contado por testigos presenciales, que fueron muchos, aquello es como si lo estuviera viviendo. Me duele, me duele tanto, que ceso el relato. Está en mis libros. Cada vez soy más sensible.

De los que salieron a la carretera, conocemos como acabaron siete: el muchacho muerto aquella noche, el hermano que le acompañó a Zamora y liquidaron un tiempo después; el señor al que hirieron, curaron, no sé si volvió al pueblo o del hospital a la cárcel, y fusilaron.

De otros nueve detenidos por el mismo motivo, copio la noticia del Heraldo de Zamora, jueves 30 de julio de 1936:

DETENIDOS POR HACER FRENTE A LA FUERZA PÚBLICA.-

En Villalpando han sido detenidos ayer, unos en su domicilio y otros cuando trabajaban en el campo, los jóvenes: Juan Redondo Tomás, Laureano Fernández Andrés, Ciriaco Argüello Raposo, Toribio Álvarez Aínse, Silvestre y Gregorio Boyano Sinde, Anastasio de la Puente García y Casildo Blanco Gallego, por haber tomado parte en los diferentes grupos que armados de escopetas, navajas y palos, se apostaron en diversos lugares, a la entrada de la villa, para impedir el paso de las fuerzas y elementos de Falange, hecho ocurrido en la noche del  19. Lo remarcado en negrita es incierto. Salieron a esperar a los mineros.

De esos nueve, sólo regresó, no sé si un año o dos después, vivo al pueblo, Casildo Blanco, (quien, además sólo se había asomado a la carretera de Villamayor, al oír bulla) quien sometido a juicio, como los otros, un informe del pueblo certificó su buena conducta y bondad. A los otros les cayó, ¡ya sabemos! (Pueden encontrarlo en “La otra historia de la villa”) ¡Horrible, horrible! ¡Cuántas crueldad!

De ahí mi afán de que el comportamiento humano, tanto en dirigentes políticos como en el pueblo llano, se guíe por la honradez, la justicia, la paz, la bondad, para evitar esos conflictos en que aflora lo peor del “homo sapiens”.

  


         Este muchacho fue Pedro García. La foto está hecha en la primavera de 1936. Era el mensajero de la Gestora de Izquierdas. Había traído la bici de "carrera", y el resto del equipamiento de Francia. Acompañó a su hermano Santiago, dos años mayor, herido y muerto antes de llegar a Zamora, la noche del "diecinueve". Ya no volvió al pueblo. Lo mataron con 17 años.

ACLARACIÓN EN ARAS DEL RIGOR HISTÓRICO:

En la lápida que descubrimos en la pared noroeste del cementerio en recuerdo de los represaliados, figuran veintiocho nombres. Cierto que esas fueron las víctimas locales de izquierdas. Si bien, cuatro de ellas, no fueron fusiladas:

Celestino Fernández Andrés, hermano de Paulino "Ranillo", se suicidó en la cárcel.

Quintín Gil Calvo, el mayor de los "Manojos", combatió en el ejército "frentepopulista"- Sobrevivió a la guerra. Su historia está en el libro "De entre adobes y tapìales", si bien el final es de ficción.

Timoteo Gil Calvo, el menor de los "Manojos", a quien, muy joven, pilló la sublevación en Madrid, combatió en dicho ejército de la "república". Era un valiente. Murió en combate.

Abraham López Gil, después de pasar dos años y pico escondido, al poco de salir del escondite, falleció por enfermedad.

       Por tanto las víctimas de la represión, responsabilidad de las ciertas "derechas" del pueblo y de Zamora, en Villalpando, fueron veinticuatro.

       En mis libros también he recogido a los dieciséis muchachos, también víctimas inocentes, que murieron en los frentes de batalla.

      


5 comentarios:

Angel felipe dijo...

Hola Agapito buenas tardes te escribo para decirte que mi abuelo se llamaba Benjamín Felipe no emeterín como tú has escrito en la historia pero bueno en esta vida todos cometemos algún fallo yo el primero bueno te llevo siguiendo desde hace mucho tiempo y está bien las historias que estos días atrás estás publicando como buen villalpandino siempre me gusta leer y escuchar las historias de mi pueblo aunque ahora estoy muy lejos de ahí me encuentro en tierras sudamericanas concretamente en Perú les mando un saludo a todo villalpandino gracias y cuídense

Administrador dijo...


¡Gracias Ángel, por tu comentario! Pero ¿qué haces tú en Perú?
No me he equivocado, lee bien: digo "un Emeterín, el padre de Chapirú, Santos de Caso..." cito a tres personas, separadas por comas (,)
No recordaba el nombre de tu abuelo, aunque lo tengo en el archivo del juicio contra los que salieron a esperar a los mineros. Ahora caigo en que a tu hermano, tu padre, le puso Benjamín, como el abuelo.
¿Dónde andan tu hermano, hermana y el sobrino?
Un abrazo.

Angel felipe dijo...

Gracias Agapito bueno qué hago en Perú pues me casé con una peruana hace 17 años y bueno llevo aquí desde enero y ahora a primeros de junio me regreso para España que es donde tengo mi residencia habitual bueno sobre mi hermano Benjamín las últimas noticias que tengo es que está bien vive en un pueblo de Madrid que se llama La Cabrera bueno y sobre mi hermana pues bien vive en Chiclana de la Frontera en Cádiz y mi sobrino David se echó pareja y está viviendo en Madrid espero estar este año por las fiestas de San Roque por ahí por Villalpando gracias por todo Agapito y un saludo y un abrazo y cuídense

Angel felipe dijo...

P.D. saludos a mi caciquista Sara tu esposa

Administrador dijo...


¡Pues bien, hombre!: gracias por tu información. Me alegro se encuentre bien toda tu familia. Me gustaría verlos por aquí. Sobre todo a Benjamín y a David, a quien tuve de alumno.
Un abrazo.